Los textos clásicos siempre dialogan con el presente. En cualquier momento y en cualquier circunstancia, las obras que perdurano tienden puentes que se reconstruyen tantas veces como sean llevadas a escena. Algo de esa misteriosa vigencia se da con El cruce sobre el Niágara, la pieza del dramaturgo peruano Alonso Alegría, que desde su estreno a fines de los sesenta fue representada en más de medio centenar de países, apuntalada por la belleza poética que se teje en el enfrentamiento entre dos personajes de una soledad tan profunda como ilusoria. “El teatro siempre es una respuesta a un momento histórico, resignificándose con el paso del tiempo. Su poética es infinita. El teatro es un diálogo que nunca se cierra, que continúa abierto eternamente. Shakespeare, Moliere, Cossa, Ibsen y el mismo Alegría son articuladores de un mismo diálogo sobre los padeceres de la existencia humana”, afirma Raúl Rizzo, el actor que protagoniza una nueva versión de El cruce sobre el Niágara, todos los domingos a las 20.30, en El Tinglado (Mario Bravo 948). 

Galardonada con el Casa de las Américas en 1969, la obra de Alegría sigue contribuyendo a ese “diálogo infinito” que propone la escena teatral. Acompañado por Alvaro Ruiz, Rizzo se pone en la piel del gran Blondín, un famoso equilibrista francés del siglo XIX, que desde muy pequeño contó con un talento muy particular: posee un gran dominio del “alambre”, por el cual camina desde alturas cada vez mayores. El anuncio del desafío de cruzar las cataratas del Niágara sobre un cable de 330 metros de largo, cargando sobre sus hombros a un hombre, lleva a que lo visite Carlo, un joven que aun siendo admirador de Blondín le recrimina haber convertido su trabajo en un acto comercial, provocándolo a hacer algo distinto y convocándolo a la “bella travesía de volar”. 

“En la obra –cuenta Rizzo a PáginaI12– se encuentran dos soledades. El equilibrista y este chico que lo acusa de estafador, que le dice que no rompe 12 huevos sobre el alambre sino 8, que sus riesgos no son tales, que le cuestiona su sentido. Estos dos individuos, perdidos en una noche, se encuentran uno al otro en sus soledades. La pieza retrata un proceso interior, habla sobre los sueños, sobre la amistad, sobre la integridad en la persecución de nuestras metas. Es una obra que tiene mucha teatralidad, con un enfrentamiento intelectual muy rico entre artista y admirador, que hurgando en cierta atmósfera onírica nunca deja de plantear problemáticas reales sobre el progreso. Es muy movilizante.” 

–¿El cruce... pone el foco en un enfrentamiento dialéctico, intelectual, que va incluso más allá de lo perceptible superficialmente por los espectadores?

–Es un enfrentamiento del hombre consigo mismo, con sus miserias y sus miedos, con sus sueños y su moral. El encuentro está atravesado por una lógica incierta, en la que en algún punto uno puede llegar a pensar si el personaje que irrumpe en la vida del equilibrista realmente existe, o si en realidad no se trata de una proyección de él y de sus propias necesidades. ¿Es un ser de carne y hueso o es un proceso mental mediante el cual Blondín saca a relucir sus angustias, sus miedos, sus fantasmas, a lo largo de una noche? Es el espectador el que cierra la obra. Esa fue la propuesta que nos hicimos a nosotros mismos al momento de pensar su puesta y que, efectivamente, cruza toda la atmósfera.

–¿Cuál fue la motivación para tomar esa decisión?

–Creemos que el teatro, como también puede ocurrir en el cine y en un menor grado en la TV, no debe cerrar ninguna situación. El teatro no debe pretender brindar soluciones. Me gusta pensarlo como una gran lupa que amplía las conductas humanas, que nos permite ver lo que no podemos captar en el transcurrir de nuestra existencia. La poética de El cruce... provoca al espectador sin aleccionar ni ir más allá de lo que la imaginación de quien está sentado en la platea lo permite. 

–¿Cómo cree que se tomará el enfrentamiento entre estos dos hombres en un momento en que la discusión política forma parte del ejercicio diario argentino? 

–Estamos todos atravesando un momento tajante de la historia. Lo iremos dirimiendo y resolviendo. El riesgo es que nuestros enfrentamientos los solucionemos violentamente, cuando no encontremos los caminos del razonamiento y del entendimiento, cuando no haya posibilidad de aceptar el pensamiento del otro. Se trata de eliminar al que piensa diferente. Estamos siendo empujados a eso, a partir de los intereses que defiende cada sector. La grieta no es ni más ni menos que la lucha de clases. Existió siempre. En Argentina y en el mundo entero. Ahora resulta que hasta hace 15 años tuvimos una vida hermosa y placentera y que en los últimos años se posó el mal sobre los argentinos. Hay mucho cinismo.

–¿Cuál es su postura respecto de lo que ocurrió con el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa)?

–Es evidente que todo es muy oscuro. El Gobierno dice que el manejo del Incaa es opaco, pero lo opaco es el manejo que está haciendo el Gobierno de esta situación. Uno saca ciertas conclusiones. Un mes atrás se filtro una sugerencia de derogar el 10 por ciento de las entradas, que es un dinero que entra al Incaa para el Fondo de Fomento, conjuntamente con lo que se recauda de los licenciatarios de radiodifusión por el uso del espectro radiofónico. Incaa no toca un solo peso del Tesoro Nacional. Se nutre de dineros que deviene del mismo cine. Eso es lo primero que hay que dejar en claro. Otra es que al principio se señaló a Cacetta como corrupto, después se desdijeron y afirmaron que no hablaban de él, sino que en realidad Cacetta no fue todo lo riguroso con una corrupción que se produce por debajo. Es todo muy confuso. Da la sensación de que es otro globo de ensayo del gobierno, que ya lo ha hecho en otros temas, donde lanza algo y después retrocede o no según la reacción que se tenga. Por lo menos ahora hay una reacción bastante fuerte. Inclusive de gente que adhiere al gobierno, como es el caso de (Juan José) Campanella o de (Adrián) Suar, que condenaron la denuncia con Cacetta, que tuvo que renunciar. Al igual que (Pablo) Rovito, que hizo una gestión muy buena en la Enerc, a la que había accedido por concurso público. 

  –¿Cree que se trató de una situación puntual en un área específica o que forma parte de una política cultural del gobierno?

  –En la Ciudad de Buenos Aires, cuyo gobierno tiene el mismo signo político que el nacional, tenemos dos teatros emblemáticos cerrados, como el Presidente Alvear y el San Martín. Están cerrados hace mucho tiempo, con anuncios de reinauguración siempre postergados. ¡Y son teatros que pagamos con nuestros impuestos! No sé como se manejará el gobierno en otras áreas culturales, pero su política teatral es bastante preocupante y deficitaria.