Algunos frases nos han quedado como si estuvieran a nivel de la percepción reciente y sin embargo pueden venir desde muy lejos en el tiempo. Desde algún lugar de la memoria comienzan a funcionar como órdenes, aunque no lo hayan sido, manteniendo con plena vigencia su poder actuante aún a través de distintas épocas de la vida ¿Será la memoria el lugar donde algunas palabras se inmortalizan? Pero ¿en qué estado han permanecido si continúan orientando nuestras acciones aquellas frases escuchadas que regresan una y otra vez a través del olvido? Bueno, justamente, si las sometemos al olvido, es la manera de asegurar que volverán. Es así; el olvido no da su final a nada, al contrario, garantiza su reaparición. De lo que hicimos el gran esfuerzo de sacarlo de nuestra conciencia es por ese forzamiento mismo que aseguramos su retorno.

Esas frases de naturaleza tan extraña de precisar suelen convertirse en imágenes o enlazarse a ellas –cómo se da esa mutación es incomprensible. Algunas veces, nos hacen actuar a empujones mientras creemos que estamos comportándonos como queremos. Otras veces, se trata de que continuamos obedeciendo la orden de algún hipnotizador clave de nuestra historia sin saberlo. Y así van pasando nuestras distintas edades con ese espacio interior tabicado en el que se fabrica la repetición que nos impedirá comprender lo que nos viene del mundo. Quién no tiene en su casa una habitación, un rincón o un cajón donde se acumulan cosas, objetos viejos fuera del uso que, quizás, representen el monumento dedicado a lo que perdura inalterable en nosotros, made in otro espacio y otro tiempo.

Es llamativo, a esa escisión de la conciencia humana Freud la llamó “histérica”, por supuesto sin la connotación peyorativa que fue tomando sino en un sentido totalmente diferente que el olvido se encargó de transformar y la divulgación de despreciar. Entonces, también es posible que pongamos el cuerpo en ese lugar escindido. O un amor. Un amor que alojado en el cuerpo partirá la conciencia y nos dejará afuera de la vida –mejor dicho, con esa sensación de quedar aparte de lo que a su vez nos está tocando vivir.

Actualmente, se nos agrega una complicación más: esa especie de realidad virtual que nos constituye ha sido recreada por la habilidad técnica en tecnología de Internet. Siempre es a su imagen y semejanza que el ser humano inventa sus objetos con los cuales entrará en relación. La forma humana es proyectada en la cultura donde luego se buscará, por acción del narcisismo que cuenta con ese poder de continuarse en lo que tomamos para sostenernos. El problema de perder o desdibujar los límites entre la realidad virtual y lo real se viene reconociendo como un signo inquietante de este siglo XXI, aunque de ese límite impreciso y nebuloso estamos ya hechos: del riesgo de perder tanto la forma de nuestro cuerpo como el principio de realidad (y allí hay un nexo).

 

La confusión entre lo virtual y lo real se agrava y se fija con el sufrimiento del encierro obligatorio actual, donde la virtualidad logró invadir todas las habitaciones de la casa. Cuesta relanzarse si el replegamiento se prolonga y más desdibuja los límites entre el adentro y el afuera. Quedará quizás el respiro de aquellas palabras, el nudo secreto de nosotros mismos que nunca alcanzará a proyectarse en ningún invento técnico ni en virtualidad alguna.