Es con la locura que la creencia de que la sociedad existe puede ser cuestionada. Se puede estar dentro o fuera de la sociedad, por así decirlo. Esta afirmación la menciona  la psicoanalista Carolina Alcuaz en su libro Otra sociedad para la locura. Estudio sobre los lazos sociales en las psicosis (Xoroi Edicions), un libro fundamental para pensar el debate en torno a la locura y su inserción en la sociedad. Y una publicación imprescindible para desmitificar ciertos preconceptos que hay en torno a quienes tienen padecimientos psíquicos. “La idea fue partir primero de qué es la sociedad, qué se entiende por sociedad porque ésta funciona como si fueran las reglas del juego, como un manual de instrucciones, un sentido compartido. Hay un discurso en el cual entramos. Y justamente la locura lo que pone en cuestión es eso. En muchos momentos, el loco queda afuera de estas reglas, queda fuera del discurso común. Entonces, el discurso común es una construcción”, explica esta psicóloga graduada en la Universidad Nacional de La Plata, en diálogo con Página/12.

Alcuaz entiende a la sociedad como una convención: hay maneras de estar en el mundo y la locura pone en juego eso. “Lo que tomé en el libro fueron diferentes experiencias donde la locura cuestiona que haya una única sociedad, una única manera de estar en el mundo”, explica. Esta profesional entiende que alguien puede perder en el momento de locura el sentido compartido, la vivencia del tiempo, puede desconocer que un subte está para transportar gente, por ejemplo. “O sea que el sentido común estalla y se puede llegar a otra dimensión del sentido, un sentido delirante porque no es compartido por todos, por lo menos en ese momento porque también hay delirios que son compartidos. Entonces, la locura pone en juego que no hay una única sociedad, que hay maneras de estar en el mundo, que hay lazos sociales y que cada uno arma lo que puede y trata de estar en esa sociedad compartida”, reflexiona Alcuaz.

--¿Cree que hay que desestimar que los pacientes con psicosis no están preparados para la vida social?

--Claro, esa es la idea del libro porque tiene un interés clínico para aquellos que nos dedicamos a la psicosis, que hay un tratamiento posible, que en el tratamiento, el analista y todos los profesionales que participen interdisciplinariamente estamos ahí para buscar una solución, buscar cuál sería el lazo, el vínculo que le permita estar en la sociedad sin tanto sufrimiento. Entonces, habrá que ver qué encuentra cada uno. En ese sentido, la locura no es déficit. Por eso, es un libro que apela también contra todo lo que ha sido el depósito de la locura en los hospitales, en los asilos por años, cuando en realidad ahí hay que hacer una crítica, más allá de las políticas de salud. Es complejo: primero tener una idea de que la locura no es déficit; segundo, tener políticas de salud que favorezcan dispositivos como hospitales de día, centros de atención ambulatoria que hagan que una persona no viva treinta años en un hospital. Y tercero, prestar atención a la singularidad de los lazos porque no hay un solo lazo social, no hay un modelo de lazo social. Y como terapeutas no les podemos imponer a los pacientes cuál sería el estilo de vida ideal que alguien tiene que tener sino que estamos ahí para ver cómo se puede acompañar en la búsqueda de una solución que alivie el malestar de la existencia y que no deje a alguien depositado en una institución de por vida por fuera de la sociedad.

--Ya que trae el tema de las instituciones, en el libro usted señala que en las instituciones de salud mental hay lugares donde circulan y se encuentran los pacientes: las habitaciones, los parques, los talleres. Y se pregunta: “¿Estar junto a otros asegura el vínculo?” ¿Hay lazo social, entonces, en las instituciones?

--No vamos a generalizar a todas las instituciones, pero primero hay que pensar qué entiende cada dispositivo clínico por lazo social porque, a veces, hay una idea de que si derivás a un paciente a un hospital de día, lo derivás para que haga lazo, como si eso fuera una cuestión automática, que porque alguien esté al lado de otro hace vínculo social. Y muchas veces en las instituciones se comprueba que los pacientes están hasta de manera anónima, uno al lado del otro, sin ninguna conexión. En cambio, se pueden hacer actividades que impliquen relacionarse con otros, el tolerar al otro, el escuchar al otro y que se arme algo de ese vínculo. Es muy interesante la experiencia que hubo en España cuando se creó la comunidad de aquellos que escuchaban voces, que tenían alucinaciones y que empezaron a juntarse y a poner en juego esas alucinaciones. Había algo que los unía: tener en común esas alucinaciones. Pero cada uno las resolvía de manera diferente. No es lo mismo el que comete un pasaje al acto porque la voz le dice: "Matate", al que arma un delirio o al que dice: "No debo obedecer a la voz" o "Me pongo a escuchar música y ahí mitigo esa voz enloquecedora". Pero lo importante fue que empezaron a armar lazos, empezaron a hablar de esta experiencia en un grupo. Entonces, me parece que se trata de ver en cada institución qué dispositivos permiten el armado de los lazos sociales. No es algo automático.

--¿Pensar en la desmanicomialización implica pensar qué política de lazo social se propone a la locura?

--Sí. Esa era también la idea del libro: que la desmanicomialización es, primero, conceptualizar por cada disciplina qué se entiende por vínculo social, qué se entiende por lazo social desde el psicoanálisis, desde la medicina, desde el trabajo social... Qué se entiende en cada institución y en cada dispositivo, hacia dónde apuntamos. Y tener la idea de que justamente la locura no es déficit. Entonces, hay todo un margen de invención de lazos posibles que es lo que yo muestro en el libro tanto con los pacientes como con casos más conocidos: Joyce, Schreber, Rousseau, artistas con una genialidad increíble, escritores que han logrado armar con sus escritos un lazo con el público, que les ha dado un nombre. Joyce obtuvo un nombre: "Seré el escritor dirigido al público universitario". Entonces, no se puede poner en duda que ahí haya un lazo posible. Se trata de estudiar el tema pero para que tenga alguna incidencia en la clínica. Y más en este momento que hay todo un debate sobre el tema de desmanicomializar. ¿Qué significa eso? Tiene que ver no sólo con sacar a los locos de un asilo donde están depositados treinta años sino que en un hospital general también hay que pensar qué idea de lazo social hay porque la práctica asilar también puede estar en un hospital general, cuando suponés que un loco es alguien deficitario. Yo he escuchado cuando les han dado diagnósticos diciéndoles: "Mire, usted tiene una psicosis, va a tomar medicación de por vida". O se le dice a un familiar: "Lo de este paciente es crónico, va a estar cada vez peor, se va a deteriorar". Como si un profesional tuviera la bola de cristal o como si un diagnóstico estuviera unido a un futuro trágico, cuando en realidad eso no es así. Las personas pueden inventar soluciones. Estamos nosotros para acompañar eso. A veces, cuando no lo logran quizás el lazo con el profesional es el único lazo posible, pero es lo que lo sostiene en la vida y eso es muy importante. Nosotros estamos para hacer esa apuesta junto con el sujeto en lograr que padezca menos. Si no, tiraríamos la toalla, pensaríamos que nada sirve, que todo es imposible. Incluso, muchas personas logran soluciones que duran un tiempo. Otras logran soluciones que duran toda la vida y que son totalmente fuertes y eficaces. No hay una idea de cuál sería la solución perfecta.