León Gieco hizo de todo en los últimos diez años. De todo, menos grabar un disco solista. Es entonces una de las grandes noticias del año musical que lo haya hecho y que tenga entre planes publicarlo en breve. Mientras tanto, habrá que ir paladeando de qué irá el sucesor de El desembarco con el primer adelanto, “Todo se quema”, que podrá conocerse en redes, plataformas y demases virtuales a partir de este miércoles 7 de abril. “Es el single que eligió la compañía para el inicio de esta etapa. Por supuesto, lo consensuamos y avanzamos en él”, informa Gieco en lo formal, y después va a lo salado. “Es una canción fuerte en cuanto a letra y música, muy crítica“. ¿Qué otra cosa podría pensarse de un tema que empieza diciendo "Hemos visto borrar de un plumazo un pueblo/ casas, niños, madres, jóvenes, padres y abuelos/ hemos visto caer parte de la historia/ de este único mundo que es lo poco que tenemos"?

No mucho más es lo que el rosquinense revela a Página/12 acerca del tema que hace punta del disco. Solo que grabaron en él músicos “impresionantes” como el baterista Vinnie Colaiuta, el bajista Leland Sklar, el guitarrista Michael Thompson. “En lo vocal, comparto algunas estrofas con Jaime Lopez, un histórico del rock mexicano, y además contamos con la voz de la gran Claudia Puyo”, refiere Gieco, con 69 años que se le notan poco, y una energía que lo obliga a seguir en la senda de la liberación nacional y musical. Al menos así se deja ver en el campo distante setenta kilómetros de la ciudad donde se grabó buena parte del material: relajado, y rodeado de su set de armónicas y guitarras, entre árboles tupidos, un verde que abruma de bello, y junto a su alter ego Luis Gurevich. “Si uno escuchara solamente el canal de mi voz, escucharía sonidos de pajaritos, teros, cotorras, vientos y hasta truenos, o algún perro ladrando por ahí. Es la impronta natural que tiene este trabajo, porque se fue haciendo así, naturalmente”, cuenta León, ya posado en el disco total.

-No era esta la idea original…

-No, claro. En realidad, tendríamos que haber estado en Los Ángeles entre fines de abril y principios de mayo del año pasado para empezar a grabar. Es más, la base iba a ser Russ Kunkel en batería y el bajista Leland Sklar, la base histórica de James Taylor. Pero vino la pandemia, no pudimos viajar y se fueron modificando algunos planes. Lo que hicimos fue hablar con Gustavo Borner, ingeniero con quien grabamos desde mediados de los '90, y nos propuso hacerlo por Zoom: el baterista en un estudio, el bajista en otro, él con su consola en otro, y nosotros en Buenos Aires escuchando, cantando, saludándonos, corrigiendo, y cambiando las partes en una pantalla de computadora. Pero, bueno, pasó que cuando llegó el momento de grabar las voces, nos fuimos al campo y no quisimos entrar a ningún estudio. Luis grababa y yo cantaba. Después está lo que iban produciendo los invitados grabando en sus estudios particulares o con celulares… Todos con sus propios recursos y respetando estrictamente el protocolo de cuidado.

-De momento, tu intención es no revelar demasiado acerca de la impronta estética y conceptual del disco ¿Qué desclasificarías?

- (Risas) Bueno, sí, que llevará por título una frase de mi nieto, con quien comparto muchas horas de paseo en un lugar que para nosotros es importante y que también tendrá protagonismo en el arte de tapa. También que el disco surgió tal como ocurrió en su momento con todos los demás. Creo que a todos nos pasa lo mismo: cuando tenés doce o trece canciones que te gustan, las grabás y las pones en un disco. Otras quedan escondidas, esperando poder salir a la luz algún día, o tal vez no, y quedan en un cajón como material inédito para discos especiales. En cuanto a lo musical, priman las melodías de Gurevich.

-Con algo del tema letras ya se tendría una idea básica del disco.

-El disco cuenta historias noveladas, como por ejemplo la de una canción que se llama “Estuche”. Después, hay otra canción que habla de la edad avanzada que uno tiene, llamada “El final”. En una parte ella dice: "Voy a cruzar la pared y salvar los días que se están yendo/ algunos quedan pedestal de piedra/ otros solo mensajes que se borran en la arena". También hay una canción por la ecología de nombre “Dios Naturaleza”, y otra llamada “La amistad”, que incluye una estrofa dedicada a Mercedes Sosa que dice: "Tuve una amiga bien cantora / que se fue así / tan de prisa / que olvidó aquí sus canciones”. También hay un tema muy loco, a nivel “Orozco”, que servirá para acompañar lo que va a ser la ley de etiquetado.

-¿Se parece mucho, poco o nada a “El desembarco”, tu último disco solista?

-La verdad es que no se parece en nada a ningún disco mío. Digamos que tiene un "sonido pandémico", que para mi es como decir "todo sin contacto y a la distancia". Aún así, las canciones me parecen muy buenas para compartirlas con la gente. Son maduras, adultas, fuertes… Tengo claro que seré felicitado por quienes conocen todo mi material, y también seré criticado.

-Si bien hiciste mil cosas entre medio, “El desembarco” data de 2011. ¿Extrañabas encarar el trabajo que implica grabar un disco solamente tuyo? ¿Por qué pasó una década entre uno y otro?

-Va todo atado, porque pasaron muchas cosas en estos últimos diez años. Yo seguí cantando y sacando recopilaciones hermosas como Verdaderas Canciones de amor o La banda de Caliton - Por Partida Simple, dos discos que considero importantes en mi carrera, y además participé como invitado en canciones de otros artistas. Canté con mi banda hasta los últimos dos conciertos que hicimos en el Luna Park, con Agarrate Catalina como invitado especial. Fueron dos enormes producciones, lindos conciertos, y entre ambos días sumamos nueve horas y media de música y espectáculo. ¡Inédito! Por entonces, Universal estaba incorporando a EMI y yo estaba definiendo qué camino tomar rumbo al siguiente disco. Luego, pasó bastante tiempo hasta que en Universal nombraron al director mexicano, Luis Estrada, que además de ser admirador de mis canciones y amigo de Borner, fue un facilitador y supo liberar el camino para lograr esta producción. Si entre todo esto sumas un año de pandemia, cuatro años de inacción personal, y el tiempo que habitualmente transcurre entre un disco y otro, llegás a los diez años, increíblemente y casi sin pensarlo.