Desde su descubrimiento en el siglo XIX Pompeya estuvo asociada al erotismo. Las ruinas dan cuenta de decenas de prostíbulos, baños termales y casas de libertos. Los frescos y las pinturas ofrecen imágenes de posiciones amatorias explícitas y envidiables, de Príapos pesando su miembro viril y sátiros dotados. A su vez los grafitis en gimnasios, tabernas y lupanares testimonian relaciones sexuales activas entre hombres tales como: “Llorad, chicas. Mi pene ha renunciado a vosotras. Ahora perfora el trasero de los hombres. Adiós, maravillosa feminidad”; “El que escribió la chupa”; o “Amplicatus, sé que Icaro te sodomiza”. Falos gigantes esculpidos y tallados sobre dinteles (debajo de algunos penes gigantes figuraba la inscripción “Aquí comienza la felicidad”) o usados a manera de campanillas en las casas e incluso penes con alas entre tantos objetos obscenos contribuyeron a crear el mito de una ciudad promiscua, impúdica y festejante del placer corporal en todas sus formas. 

Más tarde Hollywood y el cine norteamericano se encargaron de alimentar la tradición de que la decadencia de Pompeya se debió a estos desvíos sexuales pero a su vez regaló deliciosas escenas con el impresionante culturista Steve Reeves en el péplum Los últimos días de Pompeya (Bonnard, 1959) y carnes musculosas y sudorosas, luchas de gladiadores y orgías apasionadas en la versión televisiva del mismo nombre que en 1984 protagonizara el inolvidable Nicholas Clay, entre otras bellezas masculinas. 

A esta iconografía se suma desde la semana pasada la revelación realizada por estudios antropológicos y análisis de ADN de que los famosos amantes de Pompeya, las dos figuras humanas abrazadas petrificadas que encendieron la imaginación de generaciones de turistas, no son como se pensó por años ni una madre y una hija ni una pareja heterosexual sino dos hombres de 18 y 20 años. Eso determinaría que los gays tengamos que sumar a nuestro acervo cultural las dos figuras acopladas, sepultadas bajo el Vesubio en el 79 d.C. y encontradas hace cien años en la llamada Casa del Criptopórtico.   

Massimo Osanna, el director de excavaciones, determinó que no había parentesco entre los hombres sepultados a la vez que declaró que “No podemos decir que eran amantes, pero teniendo en cuenta su posición, es de suponer”. Lo que nunca podrá ser verificado es si se trataba de una relación amorosa que decide gozar hasta el último instante, de un simple polvo o de un desesperado abrazo bajo la lluvia de fuego. O quizás la realidad sea menos romántica y como en el episodio del duelo de automóviles protagonizado por Leonardo Sbaraglia y Walter Donado en Relatos Salvajes, los dos hombres carbonizados serían la consecuencia de una trifulca que terminó demasiado mal.