“Apesta”. Así empezaban y culminaban la mayoría de los dictámenes cinematográficos de Jay Sherman en la serie animada El crítico. En “Camarín”, Babasónicos concibió a un sujeto que despertaba frustrado, con odio y resquemor tras haber fantaseado con ser crítico de rock. Más atrás en el tiempo -y del otro lado del ring-, Oscar Wilde imaginó a estos personajes como auténticos artistas. “Un poco de sinceridad es algo peligroso y mucha de ella es absolutamente fatal”, escribió el polemista inglés. No hay rama, género ni personalidad ajena a una crítica cargada de malicia. Y justamente ese es el sentido de El crítico musical (estreno este domingo 11 de abril a las 19 por Film & Arts). Mezcla de concierto y performance donde John Malkovich interpreta tiroteos argumentales contra vacas sagradas de la talla de Beethoven, Schuman, Chopin y Debussy, entre otros.

“Todas las críticas utilizadas en el espectáculo son reales”, anuncia el graph ante el Konzerthaus de Viena. El formato es simple y efectivo. Una sala imponente, de esas con arañas colgantes y público distinguido, como escenario para la interpretación de un popurrí de obras para cuerdas y piano surgidas del cráneo de autores indiscutidos. Entretanto, el actor norteamericano opera de médium y narra los estiletazos redactados por verdugos con la piel de musicólogos como Henry Chorley, Eduard Hanslick o Alfred Mortier. “Es esencialmente un compendio de críticas espantosas de algunos de los más grandes compositores”, explicó el intérprete norteamericano quien aquí recuerda al vizconde de Valmont de Relaciones peligrosas en su faceta más ladina. Comienza sentado, al lado de una mesita con un café dispuesto a aniquilar lo que toquen a su lado. “Es con una pasión extraña que Dvořák ahora se regodea con horribles historias sobrenaturales y fantasmales”, lastima imperturbable.

Es solo un aperitivo. Las composiciones de Beethoven, según una observación, “parecen alojar juntos a palomas y cocodrilos”. Ya de pie, Malkovich recita su disección sin anestesia alguna. “Es innegable que Herr Beethoven persigue sus propios intereses, pero que extraños y singulares son esos intereses. Académicos, siempre cultos, puramente académicos y nada natural sin canción. Sí, para ser precisos, acá hay solo una acumulación académica sin buen método, una obstinación por la que sentimos poco interés, un esfuerzo por modulaciones extrañas, como objeción a las asociaciones acostumbradas y un cúmulo de dificultades hasta que uno pierde toda la paciencia y goce”, expone Malkovich con tanta presencia que el público tarda en aplaudir cuando se termina de ejecutar la Sonata No. 4 en La menor.

El espectáculo, creado por el violinista Alekséi Igudesman, sube la apuesta tras cada ejecución. Malkovich hace un avioncito con una partitura de Chopin (“comerciante de las más absurdas y exageradas extravagancias, cacofonía atroz”). El actor hará propios los dardos venenosos con que Tchaikovsky atacó a Brahms. “Un bastardo sin talento”, escribió el ruso en su diario. “Me indigna que esta autoinflada mediocridad sea aclamada como genial”, decretó su par. ¿Más? Hugo Wolf tilda a su colega alemán del mayor embustero del siglo XIX “y de todos los milenios futuros”. Sobre Schuman dirá que “fue crítico pero en una hora diabólica pensó que podía componer”.

Quizás influidos por la teoría lombrosiana, varios creyeron oportuno comparar la obra de Debussy con su “fealdad única”. “Su música se escuchaba en los templos de Borneo, como sinfonía de bienvenida a los cazadores de cabeza con sus horrorosos botines de guerra. Ritmo, melodía, tonalidad, son cosas desconocidas para Debussy y que deliberadamente rechaza. Su música es vaga, flota sin color, ni forma, ni movimiento, ni vida. La música de Debussy tiene el encanto de una doncella tuberculosa”, escupe Malkovich. “Si una obra musical es un organismo, el organismo debussiano me recuerda a una medusa. Ya no es una composición, es una descomposición”, golpea con la obra de su contrincante sonando a centímetros.

Los únicos que interactúan con Malkovich, y defienden a los autores, son Igudesman y el pianista Hyung-Ki Joo. Oportunidad para que pasen revista a las críticas hechas a esta dupla, reconocida por desacralizar la música culta con un estilo que remite a Les Luthiers. El creador de El crítico musical, vale decir, es el mismísimo sujeto que aparece cantando con una sinfónica eso de “Uruguay es el mejor país” en los videos de Tiranos Temblad. ¿Otro detalle rioplatense? El violinista, fan confeso de Piazzolla, incluyó en la versión para cámara de este espectáculo algunos epítetos rabiosos sobre la obra del bandoneonista. En la que se verá por tevé, sin embargo, Malkovich deja descansar en paz al músico argentino.

No es la primera vez que el actor se encomienda a la narración acompañado por música clásica. En la Argentina se presentó con una performance de este tipo y en 2010 hubo otra que le valió la admonición de un periodista turco. “Él simplemente agarra su valija, viaja por ciudades escondiéndose detrás del nombre de ¿Quieres ser John Malkovich?.  Deberían deportarlo pero lamentablemente ya salió de la frontera”, escribió Nedim Saban. Trampolín para el grand finale del espectáculo. En “El tormento de Malkovich”, Igudesman convierte el escarnio contra aquel en una pieza cáustica relatada por el propio destinatario de esas palabras.