Hay violencia ahí donde la palabra pierde su eficacia como mediación simbólica. La posición machista implica la no aceptación de la pérdida, la ilusión de la posesión irrestricta, la creencia de que puede haber un “objeto” prometido, armónico a la pulsión y que se puede poner sustancia allí donde debería haber insustancialidad y vacío, es decir, deseo. 

Pero la grieta estructural, constitutiva del sujeto humano es ineliminable y siempre aparece algo que la presentifica. El amor, si bien tal como describe uno de los personajes asistentes al Banquete de Platón, crea la ilusión de un completamiento, de la reunión de las dos mitades, a la vez no deja de conducir al amante al sufrimiento, al temor a perder al ser amado, dada la imposibilidad de posesión irrestricta del “objeto” amoroso, es decir, el enamoramiento como aquello que paradójicamente viene a inmiscuirse, a arruinar la ilusión de la totalidad narcisista, sobre todo en la época actual en la que el capitalismo hace la promesa a los sujetos de anular la pérdida, la falta estructural. Podríamos decir: en esta época todo está permitido, menos el amor

Freud ya decía que en el enamorado se produce un empobrecimiento del yo, una pérdida narcisista que establece no pocas veces una posición de debilidad ante el amado. De allí la proliferación actual de las relaciones efímeras, ocasionales, descomprometidas, temerosas frente a la posible aparición del amor y a todo lo que representa. Hay actualmente fobia de muchos hombres frente a las mujeres, una necesidad de huida. Recordemos el donjuanismo. El Don Juan es un personaje en el cual el pretender tenerlas a todas, es una estrategia para tener a ninguna y huir de la mujer, o sea, evitar la ligazón amorosa.

Por otra parte no hay individuo más débil e inseguro (y al mismo tiempo más peligroso) que el machista que al no tener autoridad tiende a ejercerla. Es decir, autoridad y autoritarismo son cosas opuestas. La única autoridad posible radica en la palabra y quien la tiene no necesita ejercerla, se trate de hombres o mujeres. El autoritarismo, por el contrario, muestra el fracaso de la palabra, la pérdida de la eficacia del lenguaje en las relaciones humanas, el desconocimiento del otro, la necesidad de confinar al otro a la categoría de “cosa” a la que se pretende manipular y someter. Y como en el machista la palabra (el acuerdo, el consenso) es impotente, pasa al acto, al cortocircuito del lenguaje, a la violencia verbal o física. Todo un tema actual. 

A esto se le suma el hecho de que las actuales lógicas neoliberales, que promueven la desvirtuación y transformación de los Estados democráticos en meras instancias gerenciales al servicio de los intereses corporativos de la economía, han ocasionado intencionalmente la anomia y la desregulación en todos los órdenes de la vida cotidiana, a la par que invitan a ir hacia un goce mortífero irrestricto, sin límites ni barreras de sujeción. 

Se ha hecho creer a los ciudadanos, que no hay falta constitutiva y que “todo es posible”. La caída de los ordenamientos simbólicos, la devaluación de la palabra, la pérdida de los consensos y acuerdos civilizatorios, dejan a los individuos inermes frente al malestar. Se ha querido hacer creer que toda ley simbólica, toda regulación, todo control, atentarían contra “las libertades individuales”. 

De esta manera, a partir de un malentendido intencional, se instala en muchos la idea de que nada ni nadie puede impedirles la realización de sus tendencias pulsionales inmediatas, por ejemplo, la “libertad” para saquear, explotar, esclavizar, precarizar el trabajo, fugar capitales, evadir impuestos, invadir países. Ello, trasladado al plano de lo individual, se traduce en la “libertad” para violar las reglas de la convivencia, desconocer los límites de las conductas, someter a los otros, matar a las mujeres, etc. En síntesis, la promoción de la desproporción, el exceso, la desmesura, la trasposición de los límites civilizatorios. Y cuando alguien intenta poner un freno al desborde pulsional y al cumplimiento del goce incondicional, debe ser inmediatamente suprimido de la escena. 

El ejemplo de La intrusa

Pero retornemos a la reflexión sobre el machismo desaforado, que es parte de las mismas lógicas de apropiación irrestricta y sin condicionamientos sobre los que se asienta la subjetividad neoliberal.

Un cuento de Borges viene a ejemplificar en gran medida lo que decimos: “La intrusa”, del libro El informe de Brodie, de 1970. El relato trata de dos hermanos, los Nilsen, orilleros de Turdera e inseparables el uno del otro. Un día el mayor, Cristian, llevó a vivir con él a una mujer, la Juliana Burgos. Eduardo, el menor de los Nilsen, los acompañaba al principio. Luego él llevó también a su casa a una muchacha pero la despachó a los pocos días. Eduardo comenzó a emborracharse solo, no se comunicaba con nadie. Estaba enamorado de la Juliana. Una noche, al volver tarde del almacén, encontró al caballo de Cristian atado al palenque. Cristian le dijo a Eduardo: “Yo me voy a una fiesta en lo de Farías. Ahí la tenés a la Juliana; si la querés usala”. Dice el narrador: “Cristian se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó el caballo y se fue al trote. Desde aquella noche la compartieron…” 

El arreglo anduvo por unas semanas. Los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, pero encontraban razones para no estar de acuerdo y discutían por cualquier cosa. Sin saberlo se estaban celando. Dice el narrador: “En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle más allá de la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba”. 

A los días la subieron a la carreta y la vendieron en un prostíbulo de Morón. Dice el narrador: “…los Nilsen, perdidos hasta entonces en la maraña de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado en injustificadas, o harto justificadas, ausencias. Poco antes de fin de año, el menor dijo que tenía que hacer en la Capital. Cristian se fue a Morón; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro esperando turno. Parece que Cristian le dijo: -de seguir así vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano”. Se la compraron a la patrona por unas pocas monedas y se la llevaron nuevamente a la casa. La infame solución había fracasado. Dice el narrador: “Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande- ¡quién sabe qué rigores y qué peligros habían compartido”. A fines de marzo Cristian le dijo a Eduardo que volvía del almacén: “-Vení, tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo…”. Prosigue el narrador: “El comercio del Pardo quedaba, creo, más al sur; tomaron el camino de Las Tropas, después por un desvío. El campo iba agrandándose con la noche. Orillaron un pajonal; Cristian tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro: -A trabajar hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará más perjuicios. Se abrazaron casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo: la mujer sacrificada y la obligación de olvidarla.”

Estos hombres no podían aceptar que la mujer no fuera más que una cosa entre las cosas, un objeto como cualquier otro, como el caballo, el apero, la rastra. Querían la posesión de la “cosa”, pero la posesión es exclusiva y ellos eran tres y, el deseo es lo que viene a descompletar y a mostrar la “castración” y la falta. Es el enamoramiento lo que rompe la pretendida armonía de los Nilsen. El amor es un problema hoy para la promesa capitalista de un Otro no barrado. Pero la gente es obediente y se somete al mandato mientras puede, es decir, mientras no se enamora. Pensemos, insisto, en las relaciones efímeras, alejadas de la presencia del deseo, en los intercambios desexualizados en las redes sociales de Internet, en la fobia de algunos hombres hacia las mujeres.

“Serás mía o serás de nadie”, es común que digan hoy los hombres violentos a sus novias o ex-esposas un tiempo antes de cometer el femicidio. “Serás mía o serás de nadie”, como si acaso fuera posible poseer a una mujer o que una mujer pudiera ser realmente de alguien. Nunca lo será, no obstante las actuales promesas de posesión y completamiento que hace el capitalismo. Pueden existir sí muchas relaciones sexuales, encuentros y desencuentros amorosos, vínculos más estables o menos estables, pero, como dice Jacques Lacan: “no hay relación sexual”, es decir, correspondencia absoluta entre los sexos, posesión del otro. La no aceptación, por parte del hombre machista, del hecho de que “no hay relación sexual” (aunque pueda haber muchas relaciones sexuales y amorosas), suele terminar hoy en el asesinato. La frase “serás mía o de nadie” revela la no aceptación de la falta estructural de la condición humana.

La violencia paradigmática

El actual incremento de la llamada “violencia de género” no es ajeno a los otros modos de violencia que proliferan en la superficie contemporánea y se inscribe en las lógicas de la época. Sin embargo es válido hablar de la violencia de género como una violencia específica, ejercida sobre el cuerpo de la mujer, ejecutada con saña, destinada a ultrajar y dejar marcas en el cuerpo femenino, dirigida hacia lo que implica el deseo, es decir, una violencia que intenta abolir la castración simbólica y que conlleva un odio al vacío estructural de la condición humana, a la falta constitutiva del sujeto.

La economía psíquica edificada en torno de la “represión” freudiana, dio paso hoy a una organización libidinal donde el mandato es la exhibición del goce (que implica la declinación del deseo) sin recortes ni condicionamientos, es decir, las conductas psicopáticas y violentas. Pero no estamos hoy ante la presencia de un sujeto más libre, sino ante una nueva forma de sometimiento, que implica la obediencia al imperativo de ir por todo, o sea: la desproporción, el exceso, la desmesura, la abolición de los límites, la ilusión de que la posesión del “objeto” es posible, de que nada ni nadie debe interferir el paso hacia la fusión con el “objeto”, en definitiva: el más allá del principio del placer y la pulsión de muerte.

Reitero, hay violencia ahí donde la palabra pierde su eficacia y lo simbólico fracasa en su función de mediación y pacificación. El aumento exponencial de la violencia es en definitiva consustancial a la declinación de la función pacificadora de la palabra y a la dificultad actual para el alojamiento del sujeto en el gran Otro de la cultura. 

Frente a esa ausencia de inscripción del sujeto en lo simbólico, lo que se producen son los “pasajes al acto”, la descarga directa, los golpes, la agresión. La actual violencia de género se inscribe también en las nuevas formas de los síntomas, caracterizados todos ellos por esa dificultad para hacer pasar el malestar y la frustración por el desfiladero del lenguaje. 

Los Nilsen no hablan de sus conflictos subjetivos ni de sus enamoramientos y de sus celos, del deseo hacia una mujer, deseo que viene a mostrarles la falta constitutiva de la condición humana. Ellos directamente pasan al acto, la matan, como la única forma posible de posesión efectiva. Los Nilsen no relatan, no cuentan, no tramitan su frustración por la vía del lenguaje, no componen, como en el tango, letras de canciones que los alivien y les hagan un poco más soportable la pérdida, por decirlo de algún modo.

Lo que está en el horizonte no son las representaciones psíquicas, sino la relación directa, no mediatizada con ese “objeto” que debe ser poseído a cualquier precio y sin pérdida alguna como tan bien lo ilustra el cuento “La intrusa”, de Borges. Dicho en palabras más sencillas: existe ahora una cierta imposibilidad para representarnos las cosas, para utilizar la dimensión metafórica del lenguaje y crear una historia, un relato, una fantasía, una novela familiar que nos permita hacer más tolerable la frustración.

Por eso la creciente violencia de género, si bien es una violencia específica ejercida contra lo que implica una mujer, no debería ser considerada en forma descontextualizada de las actuales condiciones de lo social y de los otros tipos de violencia que proliferan en la superficie contemporánea. 

El aumento de la violencia de género, no deja de ir en la misma dirección que el crecimiento de la violencia en el tránsito, la agresividad en la vía pública, etc., y se inscribiría en un actual trasvasamiento y franqueamiento de los límites que incluyen la progresiva descomposición del lazo social y la prevalencia del “más allá del principio del placer”, o sea, el despliegue de la pulsión de muerte. 

En todo caso, la violencia de género, aun cuando sea una violencia específica, ejercida sobre el cuerpo de la mujer y destinada a ultrajarlo, a dejar marcas, constituiría el paradigma que permitiría entender a la vez las otras formas de violencia, signadas hoy en día por la no aceptación de la pérdida.

*Escritor y psicoanalista