Esperando a los bárbaros                    5 puntos

Waiting for the Barbarians, Italia/Estados Unidos, 2019

Dirección: Ciro Guerra.

Guion: J.M. Coetzee, basado en su propia novela homónima

Duración: 112 minutos

Intérpretes: Mark Rylance, Johnny Depp, Robert Pattinson, Gana Bayarsaikhan, Greta Scacchi, Sam Reid, Harry Melling, Isabella Nefar.

Estreno: en la plataforma Flow.

La historia que eligió Ciro Guerra para su primera película hablada en inglés, Esperando a los bárbaros, no se aleja mucho de los relatos sobre los que este cineasta colombiano trabajó en su filmografía previa. Y está filmada con la misma delicadeza formal que el director mostró en sus cuatro películas anteriores, incluyendo El abrazo de la serpiente, que estuvo entre las nominadas al Oscar en el rubro Mejor Película Extranjera en 2016. Acá vuelven a aparecer muchos de los elementos con los que ya es posible identificar al conjunto de su obra. Desde el inevitable choque cultural que producen las dinámicas de la colonización, hasta esas explosiones de violencia que parecen difíciles de justificar, pero que son parte nuclear de la lógica de la conquista. La misma lógica que se encuentra expresada en el clásico lema sarmientino de Civilización o Barbarie, y que en este caso se hace explícito en el título mismo de la película.

Dicha historia transcurre durante algún momento del siglo XIX en una apacible aldea amurallada, puesto de frontera de un Imperio sin identificar, en un lugar geográfico que bien podría ser una zona desértica del norte africano o de Asia menor. El Magistrado dirige el lugar de manera más laxa que benévola, quizá porque la tranquilidad reinante no le demanda más que eso. Pero una mañana, sin aviso, llega hasta ahí el Coronel Joll, un ser siniestro que sostiene que los pueblos bárbaros que viven más allá de la frontera se preparan para avanzar sobre el Imperio. Al Magistrado, que sabe que eso es imposible, la misión de Joll le causa gracia. Hasta que es testigo de las atroces torturas de las que son víctimas algunos pastores nómades, señalados como bárbaros por el Coronel.

La ausencia de un nombre propio para identificar a ese Imperio funciona en la película (y en la novela homónima del Nobel sudafricano J.M. Coetzee, también autor del guión) como un dispositivo que permite ir de la parte al todo. Ese todo es la Europa decimonónica y la forma en la que sus Imperios se vincularon a través de la conquista con las culturas para ellos periféricas. Pero además el relato funciona como espejo para América latina, no solo por su condición de víctima de la colonización, sino porque en la figura alegórica de ese Imperio también es posible reconocer la acción represiva de sus distintas dictaduras autóctonas hacia el interior de los pueblos. El personaje del Magistrado representa también un arquetipo repetido en el cine de Guerra: la figura del buen conquistador, que acá es quien media entre el horror y el espectador. Y si bien todo eso es pertinente, el relato adolece de un trazo grueso que es notorio incluso en el desarrollo de personajes unidimensionales, en un universo congelado en el que el bueno es siempre bueno, y el malo muy malo. Por no hablar de la obvia ambigüedad con que el término bárbaro es usado en esta historia.