El lenguaje es una piel para Luisa Valenzuela, una indómita exploradora de la palabra que hablará el próximo jueves en la apertura de la 43° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (ver aparte). La escritora, presidenta de PEN (comunidad mundial de escritores) en Argentina  acaba de llegar de una larga gira por Madrid, Salamanca, Valladolid, Alicante, Valencia, Granada y Sevilla; luego continuó por París, donde se publicó la traducción de La máscara sarda, y finalmente estuvo en Belgrado y Novi Sad, una ciudad del Norte de Serbia, ubicada a orillas del río Danubio, donde presentó la traducción de Simetrías al serbio y participó en el festival literario Prosefest junto con el austríaco Peter Handke. Ella saborea cada viaje con los ojos curiosos de quien intuye que hay algo por descubrir, por más minúsculo que parezca, como si el saber se constituyera a partir de la oblicuidad de lo pequeño, de eso que se despliega de modo casi imperceptible para desafiar a aquellas miradas que creen haberlo visto todo. Nada la amedrenta ni la paraliza. Su palabra –lo que dirá en el escenario del predio de la Rural– quedará resonando con la misma fuerza con que resuenan los conflictos, los sueños y las pesadillas que vibran en su narrativa.

Es viernes por la noche en esta teatral casa de Belgrano, habitada por el centenar de máscaras que colecciona la escritora, artesanías indígenas, tapices, muchos libros, bellísimas plantas, tres loros, dos tortugas y tres perros atolondrados que corren y saltan con la energía de un batallón de soldados dispuestos a comenzar una guerra. Valenzuela saluda y se acomoda sobre el sofá del living como si se masajeara la espalda porque el cuerpo le pide algo similar a la posición horizontal para exorcizar el trajín de un viaje que se extendió durante un mes. Sobre una mesita de vidrio están algunas de las traducciones que salieron recientemente y un ejemplar de su último libro de cuentos, El chiste de Dios y otros cuentos, editado por Cuadernos Negros, una hermosa editorial colombiana que dirige Bibiana Bernal. La autora de Hay que sonreír, El gato eficaz, Cambio de armas, Cola de lagartija, La travesía y Peligrosas palabras cuenta a PáginaI12 que hay dos novelas que se resignifican desde el presente político del país: Realidad nacional desde la cama y El mañana, “donde las mujeres están presas y no las dejan hablar ni pensar”. “¿Qué es ese miedo al pensamiento del otro lado? No somos los únicos, esto es algo que viene de lugares de sombras más poderosos. Las autoridades están respondiendo a situaciones globales difíciles, muy poco claras para el común de los mortales. Este es un mundo de hombres de negocios, ya no es un mundo de políticos”.

–Inaugura la Feria en un momento muy complejo del país. Hace unos días, el escritor Miguel Ángel Molfino fue amenazado y PEN sacó un comunicado en repudio. ¿Cómo vive esta coyuntura, este presente político del país?

–En este largo viaje que hice, en Serbia estaban hablando de mí en serbio y la única palabra que entendí fue posmodernismo, con la cual no estoy de acuerdo. El posmodernismo llevó a la posverdad porque empezó un movimiento literario donde la sátira, la parodia, era la reina, y de golpe ahora la parodia es el discurso político, la posverdad. Estoy muy preocupada por esta cuestión de la posverdad porque es la manera en que están vendiendo las cosas y la gente se la cree. En este momento no gana la verdad, los hechos, lo factual, sino las expresiones de deseo. Esto es muy argentino de hace mucho tiempo, pero ahora está funcionando perfectamente en el mundo con las falsas verdades de (Donald) Trump. La palabra ha perdido su fuerza; son los globos de colores que conocemos.

–¿Qué pasa cuando la palabra pierde su fuerza?

–Puede pasar cualquier cosa, te puede llevar a desastres políticos y económicos muy graves. Se empobrece el que no tiene la palabra, entonces llega el momento de actuar de los intelectuales. Debemos recuperar esa figura que quedó desprestigiada por los mismos intelectuales por algún motivo de posicionamiento político extraño, donde el que piensa queda relegado a una situación como pretenciosa. Hay que perder esta connotación pretenciosa del ser intelectual y volver al pensamiento profundo para ver cómo podemos actuar desde otro lugar. De hecho, están sucediendo un montón de cosas donde sí se piensa desde otro lugar. Tenemos que recuperar el poder de la palabra y darle a la palabra el peso que tiene.

–¿Quiénes están pensando desde otro lugar?

–Hay muchas protestas, están las clases públicas en la carpa itinerante de los maestros, las protestas de los artistas por la situación del Incaa; hay movimientos que ven la situación como Ni Una Menos, que no solo está peleando para que no maten a las mujeres, sino que tiene una posición muy clara de lo que está defendiendo. Entonces no les pueden ofrecer papelitos de colores. Hay una claridad ahí que me parece muy interesante.

–¿Por qué el gobierno argentino, desde el presidente hasta un exministro de cultura, viene cuestionando sistemáticamente el número de desaparecidos?

–¿Qué están tratando de decirnos cuando dicen “el curro de los derechos humanos”? Es aterrador porque los derechos humanos no les atañen, y quieren dominar la situación y ser dueños del pensamiento. Había un tejido social herido que se estaba reparando con los testimonios y los juicios, pero ahora lo están cortajeando una vez más.

–¿Qué hacer para evitar que se siga cortajeando ese tejido social?

–Tenemos que trabajar de zurcidores invisibles y la palabra es una manera de zurcir. Creo que estamos actuando bien, que estamos viendo los peligros de frente, no estamos como en otros lugares donde meten la cabeza en la arena tipo avestruz.

–¿El escritor es un zurcidor invisible? Como presidenta del PEN Argentina, ¿qué función tiene que cumplir el escritor ante esta situación política?

–Estamos alertas a hechos aislados que tengan que ver con la gente de letras, como la amenaza que recibió Molfino, como otras cosas que pasan en el mundo. Hay escritores presos y perseguidos; PEN tiene un blog disidente para que puedan escribir todos aquellos escritores que no pueden expresarse en sus países. De hecho PEN, que era un club de amigos en cuestiones literarias, se ha convertido en un observatorio muy fuerte, muy intenso también con la cuestión de las mujeres. Tenemos que estar alertas para reparar ese tejido social. La fuerza del intelectual, la del pensamiento más lúcido, no propone respuestas porque no las tiene, pero va a plantear los problemas de una manera clara para ver las trampas en la que nos quieren meter.

–¿Sería volver a cierta idea del intelectual comprometido, más allá de que el compromiso haya sido muy vapuleado?

–La palabra compromiso tendría que estar de una manera lateral, como siempre dije. Cuando la palabra compromiso estaba de moda y yo decía que el único compromiso del intelectual es con la letra y con la literatura, me querían comer viva. La palabra compromiso indicaría una posesión de la verdad y yo creo que el intelectual no tiene la verdad. Nadie tiene la verdad. Oscar Wilde decía que la única verdad en la que creía era la que involucra a todos los otros. Lo que hace el intelectual es mirar desde otro lugar y cuestionar. No hay que dejarse engañar por expresiones de deseos. El triunfo de Trump es inconcebible y eso inconcebible hace que tengamos que estar muy alertas. Estamos en un mundo donde están deteriorando a la cultura. La cultura perdió todo tipo de fuerza. La palabra de la cultura no vale nada. El primer presupuesto que se corta es el de la cultura. ¿Qué está pasando en este mundo? Cuando a (Winston) Churchill le decían de cortar el presupuesto de Cultura para hacer la guerra, él decía que hacía la guerra para defender la cultura.

El teléfono suena y Valenzuela atiende a su hija, la artista plástica Anna Lisa Marjak. La escritora, que tiene la nacionalidad francesa, cuenta que de haber podido votar lo habría hecho por Jean-Luc Mélenchon, el líder del movimiento Francia Insumisa. Para retomar el hilo de la importancia de la cultura, cuenta una anécdota que tiene como protagonista principal a Fidel Castro. En el 2000 Valenzuela estuvo a cargo del discurso inaugural del Premio Casa de las Américas en Cuba. Castro saludó a los escritores invitados en esa edición.

–El Comandante quiere que usted se siente a su derecha –le dijo a Valenzuela un integrante de la seguridad personal de Fidel.

–Yo oigo de un solo lado, me tengo que sentar a su izquierda. No oigo del lado derecho –aclaró la escritora a Fidel. 

Después de esa sutil disputa por las posiciones, Valenzuela se sentó a la izquierda de Fidel y empezó una charla sobre el período especial en Cuba. “Yo dije que en mi país el primer presupuesto que cortan es el de la cultura. Fernández Retamar, que estaba enfrente de mí, dijo: ‘Si hubiera sabido que darle leche a 500 niños por mes era el presupuesto de Casa de las Américas, yo cerraba Casa de las Américas’. Fidel, que estaba a mi lado, dijo: ‘El presupuesto de la cultura no se debe cortar nunca. La leche para los niños tiene que salir de otro lado, pero no de la cultura, porque la cultura es lo principal. Y yo que no era una gran fidelista –y sigo sin serlo–, me di cuenta de que era muy inteligente la respuesta de Fidel, porque era la posición de Cuba en el mundo”, recuerda la escritora. “La cultura es tu bandera, es tu embajada, tu carta de presentación en el mundo. La cultura es el pasaporte al mundo de una sociedad. El orgullo de una nación es su cine, su literatura y su cultura –enumera Valenzuela–. La aparente ausencia de respeto estatal por la cultura, cortes de presupuesto, despidos indiscriminados, falta de apoyo a los planes culturales, puede darle el lugar a acciones delictivas tales como las amenazas que recibió Molfino. En mi discurso habrá algunas palabras claves como educación e inclusión”.

–Estaba de gira por España cuando reprimieron a los maestros. ¿Qué sintió al ver las imágenes?

–Me pareció un horror... Me acuerdo de una conferencia de Carlos Fuentes en la Feria del Libro en la que sus últimas palabras fueron: “educación, educación, educación”. Y yo agrego: educación pública. Una nación es su educación y su cultura.