En Deathwest hay un cowboy viejo, que pelea en sus recuerdos. Le narra sus peripecias a quien se le cruce, tenga o no ganas de escuchar. Las historias trazan un viaje introspectivo, que se codea con la muerte. Una muerte compañera y algo demorada, en una cruzada existencialista que integra a un lobo parlante y otros personajes variopintos. Editado recientemente por el sello rosarino Rabdomantes, Deathwest ofrece la serie completa que Luis Santamarina publicara años atrás en la antología Quimera, de la misma casa editora.

“He aprendido a leer con Astérix y Lucky Luke, así que mi incursión por la historieta siempre tiene que ver con ese tipo de historias. Deathwest es mi versión personal de Lucky Luke; si bien parece que no tiene nada que ver con esa historieta, está presente en la romantización del lejano oeste. Surgió de una idea previa, vinculada con las ganas de hacer un videojuego; varias de aquellas cuestiones luego fueron traducidas a Deathwest”, cuenta Luis Santamarina a Rosario/12.

Con Santamarina pasa algo curioso, él mismo lo aclara: “Yo antes era conocido como Ziul Mitomante, y luego me cambié el nombre porque me cansé. El que paga todo la movida de historietas es Luis Santamarina. Con el nombre anterior hubo un pequeño recorrido, pero después se perdió. Ahora no sé si hay un registro de Luis Santamarina como autor. Es como empezar de cero”.

Nacido en Tucumán, de vida catamarqueña pero radicado en la ciudad cordobesa de Río Ceballos, Santamarina es uno de los protagonistas de la historieta independiente. El interés por el cine lo llevó a Córdoba, pero las ganas de hacer historietas pudieron y así surgió el sello autogestivo Mitomante, luego integrado a un colectivo independiente. “Yo comencé con la historieta a los 28 o 29 años, y siempre la sentí como un lugar de libertad. Allí fue cuando me encontré con mi propia voz. Me permite sentirme gratificado y explorar lo que me hace sentir bien. Generalmente, cuando escribo el guión y me río, siento que voy por buen camino, y creo que eso es algo que se contagia. En Deathwest hubo una mezcla de premisas, entre ellas la revolución industrial, porque me hacía gracia que la muerte haya comenzado su trabajo de manera artesanal y que luego se la quisiera despedir, como si lo que nos sucede acá hubiese comenzado antes en el inframundo”, continúa.

La revolución industrial paranormal es uno de los elementos que agregan matices y sorna en Deathwest; como el propio dibujante comenta “primero tuve los personajes, pero no el arco argumental; dejé que todo se fuera cocinando en mi cabeza. En ese momento estaba leyendo La Divina Comedia, concretamente la parte del infierno, y eso permitió que todo lo demás se amalgamara. Es una historia que después del segundo episodio tardé mucho en terminar, también por cuestiones laborales. Ahora, con la ayuda de Alfredo Retamar (trama mecánica del dibujo) y Matías Zanetti (rotulado) le pude dar un cierre estético, pero la verdad es que lo he demorado mucho. Para lo que dibujo ahora, no es algo con lo que me sienta tal vez identificado, pero quise darle un cierre para pasar a otro tema, también porque es un gran defecto de quienes hacemos historieta empezar proyectos y no terminarlos”.

Entre esos trabajos, hay algunos que tienen visos nostálgicos y algo de leyenda –bajo la autoría de Ziul Mitomante–, más los que ahora son parte del día laboral de Santamarina. En este sentido, el dibujante dice que “uno se alimenta de la confianza en las cosas terminadas o de lo contario va quedando una carga cíclica, que mina tu confianza; hay que terminar lo que se comienza para que empiecen nuevas cosas. Si bien en este momento estoy con varios proyectos, una de las historietas que quiero finalizar es Birdman (coguionada con El Negro Viglietti), que hace años había generado un gustito entre los autores independientes; no sé si fue por autosabotaje, pero como empezó a gustar la cambié (risas)”.

Hoy Santamarina tiene trabajo en Estados Unidos, a través de historias cortas para autores independientes, integradas en antologías, y prepara páginas para otros proyectos, “viendo si pega alguno, generalmente con editoriales canadienses, norteamericanas e inglesas, en papel y digital”; algo que de alguna manera explica el quiebre bisagra con el alterego anterior: “Antes de la cuarentena y durante el mundo Macri, yo trabajaba de diseñador gráfico y todos los proyectos se comenzaron a morir. Llegamos a un momento de ultra pobreza. Allí fue cuando pensé qué más sabía hacer. Nunca había trabajado desde la historieta, me puse a explorar foros y enviar páginas, y ahora desde hace un año estoy trabajando como dibujante”.

La experiencia independiente seguramente fue una gran escuela, pero el cansancio que obedece a una constancia multitarea tiene su precio. Como apunta Santamarina, “Rabdomantes debe ser una de las pocas editoriales que ha sobrevivido. Con mi editorial llegó un punto donde ya no pude sostener la energía de escribir, dibujar, colorear, rotular, preparar archivos para imprenta, distribuir, vender. Ahora me comenzaron a pagar por dibujar, ¿cómo puede ser que esté pasando esto? Me di cuenta de que es lo que amo hacer, y ahora estoy volviendo a escribir para mí.

Bien por Santamarina y bien por Rabdomantes, que ya anunció un próximo libro con el artista: el integral de Spectro S.A., donde Santamarina escribe junto con Diego Arandojo para los dibujos de Alfredo Retamar. “¡Qué bueno saber que hay gente como (el editor) César Libardi, que quiera publicar lo que hemos hecho con mi editorial! Ser editor obliga a otra manera de pensar, y no se puede ser las dos cosas todo el tiempo; sin dudas, César supo elegir su lugar”.