“La literatura es fuego”. Ese es el título del discurso que leyó Mario Vargas Llosa, tan inspirador como incendiario, en Caracas, el 4 de agosto de 1967, cuando a los 31 años recibió el premio Rómulo Gallegos por su novela La casa verde. Un mes después, en septiembre, el escritor peruano se reunió en Lima con Gabriel García Márquez, que ya había publicado Cien años de soledad, para hablar de la literatura latinoamericana, la influencia de William Faulkner, la “literatura de evasión” de Borges y el principal deber político del escritor, entre otras cuestiones. El más joven, Vargas Llosa, acompañaba con fervor la Revolución cubana, mientras que el escritor colombiano estaba desencantado después de su experiencia periodística en Prensa Latina. Los dos escritores fueron amigos hasta que el “caso Padilla” primero y el famoso puñetazo del peruano al colombiano en 1976 le puso el punto final a la relación. La reedición de Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina (Alfaguara) permite recuperar las palabras que “aparecen ahora como rescatadas de algún naufragio”, señala el escritor Juan Gabriel Vásquez en el prólogo del libro.

El diálogo entre Vargas Llosa y García Márquez fue en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima, en dos partes: el 5 y el 7 de septiembre de 1967. El escritor peruano ocupó el rol de entrevistador incisivo, que ha leído profundamente la obra que el colombiano había publicado hasta entonces: las novelas La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Cien años de soledad, además de los cuentos de Los funerales de la Mamá Grande. Vargas Llosa se refirió a un capítulo de Cien años de soledad donde “con gran maestría” el colombiano escribió sobre el problema de la explotación colonial en América Latina. “La compañía bananera, con cualquier propina que les diera, con solo untarles la mano, era dueña de la justicia y del poder en general”, explicó García Márquez y recordó un episodio histórico cuando el ejército masacró a miles de obreros en huelga. “Mi novela da el número del decreto por el cual se autorizaba para matar a bala a los trabajadores y da el nombre del general que lo ha firmado y el nombre de su secretario. Están puestos allí. Eso está en los archivos nacionales y ahora lo ven en la novela y piensan que es una exageración”, agregó el escritor colombiano.

No debería sorprender encontrarse con Vargas Llosa en su apogeo como escritor de izquierda. “La realidad americana, claro está, ofrece al escritor un verdadero festín de razones para ser un insumiso y vivir descontento. Sociedades donde la injusticia es ley, paraíso de ignorancia, de explotación, de desigualdades cegadoras de miseria, de condenación económica cultural y moral, nuestras tierras tumultuosas nos suministran materiales suntuosos, ejemplares, para mostrar en ficciones, de manera directa o indirecta, a través de hechos, sueños, testimonios, alegorías, pesadillas o visiones, que la realidad está mal hecha, que la vida debe cambiar -planteó Vargas Llosa en su discurso La literatura es fuego-. Pero dentro de diez, veinte o cincuenta años habrá llegado, a todos nuestros países como ahora a Cuba la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y reprimen”.

El diálogo permite rastrear modos divergentes de leer y de entender la literatura. García Márquez inscribió a Julio Cortázar como un escritor “profundamente latinoamericano”, mientras que definió a la obra de Borges como “literatura de evasión”. “Borges es uno de los autores que yo más leo y que más he leído y tal vez el que menos me gusta –se sinceró el colombiano-. A Borges lo leo por su extraordinaria capacidad de artificio verbal; es un hombre que enseña a escribir, es decir, que enseña a afinar el instrumento para decir las cosas (…) Yo creo que Borges trabaja sobre realidades mentales, es pura evasión; en cambio Cortázar no lo es”. Vargas Llosa aclaró que “un escritor con una mentalidad como la de Borges, profundamente conservadora, profundamente reaccionaria, en cuanto creador no es un reaccionario, no es un conservador; yo no encuentro en la obra de Borges (…) nada que proponga una concepción reaccionaria de la sociedad, de la historia, una visión inmovilista del mundo, una visión, en fin, que exalte el fascismo o cosas que él admira como el imperialismo”.

Los dos escritores, que ganarían el Premio Nobel de Literatura (García Márquez en 1982; Vargas Llosa, en 2010), comparten la admiración por Faulkner. “El método faulkneriano es muy eficaz para contar la realidad latinoamericana -afirmó el escritor colombiano-. Inconscientemente fue eso lo que descubrimos en Faulkner. Es decir, nosotros estábamos viendo esta realidad y queríamos contarla y sabíamos que el método de los europeos no servía, ni el método tradicional español; y de pronto encontramos el método faulkneriano adecuadísimo para contar esta realidad. En el fondo, no es muy raro esto, porque no se me olvida que el condado Yoknapatawpha tiene riberas en el mar Caribe; así que de alguna manera Faulkner es un escritor del Caribe, de alguna manera es un escritor latinoamericano”.

El primer desencuentro llegó con el “caso Padilla”. En marzo de 1971, el poeta cubano Heberto Padilla fue acusado de “actividades subversivas” y detenido junto a su pareja, la poeta Belkis Cuza Malé. El encarcelamiento de Padilla provocó la reacción del propio Vargas Llosa, Julio Cortázar, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Susan Sontag, Alberto Moravia, Octavio Paz, Marguerite Duras y Carlos Fuentes, entre otros. Vargas Llosa –que se aleja cada vez más de la izquierda en la década del 70- siempre comentó cómo cambió la postura de García Márquez respecto de Cuba: “se acercó mucho, empezó a ir de nuevo, y aparecer en fotos junto a Fidel Castro, a mantener esa relación que mantuvo hasta el final de gran cercanía con la Revolución cubana”. Y amplió aún más las razones de esta transformación. “La izquierda es la que tiene el gran control de la vida cultural en todas partes, y de alguna manera enemistarse con Cuba, criticarla, era echarse encima un enemigo muy poderoso y además exponerse a tener que estar en cada situación tratando de explicarse, demostrando que no eras un agente de la CIA, que ni siquiera eras un reaccionario, un proimperialista. Mi impresión es que de alguna manera la amistad con Cuba, con Fidel Castro, lo vacunó contra esas molestias”.

La ruptura definitiva se produjo el 12 de febrero de 1976. En el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México. Vargas Llosa le dio un puñetazo en la cara a García Márquez y le dijo: “¡Esto es por lo que le hiciste a Patricia en Barcelona!”. Ninguno de los dos habló públicamente del asunto. El escritor peruano eligió el silencio. Cuando le preguntan qué pasó, responde que será tarea de los historiadores. El fuego de la literatura (y de la política) es otro cantar.