La moral que necesita el neoliberalismo

Por Juan Vaggione *

La defensa de la libertad religiosa se ha transformado, de diferentes formas, en una de las principales estrategias del activismo conservador para confrontar el avance de los derechos sexuales y reproductivos en distintos escenarios nacionales y transnacionales. Los sectores más conservadores de distintas tradiciones religiosas consideran que las demandas de los movimientos feministas y por la diversidad sexual, en tanto portadoras de un “secularismo radical”, lesionan dicha libertad. Este viraje expone una especie de camuflaje por el cual la defensa de derechos que buscan proteger la libertad religiosa o de conciencia de determinados individuos también tienen como propósito confrontar la legitimidad de las legislaciones que amplían los derechos sexuales y reproductivos. 

En este contexto, no es sorprendente que la aprobación de la Ley de Educación Sexual Integral (2006) haya dado lugar a la politización de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas bajo el eufemismo de la libertad religiosa y el reduccionismo de sostener que las religiones son las únicas proveedoras de discursos éticos. Si bien esta discusión atrasa más de un siglo retorna de maneras estratégicas y refinadas. Ya no se defiende la educación católica en las escuelas sino la posibilidad que “todas las religiones tengan su espacio” (palabras del ministro Esteban Bullrich) para dar lugar, obviamente, sólo a aquellas que tienen los recursos materiales y simbólicos para realizarlo (la educación religiosa en Salta es un claro ejemplo en este sentido). Frente al derecho a recibir educación sexual que instaura la ley, los sectores más conservadores politizan la familia (como espacio exclusivo) y la enseñanza religiosa (como estrategia de resistencia). 

La pregunta es, entonces, por qué un ministro de Educación se proclama a favor de la enseñanza religiosa en un país de tradición laica. Por supuesto que se pueden arriesgar distintas interpretaciones, desde las biográficas a las coyunturales, pero creo que Wendy Brown propone una que parece atinente ya que excede el caso argentino: el neoliberalismo en tanto racionalidad del mercado precisa del neoconservadurismo en tanto racionalidad moral. Mientras el estado fragiliza el sostenimiento de los principales servicios públicos fortalece, según la autora, su rol de guardián moral. A ello se agrega que un Estado que busca desprenderse de la educación o la salud se vuelve cada vez más dependiente de las instituciones religiosas como prestatarias de estos servicios. Esta afinidad entre neoliberalismo y neoconservadurismo la experimentamos claramente en los 90 cuando el discurso de un Estado mínimo y privatizado iba acompañado por un estado moralista y alineado con los sectores más conservadores a nivel nacional e internacional. 

Afirmar la necesidad de incluir la enseñanza de “todas las religiones” en la escuela pública (sea como proyecto o como mera fantasía) podría implicar no sólo la intensificación política del neoconservadurismo moral sino también un paso más en el proceso de desmantelar la educación pública.  

* Profesor. Investigador, Universidad Nacional de Córdoba/Conicet.


¿La religión en la escuela?

Por Emilio Tenti Fanfani *

El tema de la religión en la escuela moviliza más las pasiones que la razón. Unas declaraciones aparentemente fortuitas del ministro de Educación de la Nación ha suscitado un debate en los medios masivos de comunicación.  Cierta lógica periodística invita más a la toma de posición “a favor o en contra” que al análisis crítico de lo que está en juego cuando se discuten ciertos temas de tanta densidad cultural.

La cuestión tiene múltiples dimensiones, imposibles de desarrollar en el tiempo y el espacio periodístico “estándar”. Antes que nada habría que especificar de qué se trata. No es lo mismo la educación confesional que la instrucción acerca de la dimensión religiosa en las sociedades del pasado y presente. La primera se desarrolla en instituciones escolares privadas de orientación religiosa. En ciertos Estados laicos de occidente se utiliza el espacio escolar para que las religiones reconocidas ofrezcan cursos de formación religiosa confesional, no obligatorios y fuera del horario escolar. La segunda es necesaria para comprender el mundo que vivimos. Las instituciones y prácticas religiosas constituyen un espacio social relativamente autónomo y denso. No se puede entender el desarrollo de la mayoría de las sociedades de antes y de ahora sin tener en cuenta el campo religioso y sus interrelaciones con otros espacios sociales como el de la cultura, la economía, la política, el arte, etc. 

Sin embargo no es preciso recargar el ya extenso programa escolar con una nueva “materia” o “curso”, sino que la temática religiosa debería ser “transversal”, en especial en los espacios curriculares de tipo “humanístico” o “social” (historia, filosofía y ética, sociología, formación ciudadana, etc.).

Por último, más que estudiar el Evangelio, el Corán o la Biblia con propósitos “proselitistas” se trataría de estudiar el cristianismo, el islamismo o el judaísmo con sus respectivas historias, expresiones institucionales, luchas por el poder, estrategias de reproducción, diversidades internas y guerras de religión, influencias políticas y sociales. En síntesis, bienvenido a la escuela el estudio de las religiones como dimensión relevante de la cultura y no como adoctrinamiento.

Más allá del legítimo pluralismo “de” las instituciones escolares (las hay católicas, protestantes, judías, etc.) la escuela pública es un espacio privilegiado para desarrollar el pluralismo religioso (y de cualquier otro tipo), “en” las instituciones. El conocimiento de las creencias religiosas en la escuela pública, pluralista por naturaleza, podría ser un instrumento eficaz para desarrollar la empatía o capacidad de ponerse en el lugar del otro y de este modo ayudar a combatir la discriminación y facilitar la convivencia en la diversidad.

* Profesor e investigador de la Universidad Pedagógica.


De la campaña a los hechos

Por Graciela Morgade *

Los debates sobre la necesidad de que la escuela pública sea laica se remontan a fines del Siglo XIX... Sin embargo, sabemos que el proceso de separación entre el estado y las iglesias (y sobre todo la Iglesia Católica) en algunas provincias tuvo avances y retrocesos. Y diría que nunca en nuestro país estuvo completo en su totalidad. Hay escuelas de gestión pública en diferentes provincias donde existen símbolos religiosos, a veces se convoca a curas para bendecir edificios, o inclusive, se ofrecen espacios y tiempos para la enseñanza religiosa. Se trata de prácticas inaceptables desde el punto de vista de las leyes que regulan a la educación; no obstante, estaban en proceso de reducirse a una mínima expresión.

Lo preocupante es que el actual ministro de Educación y Deportes de la Nación, Esteban Bullrich, convalide el pedido de un sector particular (un sacerdote católico, como en este caso) expresando la intención de retroceder en el proceso de laicidad. Es preocupante también que contribuya a una mirada sesgada según la cual sólo se promueve un comportamiento ético si se enseña una religión: todos los desarrollos en el campo de la Formación Ética y Ciudadana escolar lo contradicen.

Lo más alarmante sin embargo es que en mayo de 2015, entrevistado en La Nación, y en campaña, el ministro dijo: “Considero que está bien que la educación estatal sea laica. Yo quiero que mis hijos tengan una educación religiosa. Por tomar esta decisión, no creo que haya que decir que mi visión va a ser cerrada”. En un gobierno que tiene como modalidad negar en sus políticas lo que sostuvo en su campaña, no podemos menos que convocarnos a expresar, desde todos los colectivos que integremos, nuestro más enérgico rechazo. Seguimos exigiendo la paritaria nacional, salarios dignos y un ámbito donde las políticas educativas se discutan con seriedad.

* Decana de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA).