Buscar una metáfora es una tarea de belleza ardua, algo así como caminar sobre un hilo transparente de equilibrista, tensado entre los labios de un abismo. Hay algo monstruoso, también, en la labor: se trata de trabajar en algo que está anclado en la ausencia.

Me pregunto si, en realidad, necesito una metáfora, o si solo estoy buscando en ella una coraza. Van días y días de dar vueltas con las palabras, y empiezo a pensar que hay abismos sobre los que, tarde o temprano, los hilos se cortan. Entonces decido acometer.

Tomo en mis labios la palabra “desaparecida”. La digo, la suelto, la conjuro para tratar de entender su sustancia particular. No pesa. Flota, como una baba del diablo, y se aleja sin poder asirse a nada.

No me resigno. Pronuncio de nuevo esa palabra: “desaparecida”. Su sonido es un acorde de notas quebradas. No es igual a “desaparecido”. La letra “a” construye una armonía resignada, ancestral, como si esa apertura vocálica abisal fuese una justificación. La sostengo un momento. Tal vez, las comillas que le abroché puedan retenerla. No lo logro. Se suelta y va a enredarse al hilo tenso por el que camino. Su materia es sutil, pero logra hacerlo vibrar. Tambaleo.

No me puedo sostener en una metáfora. Entonces nombro: Zoe, Anita, Guadalupe, Agustina… Siento que el hecho de nombrarlas las trae, las convoca, pero quizás me engaño… ¿Las acerca, acaso? Tal vez. ¿Alcanza? No, claro que no.

El orden de sus nombres se altera en cuestión de horas; letanía inversa que, a veces, parece pronunciarse en el vacío. No, el vacío es mentira. Es como confundir silencio con sordera.

Sigo: Tehuel, Tehuel, Tehuel, María Esther, que tiene un bebé, Micaela, Elba, Norma, otra vez María Esther, Julieta, Tehuel…hace un mes, ya. “Si la ven, avisar”. Común denominador para las que permanecen incógnitas; una botella lanzada al mar oscuro en el que navegan los pagadores de sombras.

A Priscila ya no la buscamos. La dejaron sin posibilidades de metáfora. Basural es un término horrible, pero es el término en este caso. Mayúsculas, separado en sílabas, puede ser un énfasis alejado del buen gusto, pero aplica: BA-SU-RAL.

Ludmila apareció. A veces pasa y algunos quieren saber cómo, y por qué, y adónde, y cómo se le ocurrió…

Sigo caminando, pero el hilo es infinito.

Joana, Esmeralda, María Belén, Sandra, Gianella, Mirta, Irene. “El Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (SIFEBU) tiene por objeto coordinar…Si tenés información, comunicate con nosotros.” Hablando de construcciones monstruosas…

“Si la ven, avisar… Si tenés información”

Imagino la falta. Imagino veinticuatro horas de falta.

Imagino el tamaño creciente de la falta multiplicada por semanas, meses, años.

Imagino eso y trato de ligarlo al condicional: “Si la ven; si tenés información…”

Me ahogo. ¡Es que hace tanto! Marita, Fernanda, María, Sofía, Florencia, Gisela… ¿Cómo es que nadie…? ¿Cómo es que Julia falta desde diciembre de 2020, y Jazmín tenía 24 años y ahora tendría 36 y Blanca, hace 31 años… despedía a su hermana que iba al super, y Elizabeth, y Olga, y Melanie, y Thiara, y Valeria…?

¿O es que hay algo, ahí, un destino que huele a cajón de expedientes amarillos, amontonados bajo la piedra de la averiguación de paradero? ¿No es eso algo parecido a un basural? (Otra vez ese término horrible…).

Paradero: del latín parare: parar, paraje, amparar.

Allí están ellas, paradas.

Pausadas en la foto a la que se aferran quienes las buscan, suspendidas en la última cosa que dijeron: un saludo, un audio, una coordenada, un paraje de añoranza desesperada. Una canción con las dos rayitas paralelas del pause.

El amparo, claro, no las alcanza. Está. Parece estar. Se ancla a su ausencia.

El amparo es, tal vez, la metáfora.

*Los nombres de las mujeres y niñas mencionadas figuran en la cuenta de Twitter @desaparecidaorg y en el sitio del Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas – SIFEBU