Las presentes historias forman parte de una controversia. Un equívoco surgido en la voz de Jorge Luis Borges -cuándo no- y la polémica originada entre Montes i Bradley y Pedro Henríquez Ureña. Ambas en torno al apellido Onetti, una familia uruguaya de la ciudad de Melo, departamento de Cerro Largo. Pero no el que portaba Juan Carlos, autor de El pozo, sino el de Carlos María, un modesto profesor de “provincias”.

No hace mucho tiempo, el crítico uruguayo Pablo Rocca se refirió a una anécdota que formaba parte de las tantas pedanterías irónicas del escritor argentino, pero tal vez a ésta se le asiente de manera injusta. 

En 1974 Jorge Ruffianelli entrevistó a Borges en su casa de Buenos Aires. Un pasaje del reportaje se detiene en Onetti, quien entonces estaba en auge:

-¿A qué escritores latinoamericanos actuales ha leído: a Juan Carlos Onetti?

-Lo conozco muy poco… Me acuerdo que era rengo, ¿no? ¿No era rengo?

-No.

-Sí, creo haberlo conocido pero nunca leí nada de él. Creo que ha muerto, ¿verdad?

-No, tampoco.

El diálogo culmina con el característico gesto borgeano del asombro.

En realidad, Borges no estaba equivocado, hubo otro Onetti. Carlos María era primo hermano del consagrado narrador y también escritor. Los muchos problemas de salud, “huérfano del caminar, inválido de niño”, no le impidieron radicarse en nuestro país, estudiar en la Universidad de La Plata, vincularse con los movimientos literarios de vanguardia y vivir en Paraná, donde enseñó Literatura en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario, en la Facultad de Ciencias de la Educación, además de viajes regulares a la provincia de Tucumán, a su cátedra de la Universidad. Murió joven, en 1940, dejando una obra, sobre todo ensayística, que dio pie a otra confusión.

Colaborador habitual de la revista Paraná de nuestra ciudad, en sus páginas Onetti supo publicar adelantos del libro Cuatro clases sobre Sarmiento escritor, y perfiles monográficos de la vida y obra de Esteban de Echeverría y Juan Bautista Alberdi. Sobre este último recayó una verdadera polémica.

En el número 107 de Sur, la publicación de Victoria Ocampo, el dominicano Ureña dice en nota introductoria: “La revista se complace en publicar ahora un estudio sobre Alberdi, uno de los mejores trabajos escritos de su género hecho en el país por el profesor Carlos María Onetti, recogiéndolo de un diario de provincia donde se había publicado y corría el riesgo de perderse”. 

La respuesta no se hizo esperar. En acalorada editorial escrita por Montes i Bradley en la primavera rosarina del 1943 exclamó: “Que el espíritu de nuestro amigo y colaborador, sirva esta vez de bandera de rebeldía contra esta sinrazón porteñista que lo único que precisaba para tornarse voluble Narciso, lo ha obtenido con el buen mosto del éxodo español republicano, que al transportar consigo las mejores de sus prensas bibliográficas y lo más noble del temperamento y el carácter hispano, le han cantado, sirenas modernísimas, la vanagloria de creerse punto de paso del nuevo meridiano de la cultura castellana”.

 

Dichos relatos, referidos a un desconocido escritor de tierra adentro, son portadores de una injusticia: la del lugar geográfico donde asiste le legitimidad, en este caso la literaria. 

Una verdadera historia nacional de la infamia que bien pudo escribir Borges traicionando alguno de sus recuerdos.