Por desgracia, antes que a la Argentina, conocí al Español. Las bibliotecas, más que paraísos, para mí siempre fueron hospitales. Los carteles en imperativo o fotos de enfermera besándose el dedo índice procurando silencio en los nosocomios, están dirigidos a las visitas, nunca a los enfermos. Los pacientes internados en las áreas de lectura, custodiados por estantes repletos de textos encuadernados, curan sus heridas silenciosamente. Aplican con sigilo, casi en secreto, el vendaje invisible de palabras sobre sus heridas a flor de alma, imaginan otras realidades, esquivan sueños equivocados, viajan en el tiempo. No es lo mismo leer a Dostoievski en un bar que en una biblioteca, siempre es mejor para un creyente descifrar la biblia en el interior de un templo sagrado. 

Todas las tardes, a la salida de la escuela, me dejaba sumergir en subsuelos de la memoria, entre idiotas, humillados, ofendidos, crímenes y castigos, mi pena temprana parecía aliviarse. La presencia cotidiana de una socia del mundo de papel, de ojos marrones y triste mirada, me enseñó física práctica en una sola clase, me hizo sentir vibraciones libres sobre un cuerpo rígido. Aprendí a esperarla, a seguir sus movimientos, averigüé su nombre de cuento en un país que no estaba hecho porque sí, me esforcé para leer a la distancia frases célebres escritas en sus carpetas bordeadas de flores y mariposas dibujadas con birome. 

Sentirla cerca, en la larga mesa del salón de lectura me desconcentraba, me resultaba más fácil aprender ruso que dejar de mirarla. Un día me animé y le acerqué una nota, "Deseo prohibir lo prohibido, me muero por charlar con vos". Caminamos sin prisa por la peatonal dialogando sobre lo obvio hasta llegar a la estación Fluvial, miramos el río, imaginamos el mar, prefirió el Mediterráneo, elegí a Serrat, coincidimos en un tema "Aquellas pequeñas cosas", lo cantamos a dúo. De repente, casi sin querer, nos confesamos lo indecible, nuestros vacíos imposibles de llenar. 

Ella había decidido convertirse en su propia madre, parecía intentar recuperarla desde el arte. Por mi parte, estaba enojado con el mundo, culpaba al destino, ignoraba que los accidentes de motos no existen, que a menudo confundimos juventud con inmortalidad, que la vida era una pelea de box, podía terminar en cualquier momento. Sólo contaba con una certeza, a un amigo nunca se lo reemplaza, no estaba equivocado, Marcelo todavía viaja conmigo. La Juan Álvarez pasó a ser un lugar de referencia, nos encontrábamos en la puerta para convertirnos en turistas de nuestro propio paisaje, mirando hacia arriba, descubrimos otra ciudad hecha de esculturas, cúpulas, balcones. 

La tarde que decidimos conocer el club Español, se detuvo frente a un vitraux gigante, lo miró fijamente y dijo en voz baja, como rezando, " los humanos y sus obras cuentan con dos partes, una visible y otra invisible. Aquellos que llegamos a tocar con el corazón su parte intangible estamos condenados a no poder olvidarlos. El arte tiene sus raíces en el sufrimiento. Decidí, hace tiempo, no traer hijos a este mundo, con esfuerzo pude convertir mis penas en flores, pero no soportaría ver reflejado en los ojos de una criatura el mismo dolor que vuelve y la ahoga. Estos vidrios pintados si alguna vez tuvieron inspiración en penas del artista, un amor imposible, un sueño inconcluso, a nadie le importa hoy, la obra es lo único que perdura, siempre habrá nuevos destinatarios, las circunstancias son las que cambian, las necesidades no".

Todo lo extraño de Alicia, me atraía y me confundía con la misma fuerza. Si bien una parte de su ser parecía levitar frecuentemente, abandonar este mundo, tocar un punto en el infinito, no era de callarse ante la injusticia. En víspera de un 17 de agosto, cansada de repetir versitos desde la primaria en cada acto escolar alusivo, tuve la oportunidad de presenciar su última participación en público. Antes de interpretar un sentido poema de su autoría, se tomó su tiempo para decir algunas cosas, primero se sinceró sobre el desprecio que le producía festejar muertes, después pidió disculpas por no poder agregar nada nuevo sobre el prócer en cuestión aunque sostuvo que siempre era mejor un libertador a un emperador, continuó diferenciando a los héroes de la epopeya sanmartiniana con los genocidas que nos gobernaban en aquél momento, terminó diciendo que una poeta no escribe para la ocasión, sólo escucha lo que le dicta el corazón y que tal vez homenajeando a su papá en una poesía también estaba honrando al padre de la patria. 

Sus palabras inesperadas ocasionaron miradas de miedo entre las autoridades, tibios aplausos del público adulto y un griterío infernal entre sus compañeros. Un hombre de pelo cano, ropa de trabajo y botines con punta de acero, intentó tapar su llanto con sus manos, se agachó lentamente hasta quedar arrodillado en el piso del salón de actos del prestigioso colegio. Antes de traicionarla, no sólo me traicioné, también le di la espalda a mi mejor musa, tal vez por miedo a bucear en las profundidades opté por lo playo, elegí la absurda monotonía de lo seguro, de lo establecido, de lo normal. Alguna vez, cambiar me resultó divertido y necesario, en la actualidad, las mudanzas son un sinónimo de castigo. 

El saber hecho libros, no sólo ocupa lugar, también son demasiado pesados. Dono y regalo algunos ejemplares de mi biblioteca, previo al traslado, para ahorrar fuerza y flete. Quemo diarios y revistas, arrojo viejos papeles al cesto de residuos, pero nunca puedo esquivar el tren de vuelta de alguna pequeña cosa. Durante los preparativos de mi última partida, una hoja cuadriculada de carpeta, sin firma ni destinatario, casi un vitraux, me acechó como un ladrón detrás de la puerta. Me desmoroné despacio, con la velocidad propia que lucen las hojas muertas a merced del viento de los recuerdos. Arrodillado sobre el piso de mi fría habitación volví a leer, con ojos humedecidos, aquél documento inalterable.

Con ese dolor, sube al colectivo

Con ese dolor, suele ir a la cancha

Con ese dolor, trabaja para otros

Con ese dolor, a veces... descansa

No pueden tratarse como amigos

Tampoco hay amor en dicha alianza

Más el tiempo aminora los castigos

Los acomoda, los apila, los afianza

Aunque su pena no pesa en la balanza,

Ni evidencia su rostro en el espejo

Mi padre lo puede sentir en el reflejo

Azul de ese pesar, un mar que avanza,

Otra tormenta de sal, allá a lo lejos.

Con ese dolor...se levanta y anda.

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