La imagen de un joven vestido de traje en una gran ciudad y otro semidesnudo al lado de la carpa en la cual vive, ambos consultando su celular por el que transcurren similares contenidos, da cuenta de un particular proceso social. El acortamiento de distancias y tiempos debido al desarrollo de la tecnología y los medios de comunicación transformó al planeta en un todo, comunicado de manera fácil y rápidamente. La peste también se difundió velozmente por la intensa intercomunicación debido a viajes y traslados.

Más allá de la igualación que provoca la pandemia, podemos pensar que hemos estado inmersos previamente en un fenómeno de globalización cada vez mayor. Globalización es un concepto amplio, que implica la difusión de adelantos y beneficios en el mundo, pero también la inoculación de ideas y deseos y el establecimiento de relaciones de inequidad: el beneficio de un sector depende del perjuicio de otro.

Un aspecto que tiene que ver con la aparición histórica de las pandemias es la invasión de un territorio por parte de fuerzas extranjeras, que traen sus virus propios, desconocidos para los invadidos que no tienen defensas frente a ellos. Y que inician un proceso de anulación de las diferencias imponiendo las características propias: otra subjetividad, cultura, idioma, etc. La tendencia social actual, sin la misma violencia explícita, nos lleva también a uniformar y rechazar diferencias, pretender una transparencia absoluta sin derecho al secreto. Seguir un modelo estandarizado se propone como un ideal que debería ser aceptado por todos.

Pero el otro siempre es distinto. Está ahí desde nuestra dependencia inicial; conformamos nuestra identidad en relación a él. El otro está en el corazón de lo que consideramos más propio, más íntimo. Pero es inconsciente, lo desconocemos y hasta lo rechazamos, lo vivimos como ajeno, extranjero, enemigo. Cuando desconocemos al otro nos desconocemos a nosotros mismos. Cuando atacamos al diferente atacamos lo desconocido en nosotros mismos. El otro es diferente y debemos encontrar el mejor modo de convivencia. Esto se relaciona también con la posibilidad de manejar la realidad.

La covid 19 surge en un mundo que niega las diferencias, desoye los límites de la realidad en relación a la desprotección del planeta, y recibe como si fuera desde lo externo, el flagelo de la peste que ataca, frena y detiene. Estamos atacados por el virus del desconocimiento. La raíz etimológica de la palabra “epidemia” alude a “una visita repentina, algo que viene de afuera hacia adentro, una enfermedad inesperada”.

La negación de una realidad complicada, de descuidos y marginaciones, de virus “diferentes”, desconocidos, que siempre estuvieron ahí como una amenaza que no fue tomada en cuenta, “retornan” y se manifiestan cual elementos imprevistos, disruptivos en forma de pandemia tal como si fuera un otro mortífero. Muchos factores intervienen en la diseminación de un virus, pero el rechazo de la realidad y sus límites hace que estemos mal preparados para ello. Y provoca que nos tome sorpresivamente, como si se tratara solo de azar o mala suerte y no de políticas que no se detienen ante el daño hacia el planeta y la desprotección de sus habitantes.

Frente a la pandemia existen distintos tipos fenómenos grupales, hay quienes desafían toda autoridad transgrediendo las prescripciones, poniéndose en riesgo a sí mismos y a los demás. Hay quienes construyen una religión, la consideran una plaga como castigo divino, exageran las limitaciones y señalan herejes. Y están los que politizan los cuidados y hasta las vacunas y no dudan en provocar el daño de la población o aprovechar el deterioro económico y social para ahondar aún más las desigualdades, como, por ejemplo, inequidades en la distribución de las vacunas en el mundo.

Pero a pesar de que el malestar es inevitable, están también los que buscan y se esfuerzan por lograr cambios y acuerdos solidarios en el cuidado ambiental, sanitario y social. Los que podrían acordar prevenciones globales y vacunas para todos. Eso es parte también de lo humano. El trauma tiene dos tiempos, dice Freud, el primero es el de la vivencia conmocionante y el segundo se da cuando esta escena entra en conexión con fantasías inconscientes y genera síntomas. Estamos viviendo el primer tiempo, aún resta ver si será posible aceptar la necesidad de mayores cuidados a lo largo del mundo para que esta situación no se convierta en un trauma patológico y pueda finalmente superarse.

Diana Litvinoff es psicoanalista (Asociación Psicoanalítica Argentina).