El único rasgo previsible del fútbol es su imprevisibilidad. Este clásico está destinado a sobrevivir al olvido. Lo tuvo todo: imperfección, grandeza, inocencia, coraje, identidad, sumisión, y una enorme dosis de belleza con todas sus fragilidades a cuestas. 

En el fútbol de hoy sobrevivir está de moda, pero este sábado el Real Madrid y el Barcelona fueron en busca de sus marcadas identidades, mirándose de frente, sin maquillaje. El equipo azulgrana con su generosa obsesión por la posesión del balón, por la creación de espacios, por la siempre sugerente convicción de querer la pelota en los pies, para que haga kilómetros, para que adelgace. Un modelo que no envejece, y que le permite un dominio del partido por momentos abrumador.

Los primeros trece minutos del Barcelona fueron de un “baile” clásico para encuadrar. Un Madrid desconcertado, esperando verlas venir, se “encuentra”, en ese minuto, con un contragolpe de libro que le cambia la cara al partido. Un taco de Benzema pone el 1 a 0, y una barrera de “parvulario” se come el segundo de Kross. 

El segundo tiempo se repite. El Barcelona se vuelca en busca de su épica, y un Madrid “reculando”, apostando al contragolpe, magnifica aún más el perfil dibujado durante todo el encuentro. Al Barcelona lo “vacunaron”, pero lo “vacunaron” mal. El 2-1 final abre en canal una Liga de tres: el lirismo “cule”, el pragmatismo “merengue”, y el “partido a partido” del Atlético de Simeone. En este deporte, a veces, se llega a la gloria y al infierno por los mismos peldaños.

(*) Ex jugador de Vélez y campeón Mundial Tokio 79.