El futuro llegó hace rato pero a veces no es el que todos quieren, sobre todo por la hibridación que hay actualmente entre los seres humanos y las máquinas, producto del avance tecnológico. El psicoanalista César Hazaki lo investiga con rigurosidad en el libro Modo Cyborg. Niños, adolescentes y familias en un mundo virtual (Editorial Topía). Lejos de ser un ensayo técnico para analistas, su prosa busca tomar una posición crítica sobre la era tecnofílica que permite la lectura de cualquier interesado en conocer más sobre la relación entre humanos y máquinas. Hazaki analiza en distintos capítulos los cambios que ocasiona el mundo cyborg en diversas áreas de la vida humana: la procreación, el trabajo, los vínculos, la sexualidad, la prolongación de la vida, el amor a distancia, el sueño, los distintos tipos de implantes en el cuerpo, la hiperconectividad, el tiempo, el dinero y sus modificaciones, la crianza de los niños y la problemática de los adolescentes, entre otros ejes.

¿Se está viviendo la era de la tecnofilia? Hazaki lo afirma pero, a la vez, entiende que, a partir de la pandemia del Coronavirus, se produjo una cierta fisura en esa tecnofilia. “Se empezó a demostrar que todos los sueños tecnofílicos, esto de quedarte en tu casa, de trabajar desde tu casa y que las máquinas te resuelvan todo, ahora que el hogar ha sido una imposición durante un año, hay ciertas ilusiones que se están poniendo en cuestión”, dice en la entrevista con Página/12. Cita como ejemplo que los chicos del secundario, cuando les dijeron que no había que ir al colegio, se pusieron contentos porque imaginaron que lo que venía era estar en sus casas jugando todo el tiempo a la Play (aquellos que tienen, por supuesto). “Y lo que parecía una cosa maravillosa, a los tres o cuatro meses empezó a ser una situación muy angustiante porque extrañaban el contacto con los amigos. Y ahora están podridos de la Play. Empieza a haber fisuras. Ese enamoramiento que hubo hasta no hace mucho con lo tecnológico, con la pandemia se ha empezado a fisurar”, afirma Hazaki.

-También menciona en el libro las dificultades que genera el mundo cyborg en los vínculos laborales, ya que la híperconectividad hace que la tarea vaya con uno a todas partes. Hoy se está viviendo eso a partir de la pandemia. Incluso se sancionó la ley del teletrabajo para regular el abuso laboral.

-Exactamente. Tipos como Mario Pergolini pusieron el grito en el cielo, pero en todos los países donde estas leyes intentan llevarse adelante, hay un lobby muy fuerte de las grandes empresas de internet. Porque esas regulaciones, si llegaran a funcionar, les quitarían algo de esta usurpación que han hecho de todo el tiempo del trabajador. El teletrabajo se transformó en que el trabajador trabaja más. Y no sólo trabaja más sino que lo hace por la misma plata.

-¿Hoy hay países en los que los trabajadores aceptan que les implanten un chip en su cuerpo para ser monitoreados en todo momento por las empresas en las que se desempeñan?

-Sí, en 2010 en El cuerpo mediático yo había denunciado esta situación en relación con Australia. Y estaba prohibido hablar de eso. Eso que en el 2010 era un secreto, hoy muestra que hay empresas que hacen rituales. Hay un nuevo ritual de iniciación en la clase trabajadora: las empresas van convenciendo a los trabajadores de que les pongan el chip y con cada uno que intenta ponérselo (sirve para abrir puertas, prender luces, prender computadoras), la empresa hace una fiesta. Es como un nuevo ritual de iniciación.

-¿Es mayor la tecnofilia en aquellos que son nativos digitales?

-Bueno, los nativos digitales no conocieron otra cosa. Vienen de familias analógicas que estuvieron tan enamoradas como los chicos de la tecnología. Por eso, en vez de contarles un cuento, les dan una tablet a la noche, o máquinas de juegos electrónicos para que duerman solos. Por supuesto que las nuevas generaciones tienen una facilidad porque esa relación es constitutiva de su ser. Los que tenemos dificultad con esto somos los analógicos, pero eso no quiere decir que no tengamos enamoramiento con el celular porque acá el celular lo usa todo el mundo en todo momento, y es así. En el libro cito un ejemplo de chicos que son dejados en los autos por los padres y que mueren ahí porque los mayores van a hacer una compra al supermercado, el chico se deshidrata y sucede. Hubo muchos casos. Muchos de ellos en Israel, en el momento más crítico de la guerra. Entonces, empezaron a buscar soluciones. Una de las soluciones que consideraron más eficaces fue: "Usted ponga al chico en el asiento trasero y arriba del chico ponga su celular". Cuando se baja, no se va a olvidar al chico porque va a ir a buscar el celular.

-Generalmente tiende a hablarse bien o mal de las máquinas y la tecnología, pero estas no tienen moral: no son buenas ni malas. Eso depende de cómo se utilizan y en eso la responsabilidad es de los seres humanos. ¿Coincide?

-Vamos por partes. Primero, tenemos que formular una antepregunta: ¿Estas máquinas son herramientas o son prótesis? Si son prótesis ya no estamos hablando de lo mismo. Es la tecnología inserta en el cuerpo y el cuerpo con engrandecimiento yoico en función de esa relación yo-mundo, de ese mundo ampliado, de esa realidad aumentada. Ahora, el problema con las tecnológicas es que los capitalistas, que son los dueños, son el problema. Lo que producen no son las máquinas por sí mismas sino al servicio del gran capital. De hecho, las fortunas más grandes del mundo hoy son todas de empresas tecnológicas. Ahí es donde hay que poner la mirada. Cuando se produjo la Revolución Industrial en Inglaterra, y empezó el tejido con vapor, los luditas se la agarraron con las máquinas porque veían que los laburantes se quedaban con menos trabajo. Rompían las máquinas, hacían sabotaje o quemaban los talleres. Después, se avivaron que el problema no eran las máquinas: el problema eran los dueños de las máquinas. Y de ahí surgieron los sindicatos.

-¿Cree que es posible que hoy se dé una situación como la de la película Her, en la que un hombre se enamora de la voz de una computadora?

-El amor virtual tiene mucho de eso, y más en épocas de pandemia. Empezaron a sugerir que la norma sexual fuera el sexting, a través de una pantalla, sobre todo en aquellas personas que viven solas. Hubo países -Inglaterra fue uno de ellos- que empezaron a formular que la normativa sexual, el sexo normal, hoy sería el sexting. Eso sería un sexo que preservaría a los seres de la Covid. El amor virtual tiene mucho de eso. La carga erótica en el sexting es muy grande, pero muchas veces, o la mayoría de las veces, es una relación que se frustra a poco tiempo de que se encuentren los cuerpos. Hay muy pocos datos de gente que se encuentra y arma situaciones después de esa relación virtual.

-¿Las redes sociales crean una suerte de personalidad virtual en algunos usuarios? La duda es porque si bien la comunicación es virtual, las sensaciones y las emociones son reales. Hoy si un joven chatea por Facebook con una chica es probable que si ella le "clava el visto", el joven sufra. Y ese sufrimiento es auténtico. Pero a la vez todo eso invita a simulacros de quién es realmente una persona.

-Sí. Primero, mucho de lo virtual, como presentación en las redes, en los lugares de ligue, en general es como armar un currículum. O sea, vos ponés, como el pescador tira el anzuelo: "Sabe inglés, hace esto, hace lo otro..." Sobre cosas reales hay mucho que se infla. Y armar un perfil por ahí hoy es una de las sabidurías para tener mayor éxito. Hay una primera parte que viene medio programada. Uno se inventa, se recrea o se engrandece para atraer. Después, las emociones son intensísimas porque la movilización afectiva sigue existiendo y las máquinas, así como traen tremenda cantidad de compañía, al final, en última instancia te dejan solo. O estás solo. Cuando te das cuenta de que estás solo, buscas soluciones que mayormente son vacías desde lo afectivo. No porque la gente no se encuentre y no tenga sexo sino porque hay un vaciamiento. En la película que mencionás, Her, el señor primero tiene a la noche un encuentro de sexo telefónico con una mujer y él está en la cama, y se queda desconcertado. Y a la mañana siguiente es cuando compra el programa de la computadora.

-La tecnología hoy puede provocar cambios en el cuerpo. ¿Qué lugar ocupan el mercado y el marketing en esto? Porque el marketing del quirófano parece decir: “Venga con el cuerpo que tiene y váyase con el que desea".

-Sí, es un laboratorio tecnocientífico, donde la medicina está muy imbricada. Ya hay gente que plantea que a los hijos no hay que tenerlos más en el útero de una mujer sino que se pueden gestar dentro de una máquina. Hay mucho de llevar toda la humanidad hacia una humanidad cada vez más cyborg. Cuanto más cyborg, más relación hay con la necesidad de seguir siendo tecnofílico.

-¿En qué medida se puede asegurar que los límites orgánicos van a estar superados por máquinas que se integran al cuerpo?

-Ya hay. Hay soldados que hoy se comunican sin palabras, a través de un chip que se ponen en la cabeza, que es de recepción. Y los tipos no hablan. Sería como la telepatía. Ese es un ejemplo extremo de esa cuestión. Ahora, la lógica cyborg es que todo va a seguir avanzando. No es que esté mal en sí porque en una cultura no podés decir: "Volvamos para atrás". En general, no se vuelve para atrás en el avance científico. Lo que hay es un aprovechamiento de ese avance científico que no es solidario de ninguna manera. ¿Por qué se agudiza la desigualdad? ¿Por qué se agudiza la diferencia entre ricos y pobres? Algo tiene que ver todo este mundo tecnológico, organizado por grandes capitales. Es un cambio en el capitalismo muy radical.

-Mucho se ha hablado del hombre-máquina como una suerte de metáfora de la potencia sexual. ¿Qué lugar ocupan hoy en día las tecnologías en la sexualidad?

-Todo lo que se te ocurra. Siempre hay una genealogía, siempre hay cosas previas. Se pueden buscar mitos, hitos o situaciones que abren una cuestión y que permiten que eso después siga algún camino. Hoy hay algunos cotillones sexuales que los tiene una persona en París, por ejemplo, y otra persona estando en Buenos Aires se los mandó, pero el comando lo tiene esa persona que está en Buenos Aires. Entonces, toda esa sensibilidad que se produce en ese otro cuerpo (un orgasmo, por ejemplo), está organizado desde Buenos Aires. Y la sexualidad virtual, con aparatos y dispositivos hace que dos personas que están en dos lugares totalmente distintos, a partir de esta realidad virtual, sientan sensorialmente el contacto con ese hombre o con esa mujer o quien sea de un hiperespacio. Todo lo que nosotros pudimos creer que la ciencia ficción exageraba, hoy es prácticamente posible. De hecho, en las grandes compañías se insiste en que los trabajadores, los ingenieros sobre todo, lean ciencia ficción, como una manera de estimular la creatividad.

-¿Cuáles son las principales consecuencias de la hibridación entre los seres humanos y las máquinas en la infancia?

-Muchísimas. La primera es que aparecen islas de soledad; primero, en las familias. Ahora casi no se puede hacer porque hay menos posibilidad de ir a un restaurante, pero antes de la pandemia, vos veías cuatro personas, dos chicos y dos grandes comiendo, cada uno mirando su celular. No había diálogo. O si había era por WhatsApp. En un hogar, si hay dos o tres hijos en habitaciones distintas, y alguien está preparando la comida, no se los va a buscar ni se los llama: se les manda un WhatsApp. Esto hace una dependencia muy intensa. Y esa dependencia muy intensa conduce a la ansiedad más primaria. Si vos estás tan entrenado que pensás: "O me contesta al toque o no me está dando bola", estás todo el tiempo, aunque no lo pienses, amenazado por cierto abandono primario. Eso en las relaciones amorosas se da. Y entre los chicos también se da. Después, aparecen los usos de las venganzas, como pasar WhatsApp o videos por despecho dentro de un grupo que producen mucho dolor, como pasa en el cyberacoso o el bullying. Son armas. Hay cosas así ya en los chicos de 5º o 6º grado. Como los dispositivos son su vida, hay muchas cuestiones que se dan así. También hay chicos que han aprendido a usar las tarjetas de crédito de los padres, por lo que sea, y tienen los códigos, sobre todo los más chicos. Y usan esas tarjetas para comprar ascensos en un juego. Si llega a determinada etapa de un juego y no puede avanzar porque necesita tal arma, entonces si pone la cuota de 99 centavos (como se llama en Estados Unidos) el juego automáticamente toma ese dólar, le da ése arma y el chico sigue jugando, con un estado de excitación que no puede parar. Entonces, hay muchas situaciones en las que los padres se encuentran con que los hijos gastan dinero a ocultas de ellos, siendo chicos muy chicos, de 8 o 9 años.