El premio al Mejor Actor Protagónico que la Academia del cine estadounidense acaba de entregar en los premios Oscar 2021 excede por mucho el reconocimiento para Anthony Hopkins por su labor en el duro, intrincado y lacrimógeno drama El padre, dirigido por el francés Florian Zeller. Es también una ovación más que merecida para una verdadera leyenda viva, una de las pocas que le quedan al cine contemporáneo. Pero sobre todo, parece un gesto auto celebratorio de la industria dedicada a fabricar sueños (y en este caso también pesadillas), el cine mismo, aclamando a una de sus creaciones más dilectas. Porque así como es mucho lo que Hopkins le dio al cine, de ningún modo es menos de lo que este talentoso y a veces un poco chanta actor inglés de casi 84 años recibió del cine. Que entre otras cosas le habilitó la posibilidad de ser considerado hoy el mito que es.

Este segundo Oscar le llega a Hopkins a casi 30 años de haber recibido el primero, aquel que le entregaron en 1992 por el papel que le permitió pasar de ser un actor prestigioso a una verdadera estrella: Hannibal Lecter, el intimidante doctor caníbal de El silencio de los inocentes. En el medio hubo otras cuatro nominaciones, dos de ellas en la categoría de actor protagónico (Lo que queda del día, en 1994, y Nixon, en 1996) y otras dos como actor de reparto (por Amistad, en 1998, y Los dos papas, el año pasado). Estas seis películas representan una muestra poderosa de su trabajo, pero de ningún modo alcanzan a mostrar la real magnitud de la obra de toda su vida como actor. Una trayectoria inabarcable que en el territorio de la producción audiovisual ya acumula 61 años.

Hopkins debutó en el cine en 1967, cuando tenía 30 años, con un papel menor en una película menor: The White Bus, de Lindsey Anderson. Pero le bastó apenas un año para pasar a las grandes ligas: en 1968 fue coprotagonista de Peter O’Toole y Katherine Hepburn en El león de invierno, de Anthony Harvey. Ya en 1971 se hacía cargo de su primer protagónico en When Eight Bells Toll, donde interpreta a Philip Calvert, un agente secreto muy británico, copiando todo lo posible el ya por entonces muy exitoso estilo James Bond. En los '70 trabajó a las órdenes de directores como Richard Lester, Robert Wise y Richard Attemborough en tres ocasiones. Los '80 empezaron con uno de los roles protagónicos en la extraordinaria y exitosa El hombre elefante, segunda película de David Lynch. Y los '90 con Horas desesperadas, dirigida por entonces casi olvidado Michael Cimino, y coprotagonizada por el todavía joven y hermoso Mickey Rourke.

El Oscar por El silencio de los inocentes intensificó su vínculo con el cine, multiplicando sus incursiones en la pantalla grande. Aunque no siempre en proyectos a la altura: alcanza con recordar sus gruesas interpretaciones en Leyendas de pasión (1994) o ¿Conoces a Joe Black? (1998), ambas convertidas en éxito de ventas gracias a la participación de la todavía juvenil estrella Brad Pitt. Pero también tuvo trabajos memorables. Entre ellos se pueden mencionar La mansión Howard (James Ivory,1992) o el Drácula de Coppola, donde interpreta al doctor Van Helsing, némesis del conde vampiro. Volvió a trabajar con Attemborough en Tierra de sombras (1993) y con Ivory en Picasso (1996), donde personifica al gran pintor malagueño.

Ya en el siglo XXI, la cantidad de títulos acelera su acumulación y también se polariza la calidad de los proyectos en los que elige participar. Es podría explicar por qué entre su cuarta y quinta nominación pasaron nada menos que 22 años. En el medio interpretó a un par de veces más a Lecter, a Alfred Hitchock, al fundador de la cervecería Heineken y a Odín, padre de Thor, entre las varias decenas de personajes que compuso a lo largo de los últimos 21 años. Sus trabajos como el papa emérito Joseph Ratzinger en Los dos papas y sobre todo su impresionante trabajo en El padre que le valió su segundo Oscar permiten reencotrarse con una parte de lo mejor de la larga (y mitológica) carrera del gran Anthony Hopkins.