En aquellos veranos de 2001, 2002 y 2003, Porto Alegre hervía de esperanza en la lucha contra la globalización neoliberal, que ya había mostrado sus funestos efectos en Argentina y otros países. Luego de que, desde fines del siglo XX, movilizaciones en Europa y las Américas habían buscado frenar el frenesí del saqueo contra el finalmente frustrado Acuerdo Multilateral de Inversiones, las cumbres del G-7 o las rondas de la Organización Mundial de Comercio (en Seattle, 1999, y luego, como en un reguero, en Génova, Cancún, Niza, Washington, Quebec o Melbourne), la sureña ciudad de Brasil concentró, en encuentros masivos y propositivos, a casi todas las organizaciones participantes de esas resistencias, bajo el lema “Um outro mundo é possível”. El Foro Social Mundial fue estandarte crucial de aquella coyuntura.

Impulsado por movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales –dos espacios que, a la larga, se diferenciarían en sus metodologías y lógicas, niveles de representatividad e intereses-, el FSM se mostró al mundo, asimismo, como reverso del Foro Económico Mundial o Foro de Davos, que en esa villa suiza era, cada invierno del Norte, pasarela de la codicia bienpensante. Hasta se intentó, en los inicios del FSM, un “diálogo” que era hablarle a la pared.

Tanto las movilizaciones previas al FSM como su convergencia en Porto Alegre, donde un gobierno del Partido de los Trabajadores ensayaba sus primeras prácticas de una democracia más allá de lo formal, fueron multitudinarias. De hecho, la palabra “multitud” se puso de moda recogida por textos que se preguntaban, como lo siguen dando, por el nuevo “sujeto social” que debía liderar el combate al capital en su fase neoliberal, financiarizado y concentrado al máximo.

De esos primeros FSM se hicieron cargo desde movimientos sociales como la global Vía Campesina o los Sin Tierra de Brasil hasta centrales obreras latinoamericanas y ONG como ATTAC con base en Francia o varias brasileñas, cuya localía les cargó más responsabilidades, en sus virtudes y en sus defectos. También, de nuestra región, activaron entidades académicas como Clacso, universidades y estudiantes u organismos de derechos humanos.

Varias figuras prominentes de América latina, que luego serían gobierno (Lula Da Silva, Evo Morales, más tarde Rafael Correa o Fernando Lugo) o que ya lo eran (Hugo Chávez) estuvieron en sus debates. Así también personalidades de referencia mundial como Noam Chomsky, Immanuel Wallerstein, Adolfo Pérez Esquivel, Boaventura de Sousa Santos, Michael Löwy, Ana Esther Ceceña, James Petras, Samir Amin, Michael Hardt, Atilio Borón, Emir Sader, Orlando Caputo, Rigoberta Menchú, Tom Hyden, Eduardo Galeano, Leonardo Boff, Eric Toussaint, Tariq Ali o Walden Bello.

Decenas de miles de asistentes siguieron las ponencias y las discusiones y el Foro, cuyas tres primeras ediciones transcurrieron en la ciudad gaúcha, rotó luego a sedes como Mumbai en India, Caracas en Venezuela o Dakar, Túnez y Nairobi en África, además de replicarse en Foros temáticos en otras momentos del año en ciudades como Santiago de Chile o Buenos Aires. Hasta 2019 continuó pero sin el ímpetu original.

En aquellas primeras ediciones de hace dos décadas, activistas globales discutían no sólo cómo resistir mejor la ofensiva neoliberal y sus emanaciones (como los tratados de libre comercio tipo ALCA), sino también cuestiones de género, ambientales, cómo salir de la pobreza o cómo condenar y revertir guerras como las sufridas por el pueblo iraquí cuando fue invadido por Estados Unidos o los largos años de sufrimiento del pueblo palestino, el colombiano u otros. También el nuevo orden mundial: el economista chileno Orlando Caputo fue un pionero en revelar que un puñado de multinacionales ya facturaban más que PIB enteros de un centenar y medio de países. Ahora está claro que las multis de la informática hasta pueden silenciar al “hombre más poderoso del mundo” (el Presidente de Estados Unidos), pero hace 20 años poner esos temas en agenda era toda una novedad.

El hecho de no concretar una directiva y un programa unificados y capaces de ejecutar un plan concreto debilitó al FSM, sobre todo porque los movimientos sociales perdieron espacio ante la presencia de grupos pequeños de ONG. Por otro lado, al menos en América latina, varios participantes accedieron a gobiernos en la primera década del siglo y aplicaron, en más o menos (en general menos, pues la correlación de fuerzas no cambió mucho más allá de lo electoral), algunas ideas barajadas en las comisiones y plenarios del Foro. Después de todo, éste se había propuesto como sitio de intercambio sin llegar a conclusiones finales.

En septiembre de 2020, y como anticipo de lo que sería el 20º aniversario del primer FSM (transcurrió del 25 al 30 de enero de 2001), varios integrantes del espacio llamaron a reimpulsarlo bajo el lema "cambiar el FSM para cambiar el mundo" y "pasar de un espacio abierto a un espacio de acción, no para proponer programas políticos de alcance global, sino para interactuar con el mundo exterior". 

Esa carta colectiva señaló que “el mundo está en riesgo de colapso ambiental, en una situación de crisis aguda provocada por un fascismo emergente, el capitalismo financiero, el racismo y al patriarcado, en una época en que los jóvenes, las mujeres y todos los oprimidos una vez más están tomando las calles para demandar justicia y políticas ecológicamente sustentables”, tras lo cual se convocó a “dejar de limitarse a la autorreflexión y hablar y actuar con el mundo”.

Fue firmada por Pérez Esquivel y Norma Fernández (Argentina), Sader, Frei Betto y Candido Gribowski (Brasil), Oscar González (México), Boaventura de Souza Santos (Portugal), Ignacio Ramonet (España), Mireille Fanon Mendes-France (Francia), John Bellamy Foster (Gran Bretaña), Leo Gabriel (Austria), Ricardo Petrella (Bélgica), Roberto Savio (Italia), Elizabeth Mpofu (Zimbabue), Aziz Rhali (Marruecos) y Vandana Shiva (India).

Este cronista cubrió las primeras ediciones del FSM y rescata, de sus entrevistas, dos frases de sendos intelectuales estadounidenses que llevaron sus aportes a Porto Alegre. Chomsky criticaba a los “amos del mundo” y su prédica contra el FSM, al que veía con gran expectativa para devenir “la primera manifestación realmente significativa de una globalización desde la base”, del mismo modo que la antigua izquierda buscó internacionalizarse un siglo antes. 

Wallerstein desnudaba las falacias de la globalización neoliberal y le daba no más de 50 años al sistema mundo que sus libros tanto ayudaron a comprender. Los límites ecológicos, de costos laborales, de impuestos y de urbanización, explicaba, hacían impensable que el capitalismo tal como lo conocemos pasara de otras cinco décadas. Aunque no auguraba necesariamente un final feliz: “la historia –dijo- no está con nadie, se construye y no serán aguas calmas las que vengan. Es aún posible que entremos a un sistema peor que el actual. Pero también que sea mejor. Que perdamos o que ganemos”.