¿Todas las vidas importan? Está claro que no: ni siquiera todos los femicidios generan la misma conmoción social porque, todavía --y pese a todo lo construido por los transfeminismos en los últimos 35 años en la Argentina-- hay una tolerancia al poder patriarcal ejercido de determinadas maneras, sobre determinadas existencias. Que algunos crímenes resulten intolerables es también un llamado de atención. La aparición del cadáver de Ivana Módica tras la confesión de su ex pareja, otro agente de una fuerza de seguridad femicida, fue una confirmación. Javier Galván había querido desviar la investigación, y fue detenido. Acorralado por las evidencias en su contra, develó adónde había dejado el cuerpo de quien era su pareja. 

Salir del círculo de la violencia machista nunca es un camino lineal, y mucho menos fácil. Por eso, todos los tratados internacionales y la ley 26485 establecen que deben existir equipos interdisciplinarios y políticas concretas para apoyar ese camino de libertad. Quizás sea reiterativo recordarlo, pero es necesario: la violencia machista comienza por minar la autonomía de quien la vive. Desde la prohibición de trabajar, pasando por el alejamiento de sus afectos, la dependencia afectiva, son todos aspectos que se despliegan en particular en cada situación, siempre presentes.

Hay que subrayar y destacar todos los días las deficiencias del Estado: la falta de una escucha activa --y relevante, como señala la especialista Ileana Arduino-- en la justicia, pero también la necesidad urgente de dispositivos de acompañamiento eficaces para salir de una situación de violencia. Más del 50 por ciento de los femicidios son cometidos por parejas y ex parejas de las víctimas.

Hay otros, y quedan menos inscriptos en la memoria colectiva: en Rosario, en agosto de 2020, Lorena Riquel fue asesinada a golpes. Era feriante, iba a las marchas con la columna de la Corriente Clasista y Combativa y, cuando la necesidad de dinero lo imponía, realizaba trabajo sexual en una esquina. Su familia no lo sabía, pero había compartido noches con algunas compañeras. Lorena Riquel había cumplido 39 años. No fue pancarta, no se convirtió en un grito de hastío nacional.

La pregunta siempre es al Estado, porque tiene la obligación de cumplir los tratados internacionales que forman parte de la Constitución Nacional, como la Convención para la Eliminación de Toda Forma de Discriminación hacia las Mujeres, un instrumento jurídico firmado en 1979. 

Pero es necesario también preguntarse por qué la sociedad tolera las violencias, y cuándo, cuáles, le resultan intolerables. ¿Cuántas personas están dispuestas a reconocer que piensan que las mujeres exageran? Parece que sólo puede registrarse la gravedad de una violencia si hay golpes, o más tarde aún, cuando se comete el femicidio. 

Y hay muchas más preguntas para desplegar: ¿La violencia patriarcal es solo una cuestión entre varones y mujeres? ¿La raza, la clase, la orientación sexual no forman parte de esa estructura social que violenta siempre y a veces mata? ¿Por qué los travesticidios no generan el mismo repudio? 

Por supuesto que un femicidio como el de Úrsula Bahillo genera identificación y bronca. Además, pone el acento en problemas urgentes. Uno de ellos es que las denuncias se hacen, pero muchas veces no hay quién las escuche con eficiencia. La falta de recursos, la tardía asignación de un botón de pánico, la protección corporativa en las fuerzas de seguridad: uno de cada cinco femicidios es perpetrado por un integrante de esas fuerzas. La impunidad. Son situaciones que sufren miles de personas cada día, trabajadoras, migrantes, travestis, lesbianas. Y afuera de los despachos judiciales, también hay poca disposición a escucharlas. Cuando las matan, la noticia indigna apenas unos minutos. 

La costumbre sedimenta un estado de cosas que se puede medir: 51 femicidios desde que comenzó el año, según el Observatorio Lucía Pérez. Los nombres propios que conocemos son pocos: la mayoría de esas víctimas son una noticia más de un flujo incesante. ¿Cómo hacer para que no se naturalice? Los transfeminismos salen a la calle, debaten, gritan, patalean, reclaman políticas públicas. 

Los femicidas son responsables de sus crímenes, y eso es lo más claro, lo que cuesta más instalar es que la sociedad también es femicida, cuando mira para otro lado ante las violencias previas. Hasta que todas las vidas importen, habrá que insistir.