“¿Que tal un trago por los amigos que han partido, los

                                                            amigos en nuestro corazón?”

                                                            Paul Winer[1]

La edición número 93 de la entrega de los Oscar coronó como rutilante figura a Chloé Zhao, una mujer de nacionalidad china que se alzó con el premio a la mejor directora, en tanto que su película Nomadland obtuvo similar galardón en el rubro de los films. Después de Barbara Streisand, Chloé es la segunda mujer en la historia en obtener la estatuilla destinada a los directores. Como si esto fuera poco, la actriz protagónica del film ganador fue Frances Mc Dormand, que en esta oportunidad coronó el tercer Oscar de su carrera.

Lo cierto es que entre Chloé y France (actriz y coproductora) compusieron un film exquisito cuyo tono narrativo supo acompañar una historia con vía directa al meollo de nuestra condición existencial: el sentido de la vida; el lugar de los afectos; la finitud; y la relación con los otros, las piedras y la naturaleza a partir de la elaboración de un duelo. Fern es una profesora de mediana edad que pierde a su marido durante el estallido de la burbuja inmobiliaria que afectó a los Estados Unidos en el año 2006. Un derrape que, de la mano de las irresponsables hipotecas subprime, devino poco después en la crisis global del año 2008. De hecho, unas sencillas frases e imágenes al comienzo del film dejan ver el cierre, después de ochenta y ocho años de actividad, de la fábrica en la que trabajaba el marido de Fern y la virtual desaparición de Empire, el sugestivo nombre del pueblo de Nevada que albergaba la fábrica y a sus trabajadores.

“Pasé mucho tiempo recordando a Bo”, dice Fern, cuando explica por qué se quedó algunos años en aquel lugar: “Si me iba era como si todo aquello no hubiera existido... Bo amaba Empire, amaba su trabajo, le encantaba estar allí y todo el mundo lo quería”. Es así que, finalmente, montada en su furgoneta, esta mujer emprende un viaje sin rumbo fijo pero con el íntimo anclaje que le brindaba el recuerdo de su pareja y los sencillos y preciados objetos que la vida le había donado como testimonio de sus más entrañables afectos. El trayecto le hará encontrar otros nómades surgidos del mismo derrumbe económico con quienes compartir esa suerte de “Soledad: común”[2], tal como le gusta decir y escribir a Jorge Alemán. Desde este punto de vista la película constituye una metáfora de aquella zona de nuestra subjetividad que, por invitarnos a experimentar la contingencia (lo que está fuera de todo cálculo), nos recuerda que la existencia va más allá de una serie de pasos predeterminados para el logro de tal o cual objetivo. El contacto con la naturaleza --el despojado y bellísimo paisaje de las praderas norteamericanas-- sirve como acojonante escenario para ese tránsito en que el cuerpo de Fern parece cobrar una renovada sensibilidad, conforme el dolor se ablanda al hacerse amigo de las piedras.

En este punto el tono filosófico y existencial del film se emparenta con la dimensión política. En efecto, en uno de los pocos momentos en que se formula una explícita crítica al sistema económico de su país, Fern se dirige a un agente inmobiliario para decirle: -“no es muy correcto que alientes a la gente a invertir los ahorros de toda su vida y a endeudarse sólo para comprar una casa que al final no podrán pagar”. Frase que resuena en aquella aguda crítica inspirada por Walter Benjamin según la cual el capitalismo es una religión asentada en la fe de que, en algún momento, el matrimonio entre la ciencia y el mercado proveerá los bienes para subsanar la deuda financiera que hace temblar al mundo.

Y es aquí donde el punto de vista psicoanalítico tiene algo para decir acerca de esta ilusión estructural que el ser hablante --no importan los sistemas y geografías--  abriga con tal de desconocer la gratuidad de la existencia; es decir: la ausencia de alguna causa que explique nuestro paso por la tierra y cuyo solo correlato es un exceso que para bien o mal agita los cuerpos. Ese mismo desborde cuyo empuje da lugar a las maravillas y miserias del mundo humano: las guerras, la religión el arte, la política, la sexualidad, el narcisismo, el amor. En suma, una errática deriva que Lacan no dudó en llamar “debilidad mental”[3] al describir esa suerte de engaño de lo posible al que el sujeto se somete con tal de creer que se puede escapar de los límites que la existencia impone.

Afrontar esta ausencia de causa --esto es: el acto de asumir los sentidos que otorgamos a la vida como compañeros de ruta más que como verdades consolidadas--, supone un radical cambio de posición respecto de toda solución preestablecida o facilitada por el entorno. Desde este punto de vista, Nomadland no sólo cuenta las alternativas de una persona en el tránsito de un duelo, sino más bien se trata de un film cuyo nudo traduce el relato de una sujeto dispuesta a soltar los lastres que nublan la percepción. De hecho Fern puede escuchar, por eso encuentra interlocutores tal como ese nómade que había perdido a su hijo, y que sin necesidad de promesas en ningún más allá, le transmite su convicción de que ayudando a los demás logra honrar la memoria de su ser querido: “yo siempre digo te veré en el camino y es así como ocurre, ya sea un mes, un año o a veces años, los vuelvo a ver... puedo estar seguro de que volveré a ver a mi hijo... verás a Bo de nuevo y podrán recordar la vida que tuvieron juntos”.

Al respecto, tiempo atrás Jacques Alain Miller planteaba que la orientación de una análisis va desde el engaño de lo posible al que la mentada debilidad mental nos empuja, hasta el “engaño de lo real”[4]: frase esta última cuya paradójica formulación apunta a esa verdad mentirosa que, por estar en contacto con nuestra inconsistencia esencial, nos permite descentrarnos de nuestras mezquinas tonterías para así encontrar en lo Nuevo la amada intimidad que desde siempre nos habitó.

Desde este punto de vista, Nomadland constituye un oportuno mensaje para este tiempo en que la durísima experiencia de la pandemia --junto con el dolor por los que se fueron-- nos recuerdan que en la inmensa vulnerabilidad compartida con nuestro semejante palpita nuestro mejor refugio.

Sergio Zabalza es psicoanalista.

[1] https://www.youtube.com/watch?v=MIfvmy5nTH0 Paul Winer, “ Next to the track blues”, de la banda sonora de Nomadlands.

[2] Jorge Alemán, “Soledad: común. Políticas en Lacan”. Buenos Aires, Capital intelectual, 2012.

[3] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 16, “De un Otro al otro”, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 162.

[4] Jacques Alain Miller, “ El inconsciente y el cuerpo hablante”, en https://www.wapol.org/es/articulos/Template.asp?intTipoPagina=4&intPublicacion=13&intEdicion=9&intIdiomaPublicacion=1&intArticulo=2742&intIdiomaArticulo=1 . “Debilidad –delirio-engaño, tal es la trilogía de hierro como resonancia del nudo de lo imaginario, de lo simbólico y de lo real”. Traducimos el vocablo francés “duperie” como “engaño” en lugar de embaucamiento, tal como figura en el link.