Hay dos trabajos discográficos de intérpretes argentinos publicados el año pasado por sellos norteamericanos dignos de particular atención. Son abordajes notables de obras cardinales, de distintas épocas pero con idéntico peso histórico. La casa Mode Records, especializada en el repertorio contemporáneo en varios de sus conceptos, editó los dos cuadernos de los Preludios para piano de Claude Debussy, por la pianista Haydée Schvartz. Y Centaur Records publicó en dos volúmenes las Sonatas y Partitas para violín solo de Johann Sebastian Bach, por Tomás Cotik.

Tanto los Preludios cuanto las Sonatas y Partitas son obras referenciales, partituras que reflejan un pensamiento musical complejo en el que se sintetizan aspectos técnicos y estéticos de una época y los relanzan hacia el futuro. Sus historias son un continuo regreso, ordenado por una cadena de interpretaciones que fueron inscribiendo, como sobre un palimpsesto, otros nombres al nombre del compositor. Walter Gieseking, Arturo Benedetti Michelangeli y Aldo Ciccolini, hablando de los Preludios de Debussy, señalan una sensibilidad, continuada a su manera por Daniel Barenboim, por ejemplo. Del mismo modo, Yehudi Menuhin, Nathan Milstein, Henryk Szering y Arthur Grumiaux, complementados por las interpretaciones “históricamente informadas” de Sigiswald Kuijken y Rachel Podger, podrían ser algunos de los nombres que marcaron, en la era del disco, la identidad de las Sonatas y Partitas de Bach.

Schvartz grabó los Preludios en 2003 en Nueva York, después de tocarlos en el Centro de Experimentación del Teatro Colón el año anterior en un recordado concierto. Era la época en la que el CD ya no podía dar certezas comerciales, por lo que las cintas quedaron en un cajón hasta hace algunos meses, cuando la pianista retomó el proyecto y concluyó el trabajo de edición junto a Juan Belvis. El sello Mode, donde Schvartz editó tres discos, entre ellos New Piano Works From Europe and the Americas, publicó el disco doble en un edición atractiva.

La lectura que Schvartz hace de los Preludios de Debussy es formidable. Comienza por reivindicar un gesto no menor de la voluntad del compositor, que al final de cada pieza y entre paréntesis, puso como un comentario –o casi una secuela– lo que cierta manera de escuchar a lo largo del tiempo terminó por poner en el lugar del título. Así, la intérprete se abstrae de la sugestión de un nombre como punto de partida y va al hueso del sonido cifrado en un lenguaje pianístico que desentraña con sensibilidad. Es la música, antes que cualquier imagen o derivación verbal, la que se define a sí misma.

En esa dirección Schvartz pone en juego, con gran técnica, una implacable conciencia del color y la textura en función de la forma. Antes que representación e imagen, cada uno de los veinticuatro preludios son para Schvartz una reflexión sobre el sonido como materia y resonancia, que aborda con convicción estética y una gran variedad de recursos expresivos.

Abriendo el aire para expandir una sorprendente diversidad de planos sonoros, la pianista logra grandes momentos en “Voiles”, la segunda pieza del primer libro. Como hace también en el emblemático “La Cathédrale Engloutie”, también del primer libro, y en “La terrace des audiences du claire de lune” y “Feux d’artifice”, del segundo libro, por ejemplo. También los bonus track son significativos, con la canción popular que Debussy cita en “Minstrels”, del primer libro, interpretada por la pianista junto al barítono Brian Church, y otra toma de “Des pas sur la Neige”, como para dejar en claro que no existen versiones definitivas.

Como los Preludios de Debussy para el piano, las Sonatas y Partitas de Bach, entendidas como un corpus, siguen planteando desafíos y ordenando posibilidades. Compuestas entre 1703 y 1720, están numeradas en el catálogo de las obras de Bach (BWV) de 1001 a 1006 y se publicaron juntas por primera vez recién en 1802. Cotik, violinista nacido en Buenos Aires en 1977 y residente en Estados Unidos, suma un buen trabajo a una discografía interesante, que tiene sus puntos salientes en la música de Astor Piazzolla, que grabó para el sello Naxos, y la integral de las sonatas para violín y piano de Wolfgang Amadeus Mozart, junto al pianista Tao Lin, que en 2017 editó la Centaur Records.

El Bach que propone Cotik se imprime desde un interesante sentido de la espontaneidad, producto de una sensibilidad melódica manejada con soltura y la elección coherente del tempo en cada pieza. El sonido del violinista es delicadamente velado y mantiene su fibra leñosa a lo largo las distintas situaciones técnicas y expresivas que se suceden a lo largo de las seis obras y sus articulaciones. El dominio del arco le permite además expresar con luminosa claridad los pasajes de intrincada polifonía, al punto que entre lo más logrado está la “Chacona” que concluye la Partita nº2 en Re menor.

Célebre por sus numerosas transcripciones, entre ellas la de Ferruccio Busoni para piano, la Chacona es una de esas piezas cuya identidad ha sido trastocada. Manejando tensiones y distenciones para conjugar con buen criterio profundidad y expansión, la lectura de Cotik la devuelve a los laberintos del afecto barroco, dejando las expansiones virtuosísticas para otros finales. Por ejemplo el “presto” de la Sonata nº1, el “allegro assai” de la Sonata nº3 o la giga de la Partita nº3, en las que de todas maneras no pierde el sentido de la danza.

Aun dentro de la tradición interpretativa de cada obra, tanto Schvartz con Debussy como Cotik con Bach logran lecturas muy personales. Un gran mérito para ambos discos.