Durante el Holocausto el padre de Etgar Keret se ocultó en un agujero por seiscientos días junto a otras familias. Allí solo entraban sentados. Cuando los rusos liberaron la zona tuvieron que sacarlos porque no podían moverse por sí solos. Sus músculos se habían atrofiado. “Mi padre era un optimista incurable. Él siempre decía que eso tenía que ver con aquella experiencia. Empezó su vida con tan bajas expectativas para con los otros y tantos saberes deprimentes sobre las cosas inhumanas que pueden hacer unas personas a otras, que desde que terminó la guerra la vida no paraba de sorprenderlo para bien”. Keret responde unas preguntas para Radar anticipando su próxima participación como uno de los invitados a la Feria del Libro de Buenos Aires que mayor expectativa ha generado.

Hay que empezar diciendo que algo de esa alocada esperanza que rescata el autor de su padre, se cuela también en las páginas de Los siete años de la abundancia y De repente un golpe en la puerta, los dos libros de relatos que acertadamente elige editar Sexto Piso entre una vasta obra que no deja de engrosar el autor desde que en 1992 escribió su primer cuento.

Lo más crudo de la guerra, la muerte, el amor y la familia, Keret lo cuenta desde un ángulo tal, que algo queda a salvo. Se mejora. Se transforma. Desde el humor o desde el espanto, el lector tiene la sensación de estar atrapado en un mismo universo, meciéndose suavemente y estando adentro de una licuadora al mismo tiempo. “Lo que escribo me viene de las tripas. Siempre digo que la diferencia entre la novela y los cuentos se puede equiparar a conducir y surfear. Para escribir novelas tienes que saber adónde vas; cuando surfeas, solo tratas de no caer”.

En De repente un golpe en la puerta, con títulos como “¿Qué traemos en los bolsillos?” “Hemorroide” o “Pues últimamente sí se me para” a Keret le bastan pocas páginas para concentrar un drama completo y hacer sentido a partir de una anécdota desopilante y tierna. Los relatos más realistas resultan originales porque siempre tienen algún elemento discordante como el de esa mujer que debe reconocer el cadáver de su marido al que vio una sola vez en su vida o el del padre que planea con su hijo matar a su suegra, abuela del niño. Y a su vez, los relatos que lindan lo fantástico no dejan de ser de lo más humanos. Como en “Mentiralandia” el lugar donde viven quienes alguna vez involucramos en una mentira; o en “Escritura creativa” donde las personas se fraccionan en lugar de reproducirse.  

El mismo espíritu se respira en Los siete años de abundancia, de base autobiográfica y que transcurre desde el nacimiento del hijo de Keret durante un ataque terrorista, hasta la muerte de su padre por un cáncer en la lengua. El título refiere al pasaje bíblico del sueño del faraón. “Fueron siete años en que tuve el doble privilegio de tener un padre y un hijo y ser parte de un linaje”, dice Keret que hoy es el escritor más popular de la juventud israelí y con mayor trascendencia a nivel mundial.  

Quizás esto se deba a que sus historias además de ser simples y profundas, abren los ojos y muestran sin vueltas cómo es vivir en guerra. En sus relatos, las madres en las plazas no hablan acerca de a qué jardín irán sus hijos sino si ellos se alistarán o no en el ejército. Un profesor a pesar de escuchar la sirena de ataque aéreo no se mueve de la banqueta del bar de la facultad seguro de que la bomba no caerá justo allí. O una pareja no se decide a arreglar una mancha de humedad segura de que algún misil aniquilará su casa.

¿A la hora de escribir te importa más documentar esa realidad o escribir una buena historia?

–Creo que uno no puede realmente escribir una buena historia si no documenta algún aspecto de la realidad. Incluso si escribís ciencia ficción, tus historias no valen nada si no pueden capturar un aspecto del mundo en el que vivimos.

Hay un relato donde una familia transita tranquilamente por una autopista y de repente al escuchar la sirena debe detenerse y ponerse a resguardo. En tus historias el lector puede hacerse una idea muy palpable y real de cómo se vive la guerra de un modo cotidiano y naturalizado. ¿Este efecto es algo buscado de manera consciente en tus historias?

–Cuando escribo una historia, nunca apunto conscientemente a lograr cierto efecto sino que intento articular para mí mismo qué estaba sintiendo en un momento determinado. En la situación como la de esa historia resulta difícil conectar con los sentimientos. Te encontrás sobrellevado por diferentes emociones, a veces contradictorias. En ese momento me ví a mí mismo, a los ojos de mi hijo pequeño, como un padre omnipotente. Y a la vez, en los ojos de mi esposa estresada (que sabe que un misil podría pronto atacar la zona), a una víctima indefensa. Cuando sucede ese torbellino de emociones, uno se siente perdido. Pero cuando lo escribo puedo congelar ese momento confuso y analizarlo desde ángulos distintos. De algún modo, creo que soy mi primer lector y, probablemente, el más ávido. 

Has declarado que vivir en Israel y en guerra permanente “te pone en un estado existencialista”. ¿Consideras que eso obra a favor de tu literatura?

–La frase de mi remera preferida dice: “Las malas decisiones hacen a buenas historias”. Estoy totalmente de acuerdo. Muy rara vez escribimos una historia sobre algo que haya salido bien, porque se sabe que el drama radica en la historia de algo que salió mal. Creo que vivir en un lugar de conflicto puede ser malo para tu vida pero bueno para la escritura. Escribir siempre tiene que ver con el conflicto, con la fricción que se crea entre los propios deseos y la realidad en la que se vive. Cuanto más fácil sea la vida, habrá menos sobre lo que escribir. Por otro lado, la dificultad de la vida es una experiencia totalmente subjetiva. Comprar algo en el supermercado puede ser, para mí, más estresante de lo que le podría resultarle a alguien frío y desconectado estar en medio de una zona de guerra.

Los siete años de la abundancia se basa en tu propia vida ¿Cómo surgió la decisión de escribir en primera persona luego del nacimiento de tu hijo y la muerte de tu padre?   

–Siempre preferí la ficción a la no ficción. Si uno tiene que elegir volver a contar algo que ya haya pasado o inventar algo nuevo, elegir eso nuevo, que todavía es un misterio, siempre me pareció más aventurado. En cuanto atravesaba una experiencia potente y tenía que sentarme a escribir, usaba una metáfora para describirla: Si me atraía una chica pero sentía que no podía acercarme a ella porque estaba casada, escribía una historia sobre un elefante que está a dieta y se encuentra encerrado en una heladería. Pero cuando nació mi hijo, el día de un ataque terrorista, las emociones eran tan fuertes como la necesidad de escribirlas. No se me presentó ninguna metáfora, así que me encontré escribiendo sobre la experiencia tal como había sido. Cuando escribía esos textos sobre haber estado junto a mi hijo durante un ataque con misiles, o sobre la enfermedad terminal de mi padre, se sentía más como un documento que le interesaría leer a mi hijo cuando sea grande que algo que haya escrito para mis lectores. Fue solo después de la muerte de mi padre que decidí publicar, en un libro, los textos que escribí en esos siete años entre la el nacimiento de mi hijo y la muerte de mi padre.

Si bien puede leerse como una novela, el formato del libro es de relatos ensamblados. ¿Por qué elegís ese formato a la hora de componer una obra?

–Nunca elegí el género ni la forma del libro. Sólo elegí la historia que quería contar y el resto se presentó por sí solo. Sí creo que la misma historia puede ser contada por medio de innumerables géneros y formas diferentes, pero, a decir verdad, no creo que yo mismo hubiese sabido escribirla de otro modo.

De repente un golpe en la puerta abre con una historia donde un escritor pretende ponerse a escribir y lo interrumpen constantemente. ¿Cuáles son los elementos de la realidad que funcionan como interrupciones a la hora de ponerte a escribir?

–Creo que todo escritor tiene que lidiar constantemente con las fuerzas internas que tratan de alejarlo de la escritura. Cuando me siento a escribir, tengo frío/calor, hambre/sed o estoy desesperado por ir al baño. Es como si la vida real no quisiera soltarte y dejarte volar desde la realidad hacia el mundo de la ficción. Siempre me lleva más o menos una hora poder empezar a escribir. Antes de eso, solo deambulo por mi estudio buscando distracciones y excusas para hacer otra cosa.

Empezaste a escribir mientras estabas en el ejército ¿qué relación estableces entre una cosa y otra?

–Creo que una de las principales metas del sistema  del Ejército es hacer que pierdas tu individualidad. Los uniformes, el corte de pelo estándar, cómo tenés que caminar en un desfile: no te dan, a propósito, espacio para ser vos mismo. Creo que empecé a escribir para recordarme a mí mismo quién era y qué estaba sintiendo. De manera extraña, la escritura me ayudó a sobrevivir, no física sino emocionalmente durante esos tres años de servicio militar obligatorio.

En uno de los relatos una mujer le pregunta al padre que está con su hijo en la plaza si ya decidió si el niño de tres años se alistará en el ejército cuando cumpla la mayoría de edad. ¿Cómo es pensar eso en la vida real hoy que tenés un hijo?

–Creo que todo padre teme a ese momento “si lo haces, está mal, y si no, también”, en el que tendrá que hacer esa elección imposible respecto de su hijo. En Israel, con el servicio militar obligatorio desde los dieciocho años, y con las guerras que tienen lugar con una frecuencia casi bianual, se siente un poco como una fatalidad inminente, como en los cuentos de hadas en los que se sabe que cuando el niño alcance cierta edad, una bruja malvada vendrá a llevárselo. La situación en Israel siempre ha sido dura, porque el Ejército no es un lujo sino una necesidad sin la cual el país jamás podría sobrevivir. No cumplir con el servicio se parece mucho a no pagar los impuestos y dejar que otros carguen con lo tuyo. Por otro lado, la situación se vuelve más complicada cuando hay un gobierno en el que no confiás y al que tampoco respetás, que pareciera arrastrar al país hacia conflictos innecesarios que parecen puramente políticos; te sentís horrible sabiendo que tu hijo podría morir o matar a otros en una guerra que podría haber sido evitada fácilmente. En lo personal, aun así creo que un ciudadano no puede excusarse de las responsabilidades que no le gusten. Debería unirse al Ejército y hacer lo mejor que pueda para cambiarlo para bien, desde adentro. Sin embargo, admito que mi esposa y yo no estamos totalmente de acuerdo en esto. Pero sabemos que, a fin de cuentas, será nuestro hijo el que decidirá, porque ya con sus once años es muy vehemente y determinado.

El mundo es un lugar peligroso

Durante una lectura en una colonia para artistas en la que Keret participaba, un joven leyó un relato que lo dejó absorto. La historia era de lo más simple: un padre le dice a sus hijos que se pasan las vacaciones torturando animales, que hay una línea que separa matar bichos de matar ranas, y que esa línea nunca debe cruzarse. Más tarde, solo en su habitación, Keret relaciona aquel relato con la literatura y escribe: “No nos llevará a la tierra prometida, no traerá la paz al mundo ni curará a los enfermos. Pero si un escritor hace bien su trabajo, unas cuantas ranas virtuales más conseguirán salvarse”.  

Keret comparte con los escritores Amos Oz y David Grossman la lucha contra la derecha que gobierna hoy Israel. Al igual que sus antecesores Keret también escribe columnas para diferentes periódicos del mundo convocando a la paz. Sin embargo el modo de dar cuenta de ello en su literatura, no se parece a nadie. Atrevido y sensible; ocurrente y reflexivo, ningún sayo parece caberle a Keret.

¿De qué modo crees que la repercusión que está teniendo tu obra a nivel mundial ayuda a hacer visible la situación de tu país?

–No escribí ningún libro sobre la realidad sociopolítica de mi país, pero siempre está ahí, como telón de fondo. Creo que si fuese un esquimal y escribiese un libro sobre mi vida, ese libro no trataría sobre lo frío que es vivir en Alaska. Pero también estoy seguro de que cada lector que lo leyera percibiría el frío por la manera en que se vestirían las personas y las decisiones que tomarían.

Se sabe que en tu país tanto vos como otros artistas que se han mostrado críticos con la dirigencia política de Israel, tienen dificultades en la libertad de expresión. Incluso han sido amenazados. ¿Cómo vives personalmente esta situación?

–Mi padre siempre me decía que las amenazas son vacías, porque si alguien quisiera lastimarte realmente no te lo advertiría por adelantado para que te prepararas, sino que solo vendría y haría lo suyo. Siento que las amenazas que recibí en los últimos años no fueron más que ataques patéticos por parte de personas que no respetan la libertad de expresión y tratan de lograr que no diga lo que pienso. Albert Einstein dijo una vez que “el mundo es un lugar peligroso para vivir; no por las personas que hacen el mal, sino por las personas que no hacen nada para evitarlo”. Y la historia ya nos ha mostrado hasta qué punto se puede hundir la humanidad cuando se callan la cantidad suficiente de buenas personas. Así que no estoy diciendo que es disfrutable ser maldecido o amenazado, sino que me gustan demasiado la gente que me rodea y mi país como para callarme, cuando están pasando tantas cosas que me preocupan.

Cómo es tu relación hoy con escritores de quien te has manifestado admirador como Amos Oz o David Grossman? 

–He conocido a la generación anterior de escritores israelíes como lector y ahora siento que también puedo considerar a Oz como un amigo. Creo que el estilo de escritura de esa generación anterior es muy distinto del mío, pero que esa diferencia no hace imposible la tarea de aprender mucho de escritores como él, tanto sobre ser escritor como sobre tratar de ser una mejor persona.

Has declarado que consideraste la posibilidad de irte de tu país. ¿Por qué  pensaste en eso y qué te hace permanecer?  

–Debo decir que mi pensamiento sobre dejar Israel se parece mucho al de empezar el gimnasio. Ambos vienen y se van de a ciclos, son ideas que nunca intento llevar a cabo. No tengo duda de que en tanto siga sintiendo que hay esperanza para el futuro del lugar en el que nací y viví durante toda mi vida, me quedaré y trataré de hacer lo mejor para contribuir a que las cosas vayan en la dirección correcta.

¿Cómo ves el futuro de Israel?

–La situación en Oriente Medio siempre se sintió como un péndulo moviéndose entre la esperanza y la desesperación. Soy lo suficientemente mayor como para haber vivido tiempos esperanzadores en los que la región buscaba la paz, así como en un período menos optimista. La situación de Israel ahora, en cuanto a problemas liberales de base, como el racismo, la libertad de expresión o de prensa, podrá no será catastrófica pero es la peor que recuerdo en mi vida. Con esto no quiero decir que las cosas seguirán de este modo. Sí siento que si el campo político liberal pudiese encontrar un buen líder que diera esperanza a esa mayoría actualmente desesperanzada, habría muchos israelíes que seguirían dichosos a él o ella y traerían un verdadero cambio a mi país.

Los siete años de abundancia Etgar Keret Sexto Piso 162 páginas
De repente un golpe en la puerta Etgar Keret Sexto Piso 228 páginas