La opción por los pobres no fue solo una expresión declamativa para Enrique Angelelli, sino que, justamente, ese lema fue su forma de ver, entender y caminar el mundo, acompañando activamente al pueblo trabajador, pobre y olvidado de la provincia de La Rioja.
Y será justamente esta opción de cuerpo presente la que le cueste la vida; el mismo Angelelli le confesaba por aquellos días de 1976 a su sobrina María Elena: “Ahora es mi turno”. Sabía el obispo que formaba parte de un objetivo final, que había comenzado a escalar rápidamente con el asesinato de los curas Gabriel Longeville y Carlos de Dios Murias, en Chamical, llanos riojanos, y la detención de los sacerdotes Eduardo Ruiz, en Olta, Gervasio Mecca, en Aimogasta, y la muerte del laico Wenceslao Pedernera, ametrallado en la puerta de su casa en el pueblo de Sañogasta.
Angelelli había asumido como obispo de la Diócesis de La Rioja el 24 de agosto de 1968, en una situación que parecía tenerlo destinado al ostracismo y el relegamiento como religioso, sin embargo, su compromiso transformó el suelo riojano en una verdadera tierra sublevada por los derechos fundamentales.
El mismo obispo fomentó la formación de cooperativas de campesinos y alentó la organización y formación sindical de la peonada rural, así como también de los mineros e inclusive, de las empleadas domésticas. Angelelli colaboró en la creación de cooperativas de trabajo, telares, fábricas de ladrillos y panaderos, entre otras organizaciones populares.
Por eso, cuando su vida fue truncada intencionalmente el 4 de agosto de 1976 por la última dictadura militar, en la desolada ruta riojana número 38, a la altura de Punta de los Llanos, solo pudieron arrebatar su cuerpo, pero no su legado, que se riega y multiplica de diversas maneras a lo largo y a lo ancho del país.
Salta será una de las tantas provincias, espacios, lugares, suelos, territorios, donde la semilla de Enrique Angelelli seguirá creciendo y regándose de diversas formas, intención que motiva esta crónica que rinde homenaje al obispo del pueblo.
El recorrido comienza por el barrio Timoteo II donde la calle Monseñor Enrique Angelelli, en el sur de la ciudad de Salta, recorre exactamente diez cuadras, partiendo casi de la vera del río Arenales hasta toparse con la avenida Cornelio Saavedra.
La calle tiene la peculiaridad de interseccionar con otras que llevan nombres significativos para la memoria histórica reciente; todos ellos asesinados o detenidos-desaparecidos durante la última dictadura militar: Héctor Jesús Ferreiros (periodista de la agencia Télam), María del Carmen Maggi (decana de la Facultad de Humanidades de Mar del Plata), Salvador Barbeito (religioso palotino), Padre Gabriel Longueville (religioso), Emilio Barrletti (religioso), Obispo Ponce de León (religioso), Padre Carlos de Dios Murias (religioso) y, quizás su punto cúlmine, resulta la intersección con Padre Carlos Mujica, aquel que fuera párroco de la Capilla del Cristo Obrero, entre tantas otras obras.
Los vecinos se reparten entre los que poco saben, los que evitan hablar del tema, y los que arriesgan alguna reflexión. “Sé quién es Angelelli; además, en los nombres de las calles del barrio hay muchos curas que están vinculados a lo que pasó en la dictadura”, relata una vecina que pide no develar su identidad, como si el tema, incluso 49 años después, siguiera suscitando reservas.
“Cuando vine acá no había nombres, un día me levanté y todas las calles tenían”, resalta otra vecina que había sido indicada como fundadora del barrio y partícipe, junto a un religioso local que ya no se encuentra en la parroquia del barrio, como impulsoras de la nomenclatura.
En una de las calles laterales tres hombres se encuentran arreglando un auto; ante la pregunta sobre Angelelli se cruzan miradas y uno de ellos, de nombre Carlos, relata: “algo conozco de la historia de Angelelli, hizo mucho por los pobres y lo mataron en la dictadura. Es interesante que una calle tenga su nombre, y más si está en mi barrio”.
El recorrido continúa hacia la zona sudeste de la capital salteña, más específicamente hasta el barrio San Benito, donde se encuentra el Centro Monseñor Enrique Angelelli. Allí, funcionan a diario diversas actividades desde hace más de 20 años, y es ahí donde la figura del cura del pueblo se hace presente a través de su nombre en banderas y paredes, así como también a partir de una imagen que peregrina en diversas ocasiones por el barrio.
Allí su presidenta, Norma Varela, relata la historia de este centro de actividades socio-comunitarias. “Todo comienza en el 2004, y la idea surge de un sacerdote, el padre Luis Muñoz, un cura chileno que estaba en Argentina. Él tenía la gran idea de hacer algo más allá de lo religioso, algo que abarque lo comunitario y social. Seguramente habrá visto el perfil de un grupo de personas de la comunidad y nos citó a una reunión”.
Norma estuvo presente en aquel encuentro fundacional con tan solo 17 años. “En esa reunión nos planteó la idea de hacer una asociación civil sin fines de lucro que sea de servicio a la comunidad para todo tipo de edad: niños, adolescentes, jóvenes y adultos mayores, que logre cubrir todas las necesidades que podamos y brindar servicios comunitarios”.
A partir de ese momento comienza a rodar la idea y aparece la figura de Angelelli. “En ese momento comienza la creación de la institución que hoy es la Asociación Civil Monseñor Enrique Angelelli. El padre Muñoz nos comenta el nombre que le gustaría que lleve la institución, nos cuenta su historia y nos gustó mucho el perfil que había planteado de Angelelli. A partir de ese momento queda el nombre”.
Ahondando sobre aquella elección y como fue haciéndose carne en los pioneros del Centro, Varela resalta: “Nos gustó la figura de Angelelli, nos movilizó mucho el servicio al otro, el servicio comunitario, el poder ayudar y, sobre todo, el no darse por vencido y luchar. Entonces, eso siempre tenemos en nuestra cabeza de monseñor Angelelli, lo que el padre Luis en aquel momento nos dijo: no rendirse, no cansarse”.
“En el año 2007 logramos obtener la personería jurídica y el Centro fue creciendo”, sigue memorando Norma. Y agrega: “El espacio Angelelli, por su ubicación, tiene una gran masa de población, funcionando de lunes a viernes con diversas actividades. Es bastante movido tanto en la mañana como la tarde hasta la noche. Hoy está el CPI, que es un Centro de Primera Infancia, después tenemos diferentes programas, como lo que era en su momento el Banco Popular de la Buena Fe, que hoy es de microcréditos”.
La directora enumera las actividades que dan vida al espacio: “También está el apoyo escolar, que siempre lo tuvimos y hasta el día de hoy sigue vigente, y otros talleres como zumba, folklore, panadería, marroquinería, karate, y lo último que ahora está fuerte es un club de abuelos, que lleva el nombre del párroco que inició la institución, el padre Luis Muñoz, quien falleció en un accidente en la provincia de Santa Fe viniendo a Salta”.
Aquella prédica “Con un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio”, que caracterizó el apostolado de Angelelli, parece crecer con fuerza en diferentes puntos del país más allá de la provincia de La Rioja, lugar donde entregó su vida hasta el martirio.
Así es que calles y centros vecinales salteños, lejos de tierras riojanas pero con similares luchas y padecimientos, erigen su figura de Angelelli a través de bautizar con su nombre, mostrando la importancia y el sentido que tiene renombrar los espacios que se transitan a diario con personas que pusieron verdaderamente los pies en el barro.
Nombrar es elegir un legado; las calles hablan y sus nombres interpelan a diario. Las calles son páginas abiertas de una historia que continúa escribiéndose. Por eso nombrar una calle, un espacio, resulta un acto profundamente simbólico.
Es por ello que, a 49 años del asesinato de Enrique Angelelli, su figura, que intentaron borrar del acervo cultural y popular argentino, resuena en Salta, y ello es un motivo de esperanza para aquellos que conservan el anhelo de un mundo donde cada ser humano tenga las mismas oportunidades de vivir con dignidad.