Hemos conocido pocos días atrás la noticia de que desaparecieron unas 20 armas con 2.000 municiones, supuestamente custodiadas con ahínco por la principal policía de la Argentina, desde un arsenal (o ambiente acondicionado como tal) ubicado en las inmediaciones del centro de operaciones del ministro de la cartera. No es la primera vez: novedades como esta, que trascienden y que no, son lo bastante frecuentes en el país y la región como para generar preocupación de especialistas y de legos.

El principal problema que apareja el robo/pérdida/sustracción/esfumado de armas de las fuerzas de seguridad es que, como refiere la frase propuesta por Lavoisier en el siglo XVII y cantada por Drexler en el siglo XXI, nada se pierde, todo se transforma. Las armas que salen del circuito legal pasan a formar parte del irregular de manera inmediata y más o menos directa.

Ya es un lugar común recitar que toda arma ilícita nació legal. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) ha tomado cartas en el asunto hace más de una década, organizaciones temáticas del tercer sector, académicos y especialistas en políticas públicas saben que el goteo de armas de uno al otro lado de la frontera regulatoria puede convertirse en alud de un momento a otro. Poco a poco, algunos dirigentes están comenzando a comprender la importancia de esta problemática. Todos coinciden en que, entre todas las medidas para reducir la violencia armada, un lugar central es el ocupado por los mecanismos de control de arsenales.

Hoy existen soluciones para gran parte de los problemas derivados de un mal control. Sistemas probados, de instalación sencilla, con resultados virtualmente inmediatos y aceptación generalizada entre los operadores de los arsenales y sus responsables operativos y políticos. Los desarrollan empresas internacionales y nacionales, con apoyo de grupos de investigación universitarios y expertos prestigiosos. Contrasta de manera notable con la dificultad del asunto la simpleza de una respuesta que está al alcance de la mano: que las armas dejen de desaparecer depende, antes que nada, de que aparezca la voluntad política.

En Argentina, la única de las fuerzas o policías del país con un sistema de control interno de armas y arsenales que satisface los estándares internacionales es la Prefectura Naval Argentina. Ni la otra fuerza federal (Gendarmería), ni alguna de las dos policías federales, ni de las 23 policías provinciales, ni la Policía de la Ciudad (de Buenos Aires) conocen con detalles, en tiempo real y sin margen de error apreciable, cuántas armas tienen, cuáles son, dónde están, quién es su responsable en cada momento y cómo funcionan. Considerando esto, que haya desaparecido una veintena de pistolas sorprende, pero más que nada porque no se trata de un hecho mucho más frecuente.

En el mundo mueren 500 personas por día por acción de armas de fuego. Casi la mitad de los homicidios del planeta se deben a esta causa. En Latinoamérica, el problema es aún más profundo: la mera circunstancia de nacer por aquí aumenta en casi 90 veces la probabilidad de morir por una bala. A este respecto, todas las horas son la hora de actuar. 

Tobías Schleider es profesor titular de Modelos Comparados en Seguridad Ciudadana (UNS).