Juan Antonio Pizzi, el técnico más cuestionado del fútbol argentino, aquel al que los propios dirigentes que lo contrataron y los hinchas no quisieran ver en su cargo, sigue avanzando contra viento y marea. Su Racing que no siempre juega bien ya está en las semifinales de la Copa de la Liga Profesional. Y le falta muy poco para pasar a los octavos de final de la Copa Libertadores. El equipo por el que nadie daba nada, da pelea por todo. Pizzi ve, escucha y anota. Pero no se queda enroscado en el rencor. Acaso porque cuenta con el más esencial de los apoyos: después de un comienzo rodeado de desconfianzas, sus jugadores parecen creer en él.

De visitante, Racing dejó en el camino a Vélez, uno de los candidatos y el que mejor rendimiento había obtenido en la fase clasificatoria (31 puntos de 39). Tuvo que recurrir a los penales para hacerlo. Y desde los once metros ganó 4-2 después de un partido parejo, mucho mejor jugado en el primero que en el segundo tiempo. Al equipo de Pizzi no se le cae el fútbol de los bolsillos. Pero parece haberse acomodado y ya nadie se lo lleva puesto sobre la cancha. Vélez le movió la pelota con paciencia. Y Racing no fue detrás de ella. Serio y bien parado atrás, el gran momento de su arquero Gabriel Arias ha serenado a todo el fondo y las rotaciones forzosas ante tantos partidos y tantos viajes no le quitado cohesión a la última línea.

Lo dicho: faltó más volumen de juego. Y eso porque Piatti, Miranda y Mauricio Martínez (expulsado sobre el final) arrancaron desde muy atrás por tapar a Galdames, Cáseres y Almada. Darío Cvitanich fue más enganche que delantero tratando de vincular a ellos con Chancalay y Copetti. Pero lo logró de a ratos. Por eso, Racing llegó poco con riesgo, apenas cuatro veces en todo el partido. Como atrás siempre estuvo sólido, no pasó grandes sobresaltos y pudo llegar bien a la definición desde los doce pasos, en la que estuvo más afilado.

No tiene mucho el equipo de Pizzi. Pero tampoco es menos que nadie. Y esa convicción y el carácter colectivo para sobreponerse a los momentos adversos lo ha llevado hasta este punto en el que se permite soñar pese a la mirada inquisidora de los que todavía creen que se debe jugar mucho mejor. Y que este Racing no es digno de la gloriosa historia del club.

Vélez sufrió un golpazo. Mientras se repone de su mal arranque en la Libertadores, apuntaba, por lo menos, a la final del torneo local. Y se quedó con las manos vacías. Por el ajetreo de las últimas semanas, su entrenador Mauricio Pellegrino, mantuvo sólo cuatro de los nombres que habían jugado en la semana ante la Liga de Quito por la Copa Libertadores (Giannetti, Galdames, Almada y Lucero) y cambió los siete restantes. Y aunque se respetó la idea básica de jugar siempre por abajo y de ir por los costados, no pudo remarcarle grandes diferencias a un Racing que puso lo mejor que tenía (sólo Arias, Pillud y Nery Domínguez fueron titulares en Perú).

Velez tuvo un poco más la pelota (55 a 45% en el cómputo final), pero tampoco llegó tanto y su carta ganadora, el juvenil Thiago Almada fue perdiendo frescura, como si le pesara en las piernas la acumulación de tantos partidos. Racing atacó menos, pero siempre puso mucha gente en campo rival, señal de que a su manera pretendió ganar. Como todo resultó equilibrado, hubo que volver a definir con los tiros desde el punto penal. Y ahí fue Racing el que cantó victoria. Pizzi no promete nada. Pero ya está en las semifinales de la Copa de la Liga Profesional. Si en la semana pasa a los octavos de final de la Libertadores, habrá que ver cuantos dirigentes y cuántos hinchas se atreven a seguir bajándole el pulgar.