“La única vez que mi mamá vio a un piojo nacer fue sobre mi cabeza. Eso cuenta siempre cuando trata de explicar que todos los nenes tienen piojos pero lo mío era de otro planeta. En mi casa éramos tres nenas y mi mamá es pediatra: ha visto su buena cantidad de cabezas colonizadas. Pero solo en la mía, dice, pudo presenciar su nacimiento”, empieza Todas nuestras maldiciones se cumplieron (Emecé), la primera novela de Tamara Tenenbaum, licenciada en Filosofía por la UBA, docente universitaria, periodista, guionista y participante muy activa en las redes sociales.

Escrita en primera persona, el relato cuenta cómo fue crecer en una comunidad judía ortodoxa del Once en los años noventa. Aunque no se llaman a sí misma feminista, la familia de Tamara estuvo siempre comandada por mujeres y fueron ellas quienes llevaron adelante la educación y la crianza de las hijas. Tamara tenía sólo 5 años cuando su papá murió en el atentado a la AMIA y desde entonces los hombres en la novela aparecen desdibujados, como en blanco y negro. “De mi papá no recuerdo prácticamente nada, y las cosas que recuerdo ya no sé si no me las contaron. Mi papá era abogado, y me llevaba con él a Tribunales, y mi mamá me ponía un trajecito que era muy parecido a los trajes que usaba él, con blazer y todo. Yo siempre sentí que era igual a mi papá porque teníamos los mismos colores: el pelo rubio oscuro y los ojos miel; y porque le gustaba leer. Yo pensaba que de mi mamá no tenía nada. Evidentemente eso era alguna neurosis mía, porque si te muestro una foto de mi mamá te morís de risa. Ella es más morena pero de corte de cara somos muy parecidas y hablando somos prácticamente iguales”, dice Tamara en diálogo con Las12.

“Siempre digo que nunca perdí la fe porque nunca la tuve. Intuyo que mi mamá tampoco, pero ella es una persona práctica. Creyó en Dios mientras fue lo más útil para vivir en el mundo y dejó de hacerlo con la misma facilidad cuando se volvió un inconveniente”, se lee en la novela como si la religión hubiera sido para ellas un set de reglas externas. “La verdad es que la religión no ocupa ni ocupó ningún lugar en mi vida. Es raro decirlo así pero nunca tuve una relación con eso en términos de subjetividad, ni de creencia ni de amor ni de nada. En algún momento quizás sentí más odio o desprecio, hoy trato de mirar con otros ojos pero siempre igual la miro de afuera. Pude salir de ese lugar porque es lo que siempre quise hacer y mi mamá se dio cuenta y decidió apoyarme, como hizo siempre. No sé cómo podría haberlo hecho sola. También sé que lo hubiera hecho a como dé lugar, mejor o peor, pero por suerte no tuve que hacerlo sola”, cuenta.

“Vuelvo a una casa con un hombre, y las casas en las que hay un hombre son distintas de las casas donde no las hay. No son mejores (en mis días malos diría que son peores), pero son distintas”, decís en una parte, tenías 5 años cuando fue el atentado a la AMIA y desde entonces tu casa fue una casa de mujeres, ¿se podría pensar en una educación feminista aun dentro de una comunidad y una sociedad patriarcales?

--Definitivamente. Creo que muchas de las que hoy somos explícitamente feministas sabemos que aprendimos el feminismo de los lugares menos esperados. En las comunidades ortodoxas obviamente las mujeres pasan mucho tiempo solas, organizándose entre ellas, y obviamente ahí se producen redes. Y aparece esto que yo llamo “feminismo/machismo”, que es algo que hicieron mi mamá y mi abuela y muchas mujeres de esas generaciones, religiosas o no, que fue dedicarse a hacer de todo (criar, trabajar, bancar a les hijes, a las amigas) por la sensación de que los varones no sirven para nada. Yo me río mucho de eso, de esa paradoja de valorar muchísimo al marido y pensar que la vida sin eso es una tragedia y al mismo tiempo no contar con ellos para nada, no esperar nada de ellos. Yo no reivindico esa actitud hoy, obvio, pero la entiendo y me interesa.

“Si somos judíos, si tenemos esa certeza, que la tenemos, la verdad es que es medio lo mismo de quién seamos hijos, ¿no te parece?”, dice un personaje de la novela, ¿el sueño que aparece en la novela tiene que ver con tu sensación de chica en la comunidad?

--Ese sueño me gustaba en términos literarios por muchas cosas, pero sí, van apareciendo muchos significantes ahí que tienen que ver con mi lectura de mi propia historia. Esa frase tiene que ver con algo que siempre me dio mucho odio, que es la cosa segregacionista, la importancia de casarse con un judío ponele; siempre me dio bronca y sobre todo cuando empecé a conocer judíos laicos que no cumplían con ningún precepto pero aún así valoraban “casarse con un judío”. Y en la ortodoxia, aunque no solamente ahí, obviamente también aparece esa cosa medio racial, sanguínea, que desde chica me daba mucho odio. Pero lo que me gustaba de esa frase, que ya no recuerdo si la soñé textual o la inventé, es que se mezcla esta cosa sanguínea horrenda con algo que es medio lindo, ¿no? Onda, qué importa quiénes son tus padres. Me gusta eso, esa mezcla. Y en ese sueño también aparece otra cosa que me gusta en relación con la identidad y con la pregunta de quiénes son tus padres, que es la analogía con los desaparecidos. Yo cuando era chica veía las pautas de H.I.J.O.S., todas esas frases, “si dudás de tu identidad...”, y cuando no entendía mucho de historia ni de fechas tenía mucho la fantasía de que mi papá quizás no había muerto en la AMIA sino que había desaparecido. Como no vi morir a mi papá y casi no lo recuerdo, y como era una persona joven que tuvo una muerte política, siempre sentí una cosa medio cercana con los hijos de desaparecidos. Lo he charlado muchas veces con Mariana Eva Pérez, por ejemplo, con quien tenemos escrituras muy hermanadas.

La fe en la escritura

Aunque no se considera una persona religiosa, hay algo de la fe de la religión que se emparenta con la escritura. “Creo que tienen algo en común, un compromiso afectivo con el sinsentido. Para mí la escritura es eso. Yo creo que hay un compromiso político en el periodismo que es muy claro, ponele, pero mi relación con la escritura no pasa por ahí; de hecho en general digo que no soy periodista, que lo que yo hago no es periodismo, porque me interesa más la forma que el contenido, me interesa una búsqueda mucho más lateral que “decir lo que hay que decir”, contar lo que hay que contar; por suerte hay gente más buena y comprometida que yo haciendo eso, porque yo estoy en otra, en una de contar cosas que no sé si hace falta contar, por eso digo lo del sinsentido. Y eso creo que se parece a la fe: abrazarse a una belleza sin que quede claro el para qué, pero con la sensación que ese para qué es muy importante aunque no sirva para nada”.

Desde que aprendió a leer, los libros fueron para Tamara las llaves para conocer el mundo: viajar a los lugares más recónditos sin moverse del escritorio de su habitación y saber que no todo era como en el barrio, que las mujeres podían tener otro destino más allá de casarse y tener hijes. “No escribo desde siempre ni desde chica. Siempre escribí diarios, pero no tenían pretensiones literarias; viste que hay gente que desde chiquita jugaba a publicar libros o algo así, que fue a talleres de escritura en la adolescencia, yo jamás. Supongo que porque no vengo de un entorno vinculado al arte y la cultura, no es que sabía que existía dedicarse a esto. Pero sí la lectura me hizo quién soy; por años yo vivía en un mundo muy recluido y todo lo que sabía lo aprendía en la lectura y en la televisión, pero sobre todo en la lectura, porque la tele estaba en la cocina y era algo que yo no podía ver sola. Los libros eran mi forma de investigar, en la soledad de mi cuarto. Eso me sostuvo y me sostiene, más incluso que escribir. Pocas cosas me han hecho más feliz que leer” dice.

También abordás en la novela el trabajo de tu mamá como médica pediatra (mi mamá también es pediatra y madre soltera así que muchas veces me llevaba a las guardias), ¿qué recordás de eso cuando eras chica?, ¿cómo hacía tu mamá para trabajar de médica y cuidarlas a ustedes?

Bueno, sobre todo el tema de criar sola, sabrás si fue el caso de tu mamá, es muy jodido. Yo pasaba muchísimo tiempo en el hospital, dormí ahí muchas veces, y eso que teníamos también obviamente una señora que nos cuidaba, pero mi mamá hacía tres guardias por semana cuando yo era chica. No veníamos de una familia rica y por cuestiones familiares no heredamos nada de mi papá hasta que apareció la indemnización del Estado, pero mi mamá trabajaba muchísimo para que no nos diéramos cuenta y tuviéramos una vida de clase media. Yo creo que ella sacrificó bastante, sobre todo la vida social. Para una madre soltera me parece que no hay mucha opción: si tenés que trabajar y criar, lo primero que se va es tu tiempo de ocio, y eso a mí me da bastante tristeza.

Una historia fragmentada

“Yo sé que puede parecer que es un libro corto y fresco, pero encontrar los relatos y el registro me costó mucho, pasé muchos años con esto. Escribí una novela entera que tiré y después escribí esta. No sé cuál fue el disparador; lo que sé es que después de escribir el libro de cuentos, Nadie vive tan cerca de nadie, encontré un lenguaje que me sirvió para entender por dónde quería entrar a esta historia, un lenguaje y una forma de contar que no era el lugar más obvio ni el más explosivo pero para mí era el más literario y el más verdadero. Me sirvió mucho apoyarme en la literatura, en el trabajo con el lenguaje al nivel de la oración, la musicalidad y el relato corto. Bajarme de la idea de novela clásica y de historia grandilocuente y apostar a algo más fragmentario, más poético y más enrarecido”, dice.

¿Qué dijeron tu mamá y tus hermanas cuando la leyeron? ¿Y el resto de la comunidad? ¿Pensás que el movimiento feminista ayudó a que tu voz pueda ser escuchada?

--Mi mamá, siempre digo lo mismo, aplaude todo lo que yo haga y más si me sirve: si ella siente que escribir un libro que se trate todo de hablar mal de ella me puede servir, me lo va a aplaudir y ya. Se puso un poco nerviosa nomás con las historias que conté del barrio, pero por ahora con eso no pasó nada. Ella, que sigue trabajando y viviendo en Once, me dijo que hay muchas chicas del barrio, las más “díscolas”, que lo leyeron. Y ahí todos me quieren y me tratan bien, si vas y preguntás por la hija de Ruti, en general se van a poner contentos. Es como en cualquier pueblo: al famoso del pueblo lo quieren todos, ni importa demasiado de qué hablé ni qué haga (y yo no soy tan famosa pero soy la más cerca que hemos llegado, claro). Mis hermanas discuten algunas partes, pero en general les gusta. Me escribió algún otro familiar a discutir, pero imagínate que yo la pelea con mi familia ya la di hace tantos años que lo que me puedan decir me resbala a otro nivel, block delete die y a otra cosa.