Quienes la conocieron se conmueven cuando la nombran. Las palabras se amontonan en renovada urgencia, quieren ser las primeras en salir y decir pronto todo lo que Débora Ferrandini hizo, todo lo que se adelantó a su tiempo una mujer sanitarista: “cambió el paradigma”, “¡nos dio una clase de género en 2001!”. En custodia anhelante la biblia familiar y el pelo largo, tan largo como la pollera negra que le cubría las piernas cuando era una estudiante de medicina “discreta y solitaria” se agitan con las preguntas que le hizo a Raquel Musso (su jefa después en Arroyo Seco) en una entrevista de trabajo.
“Me quedo con la rara, me llevo a la loca, es justo lo que necesitamos”, dijo Musso después de unos minutos de charla. La loca rara, la joven médica evangelista con desparpajo beatífico cambió los roles y fue quien le hizo preguntas de sanitarista a la médica que la entrevistaba, le preguntó cómo era el barrio, de qué se enfermaba la gente, cómo vivían, las características del pueblo y los actores sociales con los que contaban para poder hacer posibles acuerdos. Cuando terminó de hacer preguntas aceptó el desafío sin averiguar cuánto iban a pagarle, solo preguntó qué colectivo tenía que tomar. 

La recién contratada ya sabía que su definición de salud no era un punto de llegada, era una construcción colectiva. La palma de la mano abierta, usina inaugural de una cartografía transformadora. Nació en Rosario y en su Universidad Nacional estudió medicina, trabajó en centros de atención primaria, estudió becada en Leeds, Inglaterra, fue funcionaria municipal, viceministra de salud en la provincia de Santa Fe y docente. Sobre todo, docente porque ser sanitarista es formar escuela.

Seguirle los pasos es caminar siempre unos metros antes, leer sus declaraciones y entrevistas, como la que le hizo Sonia Tessa (Rosario/12, 24 de febrero de 2009), es ver escurrirse el tiempo perdido cuando tiempo perdido es sinónimo de mujeres muertas: “el maltrato al que es sometida muchas veces una mujer que llega con un aborto explica que lo piense mil veces antes de ir al hospital, y cuando lo hace, se está muriendo (…) son crímenes socialmente premeditados y se cobran vidas de personas pobres. ”Recordar su lucha política para lograr que la salud fuera el eje central de la gestión trae el recuerdo de un ovillo rojo que vuelve a emocionar a quienes lo armaron junto a ella cuando sentados en ronda dijeron -tejieron- por qué querían trabajar en la salud pública. 

En Mujeres, saberes y profesiones (2019) las anécdotas sobre Débora compiten y ganan todas, mérito indiscutido de la protagonista. No tenía secretarios, atendía todas las llamabas, hablaba con la prensa, recorría la provincia y mientras gestionaba, no se tomaba vacaciones. Dicen que sus historias clínicas eran hermosas, que las intervenía con resaltadores de colores y notas, un mapa imprescindible y social donde nadie tenía la voz cantante, “es necesario construir un listado de problemas con cada familia con quien trabajemos, un listado que identifique para quién la situación enunciada es un problema, o sea, quién es el que desea transformarla. Dicho listado es el corazón de una historia clínica familiar, instrumento esencial para la práctica de un equipo de salud. Nada más inconveniente que suponer que la historia clínica es cosa de los médicos". 

Hablar de Débora Ferrandini, una intelectual sentipensante de la salud, que murió joven por un cáncer repentino y tajante, es recuperar y visibilizar a las sanitaristas, un título que la historia y el presente se niegan a adjudicarle a las mujeres.