Sacudiendo sus plumas celestes de una parafernalia cierta el varón ilustre tomó las riendas de su danza nupcial hasta el caletre, frente a los ojos atónitos de ella, que no sabía qué hacer con tanta hermosura de varón que tenía delante de sí misma. Nunca le habían danzado, al menos, nunca así, ni había visto plumas tan celestes en toda su vida…

La capacidad del amor lo puede todo, a lo mejor, estas plumas eran tan celestes porque él, en realidad, se había enamorado de ella, se había enamorado hasta los tuétanos, pretendiendo descender su estirpe a través de los jugos más preciosos de su sexo, caliente, caliente; caliente hasta el fuego máximo de cualquier explosión.

Ella era una pajarita mansa, mansita, como si fuera una doncella en apuros en un cuento de hadas de ésos que ya no existen. Recién alumbraba a esta vida como hembra y bueno, recién empezaba, como quien dice, a ver qué encontraba por ahí… Y lo encontró a él, danzándole así, una hermosura de macho que sabía bailar como los mejores y que tenía las plumas más celestes del mundo!

“Qué milagro que éste me esté tirando tanta, pero tanta pluma”, reflexionó, para sí, la pajarita adolescente, debutadora de pistas, inauguradora de pasiones insurrectas. “Pero éste ¿qué me vio?”, se siguió preguntando a sí misma la pajarita incrédula, entre risueña y reflexiva, tomando como quien dice para la chacota a semejante pedazo de varón que la pretendía, danzándole en su presencia todas las danzas posibles. "Pero si yo no tengo culo, me faltan unas buenas tetas, y encima tengo cintura de pollo engordado”, argumentaba la pajarita, que seguía conversando consigo misma y no estaba muy segura de qué hacer en ese instante en que él la galanteaba con tanto celo.

“Siempre hay un roto para un descocido”, decían las comadres por mi pueblo, y bueno, démosle para adelante, total un clavo saca otro clavo y después la vida va, y sigue, y sigue, hasta andá a saber cuándo, capaz que son cien años, capaz que te pisa un auto, capaz que son cuatro o cinco, capaz que te agarra el virus de m…. y andá a saber, no sea como un amigo, que se cuidó y se cuidó tanto del virus que al final se terminó estrolando con la moto, casi no salía, una vez que salió, púfate, y fue, así nomás che, como si nada, como si uno no fuera nada, y entre esta vida y la del más allá hubiera nada más que un pasito, un tránsito tan acotado y tan chiquito que de golpe, zácate, te fuiste y ni te diste cuenta de por qué….

En realidad es como todos dicen, cuando Ella te está buscando, es porque te llegó la hora, el de arriba decide, más allá de cualquier virus, y cuando Ella te busca, te busca y te busca hasta que te encuentra, no te podés zafar… De Ella no, de Ella nunca… Seguro, seguro, son los impuestos y la muerte, todo lo otro está por verse, como dicen por ahí…

Los deudos velarán el cadáver entre llantos estruendosos (aunque nadie pague más las lloronas porque ya no se usan), a cajón cerrado o abierto, con la peste o sin la peste, total ya fuiste, nadie hubo mejor que el finado, eso se sabe, al menos por un tiempo, hasta que después, poquito a poco, como la vida misma, las verdades del muertito van saliendo a la luz, y resulta que el tipo o la tipa no era tan bueno, no lo era, veále, era un espécimen bastante jodido, bastante jueputa….

Pero la pajarita, tan tímida como presumida, no entendía nada de la muerte, ni pensaba en ella, amaba la vida y en eso estaba, firulete va, firulete viene, haciéndole proezas por el aire a su galante pretendiente, mostrándole, como quien dice, todo lo que tenía, a ver si ahora era él el que caía en sus fauces, galán desprevenido de audacia sincera, que de tanto sincerarse había quedado como un pollito al horno con papas, listo para servir…

Y se sirvieron como nunca en un juego estrepitoso de pasiones infinitas y la danza de su propio vuelo iluminó el cielo de colores bellísimos, en un vuelo nupcial que parecía que nunca iba a tener fin…

Hasta que las ardorosas pasiones bajaron un cambio y del vuelo nupcial y de la danza candente pasaron a armar el nidito para que los niños nacieran, bah, los niños es un decir, las pichoncitas y los pichoncitos que venían de fabricar…

Después de empollar nacieron, y era un lío tremendo el bullicio de ese nido, más la cantidad de gusanitos y bichitos y restos de comida que les tenían que traer, esos chicos no se llenaban nunca, carajo, pedían y pedían todo el tiempo, no había forma de llenarlos con nada…

“Esto de los chicos, no es para mí –suspiró la pajarita–. Yo todavía soy demasiado joven, demasiado bella, demasiado esplendorosa”, y entonces, entonces emprendió el vuelo junto al gavilán del árbol de enfrente, que hacía rato y rato que le venía tirando el ojo, y hacía rato y rato, también, que le venía tirando plumas, y el pajarito (ex varón ilustre) quedó de amo de casa, cuidando el hogar, hasta que los pichones crecieron y se fueron, y entonces, entonces, se dedicó a volar entre los bares que tienen los pájaros, y a ahogar su pena en ginebra turca, contándole a cada uno que quisiera oírlo, que el amor de su vida se fue con otro, con un gavilán patotero, de ésos rústicos y torpes, que no tienen ni idea de cómo tratar a una dulce pajarita… Mucho menos de danzarle su amor frente a sus ojitos atónitos de doncellita en apuros….

[email protected]