Connie Ramos vive en Nueva York, es hija de mexicanos y, en las primeras páginas de Mujer al borde del tiempo recibe dos visitas. Una es Dolly, su sobrina, que viene huyendo de su marido y fiolo, un puertorriqueño que la golpea; la otra es una presencia que aún no puede descifrar y parece acechar su modesto departamento. Connie –Consuelo-- la viene pasando mal desde hace años: durante el duelo por un novio muy querido maltrató a su hija y una asistente social decidió que debía darla en adopción. Esa crisis, además, la llevó a su primera internación psiquiátrica. Antes sufrió violencia obstétrica, tuvo parejas violentas y trabajos varios, sobre todo como empleada de limpieza, que rara vez le permitían darse el lujo de comprar un poco de carne. La irrupción de Dolly termina mal: el proxeneta, Geraldo, quiere obligarla a abortar su embarazo. La pelea física que sigue a la discusión termina con Connie otra vez internada en un instituto psiquiátrico acusada de agresiones que no cometió; al contrario, que recibió. Connie es una protagonista impactante por muchos motivos pero sobre todo porque es una mujer chicana, pobre, envejecida antes de tiempo, inestable y con sobrepeso: su sola presencia es una exploración de clase y una toma de posición, la encarnación del racismo estructural inseparable de la pobreza en Estados Unidos. Esta mujer ignorada y maltratada tiene, sin embargo, un poder único: la capacidad de viajar en el tiempo. Esa presencia que estaba en su casa cuando la invadieron sus violentos parientes es Luciente, una andrógina de 2137 que consigue ponerse en contacto con Connie y la lleva a visitar el futuro.

Mujer al borde del tiempo, clásico de la ficción especulativa feminista, se publicó por primera vez en 1976: su autora, Marge Piercy es una de las menos citadas y reivindicadas entre las escritoras feministas de género de su época (Ursula K. Le Guin, Joanna Russ, James Tiptree Jr, y un poco más tarde Margaret Atwood, son todas más conocidas que ella), quizá porque la crítica la consideró demasiado didáctica.

La situación de Connie, internada, dopada y sometida a muchas vejaciones en la clínica (un poco a la manera de Atrapado sin salida de Ken Kesey) hoy se puede leer como cierto lugar común del maltrato en las instituciones, aunque en ambos casos se trata de experiencias de primera mano o de investigaciones y entrevistas con internos. En la bruma de la droga, Connie va hacia el futuro de Luciente, que es una utopía feminista y progresista: los hijos se crían en comunidad –y se conciben fuera de los cuerpos--, todas las personas son andróginas y no tiene nombres que indiquen su sexo biológico, son ecologistas, respetan la locura y la integran, siguen los rituales de la muerte y la iniciación de los jóvenes, son diversos y conviven en la multiculturalidad. A Connie, al principio, este mundo le parece arrogante y algo frío: ¿cómo una mujer no quiere ser madre? ¿cómo no se enamora con pasión? Luciente y sus compañeros le explican por qué el amor no debe significar la entrega desaforada y por qué “madrar” no es un atributo femenino. (Es bueno recordar, además, que estas discusiones que persisten en el feminismo no son novedosas, ya se daban hace 45 años). Marge Piercy es lo contrario a una feminista transexcluyente y esencialista: el mundo utópico que imagina es un anarquismo “ligero”, sobre todo si se lo compara con la otra utopía de época escrita por una mujer, la pesimista Los desposeídos de Ursula K. Le Guin, con su mundo mucho más disciplinado y austero. En cambio, el futuro de Mujer al borde del tiempo es casi idílico, el pueblo llamado Mattapoisett que Connie visita es precioso, abundan los días festivos, se consumen comidas y objetos de lujo como excepción pero con enorme gusto y se le da importancia a la apariencia, no de una manera consumista o frívola, sino por puro placer o diversión. Hay una guerra lejana que enfrenta a capitalistas tardíos, pero está asordinada, salvo en algún pasaje.

La novela, larga y esquemática –cada viaje implica un aprendizaje; cada regreso al hospital, un retroceso hacia otro futuro posible, de control y polución y brutal división de clases, que Connie también vislumbra-- tiene el problema de una estructura que se vuelve repetitiva, pero también tiene grandes momentos y personajes, sobre todo cuando abandona ese ida y vuelta: la historia de Piernas, el chico gay que recibe tratamiento de electroshock en el hospital y elige el suicidio antes que dejar de sentir y renunciar a su identidad; la huida de Connie por un paisaje suburbano de autopistas y bares desolados, de trabajadores agotados y solidaridad nula; una visita a casa de su hermano donde es tratada como una sirvienta y una loca; la recordada relación con su novio muerto, un hombre negro y ciego y ladronzuelo con quien el sexo era pura delicia. Es cierto: Mujer al borde del tiempo abunda en el trazo grueso pero se trata de una novela pensada como un best-seller y escrita desde la barricada. La colección El origen del mundo que publicó la novela se dedica a ficción especulativa y teoría feminista con la intención de activar voces disidentes o menos escuchadas, al menos en castellano: tienen autoras que son un éxito como Donna J. Haraway pero también otras injustamente poco conocidas en nuestro idioma como la activista y escritora negra bell hooks o la enorme Octavia Butler.

Marge Piercy tiene hoy 84 años y nació en Detroit, Michigan: es hija de obreros y heredera de una tradición de lucha sindical que incluye a un abuelo asesinado cuando organizaba a trabajadores panaderos. A los 17 dejó su casa y fue la primera de su familia en acceder a la universidad. A los 23 años se divorció de un hombre que, suele repetir, no aceptaba su libertad sexual ni respetaba su dedicación a la literatura. Vivió en Chicago y en la pobreza y se unió al movimiento por los derechos civiles. En la ciudad conoció a su segundo marido, con quien sí tuvo la pareja abierta que deseaba, y decidió, con Simone de Beauvoir como modelo, que su literatura sería política y feminista. El matrimonio tuvo problemas, intentaron salvarlo mudándose a Cape Cod, pero para 1976, cuando se editó Mujer al borde del tiempo, estaba acabado. En estos años Piercy profundizó sus lazos con la comunidad judía y el movimiento de mujeres; también se consolidó con casi cuarenta libros entre poesía, no ficción, novela y autobiografía. Se volvió a casar y vive con su compañero en Cape Cod: escribe con mucha frecuencia en su blog y en su último posteo, cuenta lo complicada que está la cosa para conseguir un turno para la vacuna (también escribió sobre la ceremonia de asunción de Biden y confesó que Lady Gaga y su versión de “Amazing Grace” la hizo llorar, “algo que sorprendió a esta vieja endurecida”). Mujer al borde del tiempo conserva el impulso militante que encendía entonces a Piercy y Connie, la inolvidable protagonista, es la mujer que necesita recuperar su autoestima, su vida y su deseo para poder imaginar qué quiere: para ser capaz de pensar un futuro.