Desde Roma

Una visita inesperada a los pobres que estaban siendo vacunados dentro del Vaticano y un Via Crucis en la Plaza de San Pedro protagonizado por niños, fueron dos cosas que marcaron este Viernes Santo dándole un toque casi insólito, tanto para Francisco como para los miles de cristianos que lo siguieron por televisión. En la mañana del viernes, el papa Francisco decidió ir a la Sala Paulo IV, donde tradicionalmente se hacen las audiencias públicas los miércoles de invierno, para visitar y conversar con los pobres que se estaban vacunando. Es que Francisco decidió hace algunos días donar unas 1200 dosis a los sin techo que muchas veces duermen en torno a la plaza y a gente con dificultades económicas. El pontífice conversó con ellos y con los médicos y enfermeras presentes, y hasta se sacó algunas fotos que distribuyó la oficina de prensa vaticana. Ya se aplicaron unas 800 dosis y la presencia del Papa, que no estaba prevista en el programa oficial, despertó mucho entusiasmo entre los vacunados, que se amontonaban para sacarse fotos con él.

Por la noche se llevó a cabo el tradicional Via Crucis. En una Plaza de San Pedro menos desierta de lo que se esperaba, con unas 250 personas distribuidas a la derecha y a la izquierda del baldaquino donde estaba Francisco. A las nueve de la noche el Papa dio comienzo al Via Crucis. Entre los presentes había cardenales y otros miembros de la Iglesia, y unos veinte niños que a pedido de Francisco participaron en la realización de las reflexiones del Via Crucis. En torno al Obelisco del centro de la plaza había un camino de luces con las estaciones del Via Crucis. Mientras cuatro niños leían las reflexiones, otros acompañados de adultos, llevaban la cruz y antorchas.

Este es el segundo año consecutivo que por la pandemia el Via Crucis se celebra en el Vaticano, cuando tradicionalmente se hacía en el Coliseo de Roma, lugar simbólico porque allí, durante el Imperio Romano, murieron cientos de cristianos porque los romanos no aceptaban su religión. Sólo con el emperador Constantino, en el siglo IV,  cuya madre Elena se había hecho cristiana, dejaron de ser perseguidos.

Las meditaciones del Vía Crucis, que generalmente el Papa encarga a personas con cierta trayectoria en la Iglesia, esta vez fueron encargadas a niños y adolescentes del grupo Scout de la ciudad de Foligno y de la parroquia romana de los Santos Mártires de Uganda. Otros chicos de organizaciones que acogen a familias y niños de la calle acompañaron las reflexiones con dibujos que fueron mostrados durante la trasmisión televisiva que llegó a numerosos países del mundo.

Al confiar las meditaciones del Vía Crucis a los niños, “el Papa Francisco nos invita a mirar los sufrimientos de la humanidad -especialmente en este tiempo marcado por la pandemia- a través de los ojos de los más pequeños. Nos pide de alguna manera que nos bajemos a mirar el mundo a la altura de su mirada”, destacaron dirigentes de los medios de difusión vaticanos.

Uno de los chicos escribió que “uando estaba en el primer grado de la escuela, Marco, un amigo de mi clase, fue acusado de haberse robado la merienda de otro. Pero yo sabía que no era verdad. Y no hice nada, no era mi problema. Cuando pienso en eso, siento todavía vergüenza. Me comporté como Pilatos, que decidió elegir el camino más cómodo y lavarse las manos. Y decidió que Jesús fuera crucificado. Hoy me arrepiento tanto, tendría que haber tenido coraje y haber ayudado a mi amigo en dificultad”.

Refiriéndose a la pandemia, una niña escribió que desde hace un año no ve a sus abuelos, para evitar el riesgo del contagio. Antes iba a la escuela con esfuerzo, ahora querría volver para ver a sus amigos y maestras. Extraña a sus amigas. “La tristeza de la soledad a veces se hace insoportable. Nos sentimos abandonados por todos, incapaces de sonreír. Como Jesús se cayó al suelo tres veces llevando al cruz, también nosotros estamos en el suelo”, dijo.

Las actividades oficiales de Francisco de este Viernes Santo habían comenzado a las seis de la tarde con la “Celebración de la Pasión del Señor” en la Basílica de San Pedro. La homilía estuvo a cargo del cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, y se centró en la última encíclica del papa Francisco, “Hermanos todos”, que destacó la importancia de la fraternidad, sobre todo en tiempos de pandemia. El papa firmó esta encíclica el 4 de octubre (día de San Francisco) del año pasado en la tumba de San Francisco, en Asis (Italia central). “Todos los seres humanos son hermanos en cuanto son criaturas del mismo Dios y Padre”, dijo el cardenal, añadiendo que la Iglesia Católica “debe cultivar un don en beneficio de otras Iglesias, que es el de la unidad”. “El reciente viaje del Santo Padre a Irak nos ha hecho entender qué significa esto. Porque quien es oprimido o víctima de guerras y persecuciones, y se siente parte de un cuerpo universal, con alguno que puede hacer escuchar su grito al resto del mundo, puede sentir renacer la esperanza”, subrayó, recordando tácitamente los repetidos esfuerzos del Papa Francisco a favor del diálogo interreligioso.