Garabatos fálicos de famosos

“Pueden ser tan lascivos, crudos y detallistas como gusten”, fue la única aclaración que otorgó Dominic Myatt, joven artista inglés, a las destacadas personalidades que contactó para encomendarles un dibujo. Pertinente carta blanca, visto y considerando que lo que encargó el muchacho a la legendaria diseñadora Vivienne Westwood, a la cantante y compositora Beth Ditto, a la modelo de alta costura Cara Taylor, a la coreógrafa y bailarina Holly Blakey, entre muchas otras personas, fue que bosquejaran… un pene. “Quería que dejaran volar su imaginación sin darles demasiadas indicaciones, y fue la decisión correcta porque las respuestas que recibí fueron la mar de variadas”, se da palmaditas el desfachatado muchacho, oriundo de Leicestershire, nacido en 1993, con estudios en bellas artes e historia del arte. Creador, por cierto, del reciente libro arty Penile Papers, que busca “llamar la atención sobre el humilde y, a la vez, universal garabato fálico, que todos hemos visto en paredes, puertas y cubículos”. “Algunos abordaron la naturaleza sexual del pene en sus piezas; otros simplemente abstrajeron la forma y propusieron alternativas bastante lúdicas”, hace balance quien invitase a más de 50 famosos e ignotos terrícolas a jugar -lápiz mediante- con las partes pudendas masculinas. Muchos se negaron de lleno (y las negativas están presentes en el libro), aunque tantísimos otros accedieron al insólito pedido; además de las ya citadas, los respetados diseñadores Charles Jeffrey y Giles Deacon, la dj Princess Julia, la cantante Mica Levi, el fotógrafo de moda Nick Knight, el youtuber Andrew Huang. También lo hicieron la abuela de su mejor amigo, el operador de un callcenter, un gestor, una bartender. “Buscaba representar un colectivo lo más amplio posible”, explica el varón con base operativa en Londres, que admite que su reciente trabajo colaborativo “es un pequeño guiño al fenómeno de la foto no solicitada de pollas, que abundan en línea”, también conocidas como fotopenes indeseadas de las que pretendía “burlarme deliberadamente, porque el humor es más necesario que nunca tras la miseria que fue este pasado año”.

Las reemplazantes

Tipo de letra paloseco, la ubicua Calibri ha sido fuente predeterminada de Office desde 2007, cuando reemplazó a su legendaria colega Times New Roman. Ha considerado Microsoft, empero, que es momento de jubilar a la despojada tipografía del alto cargo que ha ocupado durante casi década y media. “Puede que Calibri no haya tenido el estilo llamativo de primas cercanas como Bauhaus 93 o Showcard Gothic, pero ha comunicado con su personalidad tranquila, que por extensión representó a nuestra personalidad. Una fuente predeterminada es la primera impresión que damos al mundo, la identidad visual con la que nos presentamos a los demás. Pero así como las personas, las letras también envejecen, y aunque Calibri nos haya servido bien, es hora de evolucionar”, ha publicado la empresa a cuento del fin de la era letrística. Por supuesto, no le iba a dar de baja sin barajar alternativas para cubrir el inestimable puesto. Junto al adiós, que se concretará en 2022, llegaron las candidatas: nuevas tipografías sans serif que están en proceso de selección. La reemplazante no solo será elegida por la firma: también tiene peso el parecer de los usuarios, a los que Microsoft está pidiendo opinión tras mostrar un breve currículum de cada diseño. La letra Bierstadt, por caso, está inspirada en tipografías suizas de mediados del siglo XX, “con cortes claros en las terminaciones de los trazos, pero con un suavizado sutil para evitar la rigidez de los caracteres”, describe la web geek Gizmodo. Grandview, su contrincante, bebe de las señales de ruta y ferrocarril alemanes. Seaford, mientras tanto, reimagina clásicas tipografías con serifas en un formato sans-serif. Skeena parte de fuentes de distintas épocas, con notables variaciones entre las partes gruesas y delgadas de los caracteres, y llamativas curvas en la S, la A, la J. Tenorite, por su parte, es la más tradicional de todas, suerte de versión modernizada de la Times New Roman. Muy apañadas todas, pero no del todo convincentes para los fans de Calibri que encuentran injusto e injustificado el despido.

Formulario para haters

Decir que Arturo Pérez-Reverte, escritor y miembro de la Real Academia, no es ajeno a la polémica es decir una obviedad. No obstante, difícilmente imaginó que sacudiría tanto el avispero tuitero el mensaje que posteó días atrás. “Organización perfecta y personal rápido y eficaz. Muchas gracias”, anotó el varón de 69 pirulos tras recibir la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus en el Hospital Puerta de Hierro, en Madrid. Sucintas palabras que alcanzaron y sobraron para que un batallón de negacionistas antivacuna le salieran con los botines de punta. “Decepcionante”, fue uno de los primeros tuits que recibió el don, al cual respondió con fingida congoja: “Mecachis. Cómo lo siento. Haberlo dicho antes, mujer. Me habría negado en redondo para hacerla a usted feliz”. El tonito agraviante de la legión de haters, por cierto, fue subiendo en intensidad a medida que pasaban las horas: “Estúpido o cobarde vendido al sistema, no sé qué adjetivo etiquetarle”, “Lo creíamos más instruido y menos manipulable, pero resultó del montón”, o bien: “Ha dejado de ser un rebelde, si algún día lo fue en realidad”. Lejos de apichonarse o darse al silencio, cargó las tintas Pérez-Reverte, redoblando las dosis de ironía: “Recibo mensajes de lectores, o que dicen serlo, afirmando que no volverán a leer mis libros porque me vacuné. Por lo visto debía mantenerme virgen e ininyectado, o como se diga, para no ofenderlos. Para la segunda dosis, les ruego que rellenen esto…”. ¿Completar qué? Un documento intitulado Formulario para ofendidos en redes sociales, de autoría anónima, que pronto se viralizó. Además de pedir precisiones sobre día y hora de la ofensa, pregunta el papel: “¿Lloró?”, debiendo optar el mosqueado entre las opciones “Mucho”, “Poquito”, “A moco suelto” o “Como una magdalena”. Por supuesto, pide saber los motivos por los que se cabreó, dando alternativas como “Religión”, “Me gusta el drama”, “Soy de cristal”, “Tomo todo a título personal” o, bueno, “Soy un idiota”. Asunto zanjado. Salvo que eventualmente APR procese los resultados, por supuesto.

Asunto de aseo real

Durante más de seis siglos ha persistido aromática leyenda en torno a ciertos usos y costumbres de Isabel la Católica, esposa de Fernando de Aragón: que era alérgica al aseo, a punto tal que dejaba un halo tan nauseabundo a su paso que era capaz de noquear incluso a narices congestionadas. Las bases del mito, un presunto juramento que nunca acaeció: el que habría hecho poniendo a Dios por testigo a fines del siglo XV, aclamando que ¡jamás! se cambiaría de camisa interior si no se conquistaba Granada durante su reinado. Una frase que aún se repite para hablar de su pérfido desaliño, aunque historiadores lleven años comentando que, en realidad, fue su tataranieta –doña Isabel Clara Eugenia, gobernadora de Países Bajos– quien hizo la simbólica promesa, y para pacificar Flandes. Otros han intentado otros enfoques, recordando que a la monarca le disgustaba enormemente el olor a ajo, pero ninguna explicación ha cambiado la brújula de la opinión imperante sobre el tufillo de Isabel. Al menos hasta ahora… Hay esperanza de que ciertos archivos históricos que han sido recientemente digitalizados y están accesibles vía web, acaben por finiquitar la idea de su supuesta falta de higiene. Se trata de unos documentos conservados por la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno; entre los cuales, pormenorizadas anotaciones de Sancho de Paredes Golfín, quien fuera camarero de la reina desde 1498. Con pelos y señales, escribió el asistente de la devota soberana los gastos en “cosméticos de uso real”. Entre ellos, algalia – “una sustancia untuosa, de olor fuerte y sabor acre” –, almizcle, anime –resina o goma de diversas especies botánicas orientales–, benjuí –resina de un árbol originario de los bosques tropicales de países del Sudeste Asiático, que usaba para hidratar el rostro–. Además, claro, de variopintos perfumes elaborados, como el ámbar fino, el aceite de Azahar, el agua de murta, ¡que ella utilizaba como desodorante!, o el aceite de rosa de mosqueta, muy requerido actualmente por sus beneficios regeneradores para la piel. Que el tocador de Isabel la Católica estaba bien surtido de fragancias no hay quien lo discuta; a tiro para que la soberna oliera de mil maravillas. Y es que, como explica el catedrático en Historia Medieval Miguel Ángel Ladero, “ella siempre fue muy aseada. Primero por su dignidad política, ya que el rey era vicario de Dios y tenía que mostrarse limpio. También porque en aquel ambiente político el aseo era símbolo de limpieza moral”.