Pablo Pintor asegura que su padre, el fotógrafo Oscar Pintor, tenía una claridad a la hora de plantar la cámara y encuadrar sus fotos que le daba a sus imágenes un cierto peso, una sensación de seguridad. Y lo que dice es cierto. Ya sea una polera raída tendida sobre un cerco de alambre de púa o un arco de fútbol perdido en la inmensidad de Angualasto, en la provincia de San Juan, los objetos y paisajes de Oscar parecen haber sido retratados tras un meditado proceso de selección. Pablo, en cambio, que viene del cine y trabaja como camarógrafo de televisión, es un cazador de imágenes atraído por la inmediatez, al que le gusta salir a la calle a encontrar personajes –es decir, personas- y reconstruir su historia. La comparación puede parecer odiosa, más tratándose de un padre y de un hijo que se dedican a trabajar con la imagen, pero no es arbitraria. El mismo Pablo reconoce que siempre tuvo una suerte de “obsesión” por su padre, al que define como “ejemplo y reflejo”. Un interés que fue el motor detrás de su documental Memoria fotográfica, que se puede ver hasta fines de febrero en la sala virtual Comunidad Cinéfila.

Road movie y viaje en el tiempo a la vez, Memoria fotográfica parte de una propuesta imposible: regresar 40 años después a aquellos paisajes de San Juan, la provincia natal de Oscar, en los que tomó algunas de sus fotos más emblemáticas (ver recuadro). Sobre todo después de que Oscar acusa una crisis que le impide sacar nuevas fotos. Como todo viaje planificado, su verdadero recorrido se completa en el durante. Mientras padre e hijo buscan dar con esos lugares como si se tratara de fuentes de inspiración a las que recurrir en caso de emergencia, Oscar también se reencuentra con sus hermanos, una tía anciana cuya casa fotografió en el pasado y el recuerdo de su padre, ya fallecido. Por otra parte, hasta fines de marzo se puede visitar en la Fototeca Latinoamérica (FOLA) una retrospectiva con fotos de padre e hijo, lo que completa la experiencia.

“Esta película arrancó en realidad hace 30 años, cuando mi viejo trajo a casa la primera camarita home. De los tres hermanos, yo la hice mía y empecé a registrar mucho archivo, relacionado en gran parte con mi viejo. El trabajo con el archivo y su resignificación es algo que me apasiona”, cuenta Pablo Pintor en un diálogo junto a su padre con Página/12 desde la costa de Buenos Aires, donde se encuentran vacacionando en familia. “Tengo varios recuerdos de mi viejo y la fotografía, pero el más presente son las noches en que lo acompañaba a sacar fotos por Buenos Aires. También recuerdo cómo, de chico, solía posar para él. Era su modelo. Supongo que por eso, cuando le propuse hacer una película sobre él no lo sorprendió demasiado: tenía una deuda conmigo”, explicó Pablo.

-Oscar, en una parte de la película define la fotografía como un “cementerio de recuerdos”, una idea bastante melancólica.

Oscar: -No sé de dónde salió esa frase, se me ocurrió en un momento, pero la verdad es bastante drástica la idea del cementerio (risas). Aunque de alguna manera sí, la fotografía es lo que queda de una vivencia. Quizá llamarlo cementerio es demasiado ampuloso (risas), pero esa es la idea.

-La relación entre memoria y fotografía es importante en la película. Estaba pensando que Oscar casi no tuvo fotos de su infancia; Pablo seguro tuvo muchas y los hijos de Pablo, que aparecen en la película, más aún. ¿Cómo creen que influyó en sus memorias tener o no imágenes de sus infancias?

Pablo: -Uno de los temas de la película es ese: la foto como documento y cómo hay un duelo entre esto que es la fotografía, que en apariencia está documentando un hecho real, y la memoria. Y, por otra parte, cuál de las dos tiene la razón. Hay un libro famoso de Roland Barthes, La cámara lúcida, en el que cuenta que encuentra una foto en la que se lo ve con un grupo de amigos en una fiesta. Si bien se reconoce en la foto y a la gente que está ahí, no se recuerda ahí, y le da vértigo no saber en qué confiar, si en esa foto o en su memoria. La película intenta zambullirse en esa duda constante. Está todo el tiempo tratando de verificar algo inverificable. Nosotros fuimos a los lugares en los que mi viejo tomó las fotos sabiendo que iba a ser imposible encontrarlos tal cual. Hay una duda tangencial. Nos basamos en imágenes, pero quizá las imágenes no son la verdad. Me entusiasmaba meterme en ese callejón sin salida. En la película vamos avanzando en el viaje, pero en realidad la película va retrocediendo en el tiempo. Fue como un ir para volver y tratar de llegar al punto más lejano de la memoria de mi padre. Quería encontrar ese primer recuerdo, que yo suponía la causa de su trauma. La película parte del conflicto de que mi viejo no tiene más motivación para sacar fotos.

-¿Contar con las fotos fue un ayudamemoria?

Pablo: -La película no tiene nada de engañoso. Es totalmente transparente, como mi viejo. No hay engaño en cuanto a haber reconstruido cosas que no pasaron. Todo es documental. Pero al mismo tiempo muy ambiguo. No quería dejar un mensaje tajante de que esto pasó así o asá. La película está en ese filo de lo que puede haber pasado y lo que no. Como la película tiene que ver con los recuerdos, con su historia y mi historia, creo que en eso vale todo. Yo me siento muy identificado con la línea de mi viejo, que tiene que ver con el planteo de la película. Su fotografía tiene algo de metafísico, no está intentando definirte si eso pasó o no.

Arco de fútbol, Angualasto, San Juan, 1980.

-En una parte de la película, Oscar se queja de que ahora, con los drones, “cualquiera hace una foto aérea”. Hoy en día la fotografía está al alcance más personas y hay múltiples posibilidades de intervenir una imagen. ¿Cómo viven estos cambios?

Oscar: -Yo siempre he ido detrás de la fotografía real, concreta, sin manipulación, en la que esté la subjetividad pero dentro de una realidad concreta, donde no está manipulada la imagen. Hablo en pasado porque en este momento prácticamente no hago fotos.

Pablo: -A mí me gusta la parte de la película en la que mi viejo habla de la invasión de imágenes, de que se siente un poco perdido en ese mar de imágenes. Hay algo que es positivo en cuanto a la democratización de la fotografía, pero a la vez, cuando mi viejo sacaba fotos había una claridad, un peso a la hora de encuadrar, poner la cámara y elegir sabiendo que tenía tantos disparos y no como me pasa a mí hoy, que con el celular puedo sacar 25 fotos del mismo tema por las dudas. Había algo en los fotógrafos de unas décadas atrás que transmitía esa seguridad.

Oscar: -No había "por las dudas". El rollo tenía 12 fotos nada más.

Pablo: -Claro. Igual no quiero meterme mucho en el tema de la fotografía porque el que sabe acá de foto es él.

-Pero en la exposición de FOLA hay fotos suyas también...

Pablo: -Lo que pasa es que me pesa un poco la palabra “fotógrafo”, siento que todavía me falta madurez para sentir que tengo una obra. Pero más allá de eso, se da esta cosa de comparar. Quizá yo soy más un fotógrafo de la foto callejera, de la inmediatez. A mí me sirve mucho para eso el celular. Está bueno compartir la muestra de FOLA porque los planteos son casi opuestos. Mi viejo es de plantar la cámara y mi propuesta va por otro lado, por captar un instante.

-Tiene lógica que viniendo del cine, sus imágenes "se muevan" más.

Pablo: -Me encanta. Todavía no lo tengo tan elaborado. Pero como vengo del cine, me doy cuenta que estoy pegado todo el tiempo a una historia. Cuando cuento algo me pesa mucho, aunque a mi viejo creo que también, el fuera de campo. Lo que está al costado o atrás y qué me está contando. Cuando veo un personaje siempre me imagino toda la historia.

Oscar: -Yo por otro lado prácticamente no he fotografiado gente. Me ha costado el tema del retrato. Conozco y admiro a algunos retratistas, pero nunca llegué a tener esa síntesis donde una cara o una figura transmitan cosas. No cualquiera es sujeto de retrato. Hay gente que inspira y otra que no. El retrato tiene que tener algo que trasciende al modelo, una actitud, una mirada, que sirva más que como registro de la cara de alguien. Yo soy más de buscar el clima, la situación, de lo inerte.

Pablo: -Lo que me gusta de mi viejo es que para hacer una foto se toma su tiempo. Hay algo que tiene que ver con un tiempo interno de él, necesita madurarlo, y eso se plasma en la foto. Yo tengo un tiempo mucho más dinámico.

-La película también se pregunta por la paternidad. Hay una fuerte carga de lo generacional, la herencia, aparecen el recuerdo del padre de Oscar, los hijos de Pablo…

Pablo: -El gran tema de la película es el del padre-hijo, la fotografía es medio una excusa. Por lo menos pretendí que fuera así, que tuviera que ver con algo más universal. La película incluye otra que hice hace 25 años, cuando yo era solamente el hijo de Oscar Pintor. Cuando retomé el proyecto 25 años después, yo ya tenía 3 hijos y toda una vida hecha. Hoy no soy solamente hijo, soy hijo y padre. Por eso, tenía que mostrar sí o sí a mis hijos. Y creo que incluirlos fue un hallazgo, porque permiten contrarrestar esa imagen que yo tenía y sigo teniendo de mi viejo, y cómo la trato de sostener, mientras mis hijos tienen una imagen totalmente opuesta de mí. Más allá de que me quieren y me respetan, es distinto.

-Están en la película para desacralizar la figura del padre.

Pablo: -Totalmente. Mis hijos me hacen fuck you en cámara, es casi una tragicomedia (risas). En la película se me ve tratando de ayudar a mi viejo cuando el más traumado, con todas mis neurosis, era yo (risas). El punto central es ese: cómo ser padre, teniendo un padre al que tengo idealizado, y con mi propia paternidad, con todos los errores y las dudas. Por otro lado, están la fotografía, la cámara, el ojo, que son algo sanador. Sacar fotos es una necesidad vital.

Oscar: -Coincido con Pablo. En el fondo es eso, la pasión por la imagen.

Trayectoria 

Oscar Pintor es uno de los máximos referentes de la fotografía en el país. Nació el 13 de noviembre de 1941 en San Juan, donde estudió arquitectura. Migró a Buenos Aires en 1965. Ahí trabajó como director de arte y director creativo en importantes agencias de publicidad. En 1979, después de un viaje a Europa en el que tomó contacto, entre otros, con el fotógrafo argentino radicado en España Humberto Rivas, quien lo alentó a desarrollar una carrera en la foto autoral, inauguró su primera exposición individual en Buenos Aires.

En 1984 fundó, junto a otros doce fotógrafos, el Núcleo de Autores Fotográficos. Un año después creó y dirigió hasta 1987 "Foto Espacio", la galería fotográfica permanente del Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires (actual Centro Cultural Recoleta).

A principios de los ’80 regresó a su San Juan natal para tomar algunas de sus primeras y más emblemáticas fotografías de autor. Recorrió y fotografío varias partes del país, como la Mesopotamia y la Patagonia, retratando tanto paisajes como objetos cotidianos: una curiosa mesa ratona negra en forma de riñón, una vieja radio coronada por un potus. Si bien afirma que el retrato nunca fue lo suyo, tiene algunos muy logrados, como el de sus hijos gemelos Pablo y Julián emergiendo de una piscina o el de su padre posando altivo desde su sillón de peluquero en San Juan.

Parte de sus obras pertenecen al acervo del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, el Museo Provincial de Huelva (España), el Gabinete de Fotografía de la Biblioteca Nacional de París, el Museo de Fotografía de Odense (Dinamarca), la Fundación Antorchas (Buenos Aires) y el Museo de Bellas Artes de Portland, Oregon, entre otros.