El "jugador del pueblo" Carlos Tévez, ídolo de Boca y amigo de Mauricio Macri se rehúsa a pagar el aporte extraordinario y por única vez a la riqueza. Ese que deben aportar, porque es ley, unos 14 mil de entre 45 millones de argentinos, o sea el 0,03 por ciento de la población.

Aunque no son mayoría, hay otros multimillonarios que no quieren aportar nada. Muchos famosos jugadores de fútbol han sido enjuiciados por elusión o evasión de impuestos. Ni qué hablar sus dirigentes. También, excepcionalmente, unos pocos banqueros o dueños de multinacionales, cuando el poder los abandona o los entrega como chivos expiatorios de una práctica obscena, depredadora. 

Casos que cobran más notoriedad se dan en el mundo del espectáculo, que alimentan las ilusiones de las masas. Se observó al actor Gerard Depardieu amagando con hacerse ciudadano ruso para no pagar impuestos en Francia y, al cabo, haciéndose ciudadano de la más cercana Bélgica, como antes había hecho su colega Alain Delon. O la cantante mexicana Paquita la del Barrio, que estuvo presa por engañar al fisco… un día, hasta que con su fortuna pagó fianza y aceptó, a cambio de su libertad, grabar spots de radio para invitar a los contribuyentes a que se pusieran al día con sus obligaciones impositivas.

La pandemia y sus consecuencias desastrosas en materia económica mundial han hecho que muchos Gobiernos quieran revisar los impuestos o reclamar un aporte a los multimillonarios.

Impuestos

Hace unos días, en el Foro del Consejo Económico y Social sobre la Financiación para el Desarrollo, el secretario general de la ONU, António Guterres, pidió un impuesto solidario a la riqueza

El FMI impulsó una iniciativa como la argentina –por única vez, un aporte, no un impuesto- para reactivar la creación de trabajo y riqueza y ayudar a salir de esta situación. 

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, lanzó la idea de un impuesto global (no local, pues las empresas alcanzadas se irían a otro mercado) del 21 por ciento a las grandes multinacionales. Europa había propuesto 15 por ciento. 

Medio siglo atrás, el estadounidense James Tobin propuso una tasa (que lleva su nombre) a los grandes capitales financieros. Y para acercarnos a lo que hizo Argentina ahora, varios países europeos (Francia, Noruega y hasta la guarida fiscal Suiza) legislaron normas parecidas y otros latinoamericanos (Chile, Brasil, Ecuador, Colombia) avanzan en sus respectivos parlamentos.

Excepcional

La actual crisis global es una emergencia, nadie lo duda. Algo excepcional. Cuando Alemania enfrentó su reunificación tras la caída del Muro de Berlín aplicó un impuesto a las grandes empresas y fortunas. Y los alcanzados pagaron.

Frente a Estados de todo el mundo con poca capacidad recaudatoria sobre los poderosos, se tiende a gravar impuestos regresivos como el IVA, en lugar de a las rentas, ganancias y patrimonios.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) informa que la presión impositiva, es decir la relación entre masa recaudada por el fisco y tamaño de la economía de cada nación, es 34 por ciento a nivel global. La Argentina está debajo de ese promedio, en torno a 30 por ciento, con países vecinos como Brasil o Uruguay que la superan (32 y 31 por ciento, respectivamente) y otros que son grandes o medianas economías pero están muy atrás por la gran informalidad que tienen, como México o Perú. 

Los países más avanzados del mundo, en cambio, superan con creces esa media; entre otras cosas, son más desarrollados justamente por esa capacidad fiscal. Y los más pobres, que en sentido contrario lo son entre otras razones por su baja tributación, lucen un porcentaje lastimoso. 

La derecha argentina miente también en esto diciendo que Argentina es el país que más impuestos cobra en el mundo (o que es el más cerrado, o el que tuvo la cuarentena más larga, o el que tuvo menos días de clases, etc.). Todo eso es falso.

Contrato social

Frente a este cuadro descripto, algunos millonarios no quieren pagar.

Se ha estudiado el rol pernicioso de las guaridas fiscales, el reducto de los evasores a quienes los grandes bancos ayudan a ocultar y fugar: en el Caribe, en el sudeste asiático, en la Polinesia, en estados de Inglaterra o de Estados Unidos, en Suiza, Uruguay. Cuando se las quiso combatir, por ejemplo lo planteó la Argentina gobernada por Cristina Fernández de Kirchner en el Grupo de los 20, sólo hubo promesas.

A mediados del siglo XVII, en plena guerra civil en Inglaterra por el control de la soberanía, si la ejercería el Rey o el Parlamento, Thomas Hobbes escribió aquello del homo homini lupus (el hombre lobo del hombre) en su obra Leviatán.

Habla de un contrato social para que haya paz. En algún momento lejano de la historia, cuenta, para que la humanidad no siguiera comiéndose entre sí, se pactó que un jefe, un rey, un soberano, gobernara la sociedad. Ese líder aceptó, pero pidió dos cosas a cambio: el monopolio de las armas y cobrar impuestos. Era la única forma de poder dar los servicios que eran reclamados por el conjunto: paz y seguridad; ahora se puede agregar salud, educación, vivienda.

Esta es la base. Lo otro, lo de "Carlitos" Tévez, es volver a la ley de la selva.