¿Cómo es posible volver a vivir algo que ya hemos vivido? Ese sentimiento tan humano de “¡Otra vez me pasa lo mismo!”, de nuevo caer en idéntico lugar, perpetuarnos allí o tropezar dos veces con la misma piedra ¿cómo es que vuelve a suceder? El enigma de vivir exactamente lo mismo una vez más, aunque en distintas épocas de la vida ¿es una necedad involuntaria, un destino inconciente o un error existencial que no sabemos situar cuándo ni dónde se produjo?

Freud pensaba que, efectivamente, se vive otra vez algo ya vivido “des-invistiéndolo de sus circunstancias de pasado”; es decir, sacándole sus vestiduras, sus vestimentas, máscaras y percepciones que lo resituarían en un hecho pretérito y por esta desnudez, al quedarle imposibilitado volver como un simple recuerdo, quedaría condenado a volverse a vivir realmente. Se repite. Se repite a pesar de todo. “En vano”, escribe Freud. Tremenda expresión que le pone el toque de inutilidad y desorientación a tantos hechos de nuestra vida desmemoriada y repetitiva.

Entonces, lo que una vez vivimos, sólo podría repetirse en nuestros comportamientos automáticos, ingenuamente pensados después como espontáneos, olvidadizos y olvidables, porque estarían determinados por una imposibilidad de ser recordados como habiéndolos ya vivido en el pasado. Notamos que el movimiento de reconocer algo como siendo de nuestro pasado es mucho más complejo psíquicamente que un simple reconocer o darse cuenta y tampoco se reduce a una nostalgia al mirar viejas fotos. Mejor dicho, el movimiento de reconocer algo como habiendo sido vivido en el pasado; o sea, sentir el recuerdo, volver a sentirlo con vida, aunque ya fue, pasó, está muerto en el sentido de ya ocurrido o finiquitado en el pasado. Devolverle la vida a lo muerto en vida que nos acompaña silenciosamente. Nuestro verdadero compañero o eterna compañía que delata como un invento mental el famoso y quejoso sentimiento de soledad.

Quizás las cosas de nuestra vida ocurran una sola vez y la sensación de repetir empecinadamente algo que no podemos cambiar, sólo sea creada por aquel quite de vestiduras a la circunstancia pasada, luego trasladadas a detalles y personas del presente. Y en el medio, el olvido rotundo de ese transporte o desplazamiento esencial.

 

¿Hay anhelo más humano que querer cambiar algo en la vida o desear vivir algo nuevo y renovador y a la vez sentir el imán inexorable de que volvemos a lo mismo? Si la clave estará en alguna operación de la memoria ¡qué corta nos queda la expresión tan actual de vivir el presente! Y cómo parece agravar aún más el extendido temor a volver a lo mismo.