Una de las mejores formas de llegar al cielo es estar en Salta y recorrer la Cuesta del Obispo, donde un colchón infinito de nubes separa del camino las montañas de terciopelo verde que se dibujan bajo el cielo turquesa. 

Así es el paisaje para llegar a Cachi y Payogasta, en los Valles Calchaquíes del oeste salteño. Pueden ser tres o el doble de horas para hacer la travesía desde la capital provincial al tomar la RP 33, pero siempre a una velocidad que permita admirar las postales. Suave y despacio. El Parque Nacional Los Cardones abraza el horizonte cuando se atraviesa la recta del Tin Tin sobre una cachipampa donde el cactus mayor de América, el cardón, puebla el paisaje que genera el cardonal más grande del continente y abarca unas diez mil hectáreas. 

Este escenario particular fue la excusa perfecta para realizar el último 8 de abril la propuesta de Picnics Musicales que desarrollan en conjunto los Ministerios de Turismo, de Cultura y Ambiente de la Nación a través de  Parques Nacionales, con músicos invitados. En el encuentro de ese día se convocó al “Chango” Spasiuk, el grupo oranense Remembranzas, la coplera y poeta vallista Mariana Carrizo, el ballet Allpapuyo y al grupo Kjarkis, ambos de Cachi.

El encuentro de Picnics Musicales en Los Cardones fue la tercera edición de esta propuesta que se inició en noviembre con un evento en el Portal Cambyretá del futuro Parque Nacional Iberá y otro en el Parque Nacional Los Alerces, siempre con músicos y el eje de disfrutar de las áreas protegidas conociendo más sobre preservación. En los próximos meses la intención es llegar a El Palmar de Entre Ríos y El Leoncito, en San Juan, entre otras áreas protegidas. Siempre en lugares naturales, paisajes soñados combinados con música para disfrutar.

Pero fue en suelo salteño donde día amaneció apacible y templado. Y la cita en el corazón del Parque Nacional Los Cardones reservó magia, color y alegría. 

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Cabritos al asador, en las manos expertas del poblador Rubén Colque.

TEMPRANO ENTRE CARDONES Desde la mañana temprano, Rubén Colque junto con su familia encendió el fuego para asar a los siete cabritos que calculó para la jornada. “Vivo en la punta de aquel cerro, en el puesto La Banda”, le contó a     TurismoI12 mientras señalaba el final del paisaje. Al mediodía, cuando la gente comenzó a  llegar al predio, el asado estaba listo. En bandejas generosas se acompañaba la carne con papa y choclo. También había empanadas. Los puestos de comida se repetían hacia los fondos del lugar, de cara al escenario sobre el cual las pruebas de sonido ponían a punto una nueva edición de los Picnics Musicales.

Bajo la media sombra de los puestos o “carpas”, como le llaman aquí, también estaban los artesanos y emprendedores con sus productos regionales –desde cerámicas hasta dulces– y se entreveraban los pobladores del parque con productores, como Alejandro Alonso, quien lamentaba tener que irse temprano porque estar “en plena cosecha de uva”. La uva con que elabora los vinos de la bodega boutique que tiene en el Spa de Montaña del Hotel Sala de Payogasta, la finca con historia que perteneció a un lugarteniente de Güemes.

Mientras la gente se acomodaba, el presentador del ciclo –el músico y actor Antonio Birabent– recordó la importancia de los cardones en la historia de la Independencia. Se los vestía entonces de ponchos, que les daban la impronta humana en la penumbra, para simular muchos vigías desde la montaña. Se explayó también sobre el cuidado de las áreas protegidas y el respeto por el ambiente al darle la bienvenida al grupo Remembranzas, que impregnó dulzura con las zambas impecables que recorrieron el lugar. 

Cuando el Ballet de Cachi Allpapuyo comenzó su acto, el color y la alegría hizo mover a gran  parte de los presentes. Los trajes multicolores, las zambas y el carnavalito de Coquena agitaron hasta las piedras.  

Después del mediodía, el sol se puso fuerte. Muchos calzaron sus sombreros, otros improvisaron turbantes y los precavidos se valieron de sus paraguas. Pero para el guardaparque Emilio Daher, el calor no era problema: cebaba un mate tras otro. Un grupo se arremolinó cuando advirtió que la infusión era bien fresca: “En el Parque Pilcomayo (Formosa) aprendí a hacer tereré”, contó mientras cebaba el mate, que además de yerba tenía cubitos de hielo junto a la bombilla. 

La banda del Chango Spasiuk ya ocupaba sus sitios en el escenario cuando el músico litoraleño agradeció el sombrero que Juan Guantay, el guía experto en turismo, le había prestado para protegerse del sol. Elegante, de fieltro negro y ala ancha, con un tiento trenzadito en la base. Y así, a puro acordeón, la Mesopotamia llegó al cardonal. El silencio fue respeto. La gente se quedó absorta frente a este músico traído de lejos que junto a su banda recorrió clásicos y novedades de su décimo disco Otras Músicas. Kilómetro 11, Canción de Amor para Lucía (su hija) y hasta Libertango de Astor Piazzolla estuvieron en su repertorio en suelo salteño.  

El propio presidente de Parques Nacionales, Eugenio Breard, se emocionó mientras escuchaba y veía al  Chango Spasiuk: “Imagínate, para un correntino como yo, escuchar música de la Mesopotamia aquí. Los picnis musicales son una excelente herramienta para que los parques se conozcan y la gente venga y disfrute”.

Hubo otro momento especial. Fue cuando la coplera Mariana Carrizo, agradeció desde el escenario “a la Pachamama por estar en este pedacito de los Valles Calchaquíes, entre los custodios más antiguos de América (los cardones). Los valles son lugares donde la mística nos acuna diariamente”, agregó, y el sonido de la caja –instrumento típico, similar a un tambor pequeño– llegó hasta la cima de las montañas. Sus coplas han recorrido el mundo y aquí, en el corazón de Los Cardones durante el Picnic Musical, sus palabras precisas, dulces algunas y otras con picardía, cobijaron al público que se puso de pie como queriendo atraparla con el alma.

“Soy hija de la luna, nacida del rayo del sol, hecha con las estrellas, mujer de mucho valor”, cantó la primera copla y sonó el aplauso. Solita, sencilla pero con una voz clara y musical, la artista copó la inmensidad. El tono fue subiendo hasta alcanzar la picardía cuando lanzó: “Yo soy modista señor, vengo a tomar las medidas, de la cintura pa’ bajo y de las rodillas pa’ arriba”. Y las risas llenaron los rostros.

Para esta artista revelación en el Cosquín de 2004,  las coplas fueron parte de su vida desde muy chiquita. “Es una expresión cultural –explicó a TurismoI12– que en todo el norte argentino se utiliza para decir las cosas cotidianas. Son estrofas de cuatro versos en rima, pero cuando uno canta las coplas se hacen parte del alma, porque son una expresión espiritual”.

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El ballet Allpapuyo, de Cachi, le puso color y alegría al Parque Nacional.

EL CIERRE MUSICAL Las familias se acomodaban también junto a los cactus gigantes en la ladera del cerro para aprovechar su sombra. Y muchos trepaban el cerro para ver el espectáculo que formaban los músicos y el público en la inmensidad del paisaje que en el fondo, entre las montañas de colores rosados, morados, ocres y verdes, dibujaba un telón junto al cielo. La ruta y el parque. El cierre musical fue para la banda de Cachi Kjarkis, que sonó y agitó a un público especial: bailaron todos. Eran esperados estos chicos que se formaron en el taller municipal de música que tiene el pueblo y que dicta Javier “El Quitu” Gutiérrez. Fue el comentario en el picnic. “Están trabajando en una nueva ruta, la del luthier”, contó Liliana Guitán, legisladora por Cachi, que utilizará material reciclado para fabricar quenas y sikus con tubos de PVC, e instrumentos de percusión con elementos cotidianos como pezuñas de cabra. 

La tarde se puso fresca entre las montañas cuando sonaba la última zamba. Faltaron los ponchos. Aunque en el público estaba el Guiso Morales, uno de los teleros más importantes de la Ruta del Artesano en Seclantás: “Me enteré unos días antes, y no lo dudé, me vine desde temprano”, dijo mientras disfrutaba de la música junto con su mujer. 

Cuando la luna tempranera rondaba entre las montañas, el parque se encendió con los últimos rayos del sol que tiñe de dorado las espinas de los cardones. La vuelta a los pueblos fue tranquila. La salida del parque es la entrada a la localidad de Payogasta,  que se abre a los lados de la RN 40 y se mete entre las fincas  donde el otoño se nota en las laderas de los cerros, rojos por los pimientos que se secan al sol.

TIERRA ROJA Unos 130 pequeños productores trabajan cada día para lograr secar el pimiento, que puede tardar una quincena y vuelta a empezar. Producen entre 1200 y 1400 kilos por hectárea y, una vez listos, los cargan en bolsas que pasa a buscar un camión para trasladarlos hasta Salta donde los molinos los convierten en pimentón. Los datos los brinda Lucas David Arapa, el intendente de Payogasta, que para agilizar el traslado de los pimientos –cuenta– proyecta armar un mercado concentrador y no pierde el tiempo pues invita a la vendimia de las dos fincas que tienen uva en la zona. Su pueblo vive de la agricultura y del turismo igual que Cachi, donde Américo Liendro, el jefe comunal, asegura que pasan por la oficina unos 300 visitantes por día para consultar sobre la región que en esta Semana Santa organizó una feria de artesanos y del queso, producto estrella de los puesteros de Los Cardones. Recomienda probar, además del cabrito, las empanadas de charqui y de quinoa. 

Mientras el camino se afina para entrar a Cachi, las fachadas coloniales sumergen al viajero en un túnel del tiempo con sus ochavas de puertas de maderas apoyadas en dinteles rodeadas de veredas angostas y altas de piedra. El pueblo invita a caminar, pero despacio: hay que bajar varios cambios para hacerlo de a pie, porque los 2500 metros de altura se sienten y las piernas pesan una tonelada. Los faroles brindan una luz amarillenta que acentúa el encanto de las callecitas con sus bares y restaurantes, con las casas de artesanías, todo abierto, esperando a los turistas. La música sigue, pero en alguna casa. Hay risas, aplausos y alguna zamba.  Y muchas, pero muchas, estrellas en el cielo calchaquí.

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Los cardones, con su forma de candelabro, pueden tardar un siglo en alcanzar los diez metros.

UN VALLE ENCANTADO Uno de los sitios para recorrer en  el Parque Nacional Los Cardones es el Valle Encantado, donde nos condujo el guardaparques Marco Aurelio Bulacio. Fue el encargado de guiar al grupo de visitantes por un trecho liviano por entre los pastizales, que a esta altura del año están cubiertos de flores de colores amarillos, violetas y lilas. Entre las hierbas hay de todo. Como el poleo que se ve y percibe durante el camino. La montaña está tallada por el tiempo y el clima. Hay figuras caprichosas, pero lo que atrapa es un tesoro: las pinturas rupestres. “Se conoce que datan de entre 800 y 1400 años a.C.”, explicó Bulacio y señaló las pinturas dentro del alero de roca. Hay escenas de caza. Hay dibujos de guanacos en manada y el “relincho”, el macho dominante, que se adelanta a la manada. Blancas y negras. 

El intendente del Parque Nacional Los Cardones, Nicolás Maioli, contó que en sus  64.117 hectáreas cobija unos 20 sitios arqueológicos como este, en general asociados a un recinto de pircas. Se los puede ubicar entre la zona de pastizales, que representan unos 30 kilómetros del parque. Son figuras antropomorfas y zoomorfas. Lo cierto es que en menos de media hora uno puede recorrer este lugar encantado y luego llegar a un circuito también para andar a pie y conocer la mayor densidad del cardonal. Si uno camina entre los cardones, un sonido sutil recorre el aire hasta volverse profundo. Es el viento que roza las espinas, las mismas que algunas ancianas aún utilizan para tejer. Los cactus miden hasta ocho metros de altura y el esfuerzo por crecer les lleva unos setenta años. Recién a los cincuenta dan flor, un espectáculo para ver en la primavera. 

Además del cardonal, el Parque Nacional Los Cardones reúne tres ecorregiones naturales que no se presentan juntas en otras áreas protegidas, por lo que conforman una representación de un ambiente natural intacto en la Argentina donde convergen los Altos Andes, la Puna y el Monte de Sierras y Bolsones. Hasta se cuenta con un sector de pastizal de neblina, más típico de las yungas. Un tesoro natural que esta vez vibró con los acordes de la música, presente entre los cerros hasta perderse en la inmensidad los valles.