En su última intervención pública en el estadio Franso Hariri de Irbil, durante el reciente viaje a Irak, el papa Jorge Bergoglio dijo que "para limpiar nuestros corazones, tenemos que ensuciarnos las manos, sentirnos responsables y no simplemente mirar mientras nuestros hermanos y hermanas están sufriendo". Pocos días antes de cumplir ocho años como máxima autoridad de la Iglesia Católica  Francisco ratificó con palabras y hechos una de las líneas rectoras de su pontificado: transformarse en “peregrino de la paz”, es decir, un permanente luchador por la paz en un mundo que él mismo diagnostica como convulsionado.

Guerra mundial por partes

Para el papa argentino estamos atravesando un momento de la humanidad donde la fragmentación y los conflictos permanentes impiden el desarrollo de condiciones de convivencia fraterna. Lo expresó de diferentes manera en su encíclica tutti.html">Fratelli tutti , pero lo señala también en sus reiteradas alocuciones públicas. El 13 de setiembre de 2014 durante la homilía que pronunció en el cementerio militar de Fogliano Redipuglia (Italia), donde acudió para recordar a los caídos de la Primera Guerra Mundial y a los damnificados por todos los conflictos bélicos, el Papa sintetizó que "hoy, tras el segundo fracaso de una guerra mundial, quizás se puede hablar de una tercera guerra combatida ‘por partes’, con crímenes, masacres, destrucciones". .

Frente a ese diagnóstico Bergoglio decide, en primer lugar, comprometerse personalmente en la búsqueda de soluciones a los conflictos y de una manera poco antes conocida en la historia del papado. A poco de asumir se involucró directamente en la situación siria pidiendo a los líderes del mundo profundizar el diálogo en busca de una solución.

Y a partir de allí son numerosas las ocasiones en las que Francisco, con éxitos y fracasos, jugó su prestigio personal y también el peso institucional de la Iglesia Católica para encontrar caminos que garanticen la paz. Solo a modo de ejemplo vale recordar que intentó acercar a israelitas y palestinos, e hizo los mayores esfuerzos en busca de la paz en Colombia entre el Estado y las FARC. En diciembre de 2014, Estados Unidos y Cuba anunciaban un restablecimiento de las comunicaciones entre ambos países tras más de 30 años de conflicto. Sin negar el gran papel de Barack Obama y Raúl Castro en este hito, lo cierto es que Jorge Bergoglio fue el gran mediador en las sombras.

Frente al escenario de la guerra “por partes” el Papa se ha dado una doble estrategia. La primera consiste en sumar voluntades de las grandes religiones monoteístas (judíos, musulmanes y cristianos) y sumar el liderazgo de sus principales referentes a favor de este propósito. Con ese objetivo mantuvo frecuentes reuniones con autoridades de diferentes credos y formuló expresamente su pensamiento en noviembre de 2018 cuando, en visita a Myanmar y con motivo de un encuentro con líderes religiosos sostuvo que “la paz se construye en el coro de las diferencias. La unidad siempre se da con las diferencias” y que “la paz es armonía”. .

Para el Papa ha sido particularmente importante la búsqueda del diálogo y el acercamiento con el Islam.

Muy significativo fue el encuentro interreligioso concretado con motivo de la reciente visita a Irak del pasado 6 de marzo interreligioso.html">en la llanura de Ur, considerada la tierra del profeta Abraham y origen del judaísmo, el islamismo y el cristiano. Allí el Papa pidió que, frente a la “tempestad rememos juntos todos en la misma dirección”. 

La alianza con los movimientos populares

El primer viaje de Francisco después de su elección fue a Lampedusa el 8 de julio de 2013  a encontrarse con los inmigrantes expulsados de sus tierras, los “descartados” como el mismo Bergoglio los calificara en otro momento. En esa ocasión el Papa advirtió que “la indiferencia hacia los otros lleva a la globalización de la indiferencia”. En ese gesto en el amanecer de su pontificado Francisco trazó una línea: la reafirmación de la opción por los pobres que ha sido característica de la iglesia latinoamericana (64% de los católicos del mundo) y un llamado a la solidaridad y a la responsabilidad colectiva frente a quienes resultan despreciados y segregados de la sociedad.

Un argumento que desplegó teórica y magisterialmente en varios documentos, pero sobre todo en los que han sido los dos textos ejes de la enseñanza papal tutti.html">Fratelli tutti  (2020) y Laudato Sí  (2015).

En esos textos el Papa plantea duras críticas a la sociedad capitalista desde una perspectiva cristiana y sumamente aferrada a la doctrina social de la Iglesia surgida del Concilio Vaticano II (1962-1965) y profusamente trabajada en la Iglesia de América Latina en conferencias generales como la de Medellín (1968), Puebla (1979) y Aparecida (2007). Al margen de estas instancias institucionales la mirada de Bergoglio abreva también en las llamadas teología de la liberación y teología del pueblo, enraizadas en la práctica pastoral de las comunidades católicas comprometidas con los sectores populares.

Sin embargo, está claro que Francisco no es un revolucionario, ni pretende serlo. Podría decirse que se trata de un reformista moderado que tiene una mirada sumamente crítica sobre el capitalismo y la sociedad actual y que opta por ponerse del lado de los pobres. Y en ese sentido hace también una opción política, eligiendo como aliados y protagonistas a los movimientos populares de todo el mundo, entendiendo que en estas organizaciones está el germen del cambio posible. Durante lo que lleva de su pontificado Francisco convirtió en una habitualidad su encuentro con los movimientos populares a los que el 9 de julio de 2015, en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), les dijo que “necesitamos y queremos un cambio” y a quienes ungió diciéndoles que “ustedes son sembradores de cambio” 

Para muchos esta es la traducción que Bergoglio hace del mensaje del obispo mártir argentino, el beato Enrique Angelelli: “con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio”.

La Iglesia Católica: los claroscuros

Otra característica del pontificado de Francisco ha sido la decisión de plantear una Iglesia Católica abierta al mundo, a sus problemas y a sus dificultades. También una Iglesia que abre sus puertas para recibir, para acoger y que, en esa posición, queda también expuesta en sus limitaciones, en sus contradicciones y sus carencias.

Lo primero llevó al Papa a hablar no solo para los propios, sino para el conjunto de la sociedad. A dirigirse en sus documentos y en sus declaraciones, a todo el mundo poniendo en debate sus actitudes y sus posiciones.

Lo segundo permitió exhibir las contradicciones históricas de la institución católica, sus rencillas internas, el combate contra el propio Francisco y los numerosos problemas no resueltos: manejos económicos, pedofilia, modos de gobierno, machismo clerical. En estos y en otros temas, las posiciones de Francisco han sido más declaraciones que hechos más allá de sus deseo reiteradamente expresados de una Iglesia “pobre y para los pobres”. Para muestra vale decir que, por ejemplo, los anuncios de la reforma de la Curia Romana no llegaron a transformarse verdaderamente en hechos significativos. Quizás porque es en el interior de la institución eclesiástica donde residen las mayores resistencias, quizás también porque el Papa no logra conformar en su propia institución alianzas suficientemente poderosas para modificar una estructura de siglos que se resiste al cambio. De hecho, una gran tarea pendiente, es la de reforma de la propia Iglesia, de sus formas de gobierno y de construcción de consensos colectivos.

En síntesis: Francisco es un Papa que vive de cara a la sociedad, con talla de líder político cultural con repercusión mundial, dispuesto a mirar el mundo “desde abajo” y a comprometerse para cambiarlo, y con problemas y resistencias internas que no logra aún resolver en la propia Iglesia.

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