La denominada “segunda ola” enciende nuevamente las alarmas en nuestro país sobre las consecuencias del virus que azota a la humanidad. La vacunación masiva es la única solución que se avizora para ponerle fin a la pandemia. La vacuna, un objeto producido por la ciencia en su alianza con el capitalismo, se encuentra regida a nivel global a distribuciones inequitativas acordes a las lógicas del mercado. Vacuna y vacunación no son lo mismo, la primera concierne a la producción de una mercancía, la segunda a la estrategia sanitaria que adoptan los países. En el camino hacia lo que debería ser una vacunación masiva, vuelve a visibilizarse cómo las estrategias colectivas son clave para evitar una mayor propagación aún.

Hace un año, el psicoanalista Miquel Bassols planteaba en su texto “La ley de la naturaleza y lo real sin ley”: “Tal vez nunca como en estos días, la Humanidad --así, con mayúscula-- puede y debe reconocerse a sí misma como un único sujeto ante la irrupción de lo real, como ese colectivo que Jacques Lacan definió de manera tan enigmática como "el sujeto de lo individual". Es un sujeto que se enfrenta a un reto que sólo podrá ganar, precisamente, de manera colectiva, con un cálculo en su acción que es necesariamente colectivo. Y es que estamos recibiendo estos días --uno por uno--, los efectos más brutales de un acontecimiento que es y seguirá siendo paradigma de lo real del siglo XXI”[1].

Hemos aprendido que el comportamiento de cada uno, en forma enlazada con el de los otros, podría constituir una estrategia eficaz para evitar una mayor cantidad de muertes. La “ola”, su tamaño y sus persistencia (traducción en un gráfico del número de enfermos y muertos), está ligada al modo de comportamiento social, en consecuencia, la acción conjunta puede intervenir en ella.

Sabemos que los cálculos de acción colectiva (con su cuota de incalculable) son eficaces en diferentes campos de la vida humana, pero en torno a la irrupción de este real, a pesar de “saberse” cuáles podrían ser las acciones de cuidado que ralentizarían la propagación del virus, algo falla en su ejecución.

A escala global, ocurre algo similar. Las acciones no se rigen por un cálculo donde la humanidad se reconozca como un sujeto único, ya que, pudiendo distribuir la producción de vacunas siguiendo una estrategia sanitaria a nivel mundial, la provisión es desigual según el poder económico de cada país.

En virtud de esto surge un interrogante: ¿Cómo se arma lo colectivo y su cálculo de acción? J. A. Miller, retomando a S. Freud, señala: “el colectivo está hecho de una multiplicidad de individuos que asumen el mismo objeto como Ideal del yo. (...) Desde el punto de vista freudiano el ser del colectivo es sólo una relación individual multiplicada”[2]. En esta vertiente, que atañe a la relación del sujeto con el Otro y el campo de las identificaciones, pueden ubicarse dos elementos centrales para que un cálculo de acción colectiva pueda llevarse adelante. Por un lado, la dimensión de la creencia. La creencia en su definición implica una idea o pensamiento que se asume como verdadero. Es decir, para llevar adelante una acción concertada con otros buscando cierta eficacia, debe creerse en que hay un lazo de incidencia entre el cálculo y el resultado. Algún significante debe tomarse por verdadero sin que ello constituya una certeza. En segundo lugar, lo colectivo pensado en una lógica de acción, entraña también una dimensión de reciprocidad[3] inherente al lazo con el otro como semejante. Si bien cada sujeto se vincula de modo diferente con eso que se toma como verdadero y cada uno está comprometido en esa acción que lo concierne de manera singular, para que esa acción pueda llevarse adelante no se puede prescindir del otro, ni el sujeto descontarse del conjunto.

¿Es acaso que estos dos elementos creencia y reciprocidad se encuentran debilitados en el lazo social contemporáneo?

Si tal como mencionamos la creencia apunta a ubicar un valor de verdad en un significante, no es extraño que en lo que denominamos “la época del Otro que no existe”[4] descripta como la revelación de la caída de los elementos que daban estabilidad al orden simbólico hasta el siglo XX, se evidencie una dificultad para localizar un valor de verdad en un significante, como podría ser el del cálculo de acción y su búsqueda de eficacia. La incredulidad en tiempos de pandemia se ha ido posando en cada uno de los elementos que podrían construir una estrategia colectiva, dificultando ubicar un elemento común que sirva de soporte a la acción.

Esto se ha visto claramente en la “protocolización” de las conductas que terminan vaciando de sentido la acción. Tal como ocurre en el ritual obsesivo que se acota hasta lo absurdo, se repiten acciones desconectadas del cálculo y de una posible eficacia. Por otro lado, entre las acciones protocolizadas y quien las lleva adelante, se vislumbra una exclusión. No se vive como una acción en la que el sujeto se encuentra comprometido con otros. Se cumple, sin creer en ello, con algo que se exige y con lo cual no se está implicado.

Los barbijos caídos, las planillas firmadas a las que nadie presta atención, los tarros de alcohol vacíos nos muestran la distancia entre lo que podría constituir una estrategia colectiva y lo que en ocasiones se constituye en un “como si”. Las medidas son experimentadas como ajenas, provenientes de un Otro que sostiene como verdad una estrategia en la que no se cree y de la cual no se es parte.

Puede leerse en este contexto que ningún significante-amo toma cuerpo como verdad, es decir que lo colectivo si lo definimos como una multiplicidad de individualidades ligadas a un significante no se constituye y por consiguiente la reciprocidad en la lógica de acción no se establece.

En una entrevista para Telam[5] en el año 2014, Eric Laurent hacía referencia a esta característica del lazo social contemporáneo señalando que lo que subsisten hoy son trozos de común. Lo común, si es eso que no se deja atrapar por el discurso capitalista, parece diseminado en pedazos desconectados y nos plantea la necesidad de una lectura de los impasses de la civilización contemporánea, sobre todo cuando se trata de llevar adelante la invención de una estrategia colectiva que esté del lado de la vida.

Ramiro Tejo es licenciado en Psicología (UNLP). Hospital Municipal de Chascomús, docente del Servicio de Atención a la Comunidad del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires.

Notas:

[1] http://www.revistavirtualia.com/articulos/851/dossier-pandemia/la-ley-de-la-naturaleza-y-lo-real-sin-ley

[2] J.A. Miller, “Teoría de Turín acerca del sujeto de la Escuela”. En https://www.wapol.org/es

[3] J. Lacan: “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma”. Escritos 1. Siglo veintiuno editores. Buenos Aires. 2002.

[4] J.A. Miller, El Otro que no existe y sus comités de ética.

[5] https://www.telam.com.ar/notas/201403/56862-la-epoca-en-que-la-politica-daba-respuestas-a-la-pregunta-por-el-sentido-esta-terminada.html