Sarmiento inventó varias cosas. Conceptos que aún en nuestro presente siguen rebotando, convirtiéndose en nociones con las que tenemos que pensar lo que nos pasa. Pero ninguna de todas las ideas de este controversial prócer, ni las más descabelladas, como las presentes en Argirópolis o la capital de los estados confederados del Río de la Plata (1850), con la propuesta de la Isla Martín García como centro neurálgico de un Estados Unidos del Sur; ni las observaciones más sensatas, como las recogidas en Facundo (1845) o en Campaña en el Ejército Grande (1852), que muestran cómo su estilo literario –y no exento de humor– funcionó como una cámara fotográfica que capturó escenas fundamentales del siglo XIX argentino; nada, nada de todo eso ha dejado una impronta tan fuerte en nuestro imaginario histórico-político como el par “civilización y barbarie”. Mares y mares de tinta han vuelto sobre una dicotomía o una posible complementariedad de opuestos (depende del ojo que lo mire) para tratar de entender este juego de términos que Sarmiento hace desfilar en las páginas de la biografía de Facundo Quiroga. Aunque, en realidad, muestran el convulsionado núcleo de todo lo que intentó escribir, de todo lo que intentó hacer como político, como futuro padre de las escuelas, como el “santo” discutido de nuestros días. Michel Nieva (Buenos Aires, 1988), joven escritor, poeta y académico, parte de ese juego de opuestos en su primer libro de ensayos para revisar hasta qué punto la historia, la literatura y el pensamiento argentino, latinoamericano, mejor, mundial, todavía tiene que vérselas con aquel dueto tantas veces citado. Pero entendiendo que todo ideal civilizatorio hoy se ha transformado en un nuevo modo de barbarie, como esa barbarie sistematizada que Sarmiento veía en Rosas, pero con otros medios. Sin dudas, “tecnología” es hoy el nuevo nombre de una tensión, de un roce entre civilización y barbarie que aún no hemos podido resolver.

Tecnología y barbarie es una colección de ocho ensayos que pasan por los más diversos temas a partir de una hipótesis en consonancia con los estudios en humanidades contemporáneos. En lugar de suponer una lógica autónoma de la literatura con respecto a la sociedad, vía Foucault y toda la línea de estudios biopolíticos continuada en la Europa continental, Nieva se atreve a leer los modos en que ciertas textualidades operaron como dispositivos de una máquina de control que termina en los avances tecnológicos del siglo XIX y se extienden hasta nuestro todavía joven siglo XXI. En el ensayo homónimo que abre el libro, Nieva realiza una lectura sarmientina (esto es, borgeana) del propio Sarmiento, recurriendo a un anacronismo para releer Argirópolis. Con el trazado de un nuevo mapa, con un planteo más cerca de la distopía antes que de la utopía, pero también con un proyecto político que sostiene una observación menos ficcional que programática, Sarmiento se convierte en esta lectura en el padre del cyberpunk nacional, si entendemos por tal género una serie de núcleos temáticos que se repiten en diferentes obras de nuestra tradición. Concluye Nieva en relación a Argirópolis: “Uno a primera vista diría que, frente a este esbozo de programa político que increíblemente Sarmiento propuso con toda la seriedad del mundo (recordemos que, pocos años después, llegaría a ser presidente), los delirios de Aira, Arlt, Copi, Laiseca, Cabezón Cámara o Lamborghini parecen una pueril broma escolar”.

Así, este libro de ensayos se convierte en un texto que reinterpreta la literatura nacional buscando estos núcleos de tensión que insisten en el “cyberpunk argentino”, encontrando huellas en el “viaje inmóvil” de Mansilla visitando a los ranqueles como prefiguración del viaje contemporáneo, apoyado en un flujo cibernético que vincula una geografía imaginaria y un “movimiento mental” (cualquiera de nosotros hace exactamente eso cuando abre Google Maps para buscar una dirección o tener, en nuestro contexto pandémico, una ligera prueba de “turismo en cuarentena”); o viendo cómo los textos de finales del siglo XIX colaboraron en la construcción de la “otredad nacional”: el indio-mono-bacteria que aparece en artículos de circulación popular, como los presentes en Caras y Caretas, los cuales se trabajan en los ensayos “La periferia de lo humano” y “una excursión a los bacilos del cólera, el tifus y la tuberculosis”. En este último trabajo, por ejemplo, se lee cómo de manera contemporánea y apenas posterior a la llamada “Conquista del Desierto” se puede observar un viraje del discurso civilizatorio que aniquiló a varios miembros de las comunidades originarias de este suelo hacia un discurso científico y bacteriológico que luego devendría en formas mucho más recientes de “medicalización de la sociedad”, como la idea de un pueblo “sano”, libre del “virus” extranjerizante, extremista y “rojo” en los 70. La continuidad que plantea Nieva es pasmosa: leyendo, por ejemplo, Inverosimilitudes bacteriológicas ó revelaciones microbianas (1894) del bacteriólogo Silverio Domínguez, español radicado en Buenos Aires de muy joven, encuentra al protagonista de esta extraña novela de ficción especulativa (antecedente de la ciencia ficción) hablando con una colonia de bacilos del tifus y el cólera, representados tanto en lo escrito como en las imágenes que lo acompañan como malones indeterminados de indios-bacterias. Una historia que conforma una serie con obras pictóricas que van desde Un episodio de fiebre amarilla en Buenos Aires (1871), de Juan Manuel de Blanes, hasta La vuelta del malón (1892), de Ángel Della Valle, y textos como “Memorias de un estreptococo” de Horacio Quiroga, “Fantasía nocturna” de García Merou o “El cocobacilo de Herrlin” de Arturo Cancela.

Tecnología y barbarie de Michel Nieva es la transposición de un modo de escritura que el autor había inaugurado en obras de cyberpunk y de “literatura contrafáctica” como ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? (2013) y Ascenso y apogeo del Imperio Argentino (2018), pero ahora concentrados en temas que parecen sacados de una de estas ficciones, por más que terminen siendo abrumadoramente reales. Mucho se ha discutido en torno a la ciencia ficción, sobre todo, luego del 2020 y la consabida pandemia. Pero novelas como El último Falcon sobre la tierra de Juan Pisano, o la ya contundente obra de Nieva, muestran que la ciencia ficción es menos reflejo de lo que está pasando que refracción en torno a sensibilidades, asuntos, textualidades que circulan en nuestro imaginario o en nuestros sistemas simbólicos. O sea, estas escrituras no “copian” lo que ya está, sino que entienden lo que pasa y lo llevan a otra velocidad, lo ponen en serie con otras cosas, leyendo de manera inesperada, interesante, originalmente rupturista, lo que parece pan de todos los días. Nieva no se “adelanta” con este libro acerca de lo que va a pasar (sobre todo, con su ensayo final sobre una escritura no humana, producida por genes modificados y poemas en códigos microscópicos), sino que analiza lo que pasa y lo reenvía para seguir pensándolo en lugar de meramente contarlo. Ahí reside, quizás, la potencia de la literatura en un mundo que todavía se cree más real que la ficción.