Sebastián Rey tuvo un sueño que ocupó cuatro años y 350 entrevistas: contar la cocina de los casos más emblemáticos de violaciones a los derechos humanos de los últimos 45 años en Argentina que llegaron a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Publicado en formato E-Book, el libro La Argentina en el banquillo del abogado y docente en las universidades de José C. Paz (UNPAZ) y de Buenos Aires (UBA) fue presentado y elogiado por referentes de los derechos humanos como Estela de Carlotto y “Tati” Almeida. “Leer el Nunca Más me hizo querer ser abogado”, remarca.

-¿Cómo y cuándo nació la idea del libro?

-Es un libro generacional. La lentitud del sistema hace que los casos que se están resolviendo hoy sean los que viví cuando estudiaba. Empecé a dar clases en la UBA en el 2001 y ya desde ese momento me llamó la atención ese desfasaje temporal del sistema judicial.

Mi equipo docente está integrado por quienes nos preparábamos para ir a competencias internacionales sobre Derechos Humanos; ya desde ahí nos interesó el sistema internacional de protección como vía de escape cuando la Justicia nacional no da respuesta. Ese es un poco el eje del libro.

-¿Ese desfasaje temporal del que hablás es el que sufren los protagonistas de las historias que llevan décadas esperando una respuesta?

- Si, claramente. En los casos de desaparición forzada en los que nunca encontraron el cuerpo es imposible hacer el duelo. Por ejemplo, en el caso de Iván Torres, de Comodoro Rivadavia, la madre ganó en la Corte Interamericana, cobró una indemnización, pero ella quiere al hijo. Ya pasaron 30 años pero ella quiere a su hijo, y lo dice en todas las audiencias.

Uno ve que quedan en un estado indeterminado de tiempo y que no pueden hacer el duelo. Porque muchas veces es el proceso judicial el que te permite hacerlo a través de una sentencia.

Más allá de esto, lo que me interesó contar es la cocina: como es el camino que recorren los protagonistas; cuáles son las estrategias y las decisiones políticas, y cómo eso se representa en la realidad.

Estos casos que terminan resolviéndose en la Justicia internacional son procesos que han durado décadas. Con el paso del tiempo, lo único que quieren es que alguien los escuche, ser oídos.

- ¿Cómo convive el bucear en el pasado mientras se forman profesionales para el mañana?

- Mi formación está marcada por el proceso de Justica transicional en la Argentina. Con mi equipo crecimos con los reclamos de las Madres, las Abuelas, todo eso nos atravesó como estudiantes. Sin embargo, la historia de los derechos humanos va mucho más allá. En la facultad muchas veces te enseñan Derecho Constitucional como hace 60 años o nada más se habla de los casos de la dictadura. Para nosotros la enseñanza de los derechos humanos va mucho más allá del “litigio de lo trágico”. Es decir: desapariciones, torturas y ejecuciones.

Eso se analiza. Pero los nuevos abogados y abogadas también tienen que prepararse para litigar derecho a la vivienda, salud, educación, porque esas son las violaciones de los derechos humanos en la democracia.

“En la facultad muchas veces te enseñan Derecho Constitucional como hace 60 años o nada más se habla de los casos de la dictadura. Para nosotros la enseñanza de los derechos humanos va mucho más allá del ‘litigio de lo trágico’. Es decir: desapariciones, torturas y ejecuciones”.

- ¿Cómo creés que se enseñan los Derechos Humanos hoy?

- Es una enseñanza que tendría que atravesar todas las carreras. Se puede estudiar Arquitectura o Ingeniería con una mirada de Derechos Humanos. Por ejemplo, si vos enseñás a construir un edificio con rampa para que una persona con discapacidad.

- Un equipo de estudiantes de abogacía de la UNPAZ logró el año pasado el podio del Washington College of Law de la American University en un certamen sobre Derechos Humanos, ¿cómo viviste ese logro?

- Para mí es un orgullo tremendo que tengan reconocimiento internacional equipos formados desde una universidad del conurbano. Porque estos chicos están siendo preparados para mañana poder ocupar lugares de poder como abogados o jueces formados desde la universidad púbica y no siempre tienen que ser de la educación privada los que lleguen a esas instancias.

Estos pibes vienen a darle una mirada al Poder Judicial que no tiene y que necesita. Yo siempre cuestiono cuando la Justicia está separada de la gente. Hablan de desalojo y nunca fueron a uno. Lo hacen desde su despacho de Tribunales. Bueno, estos estudiantes conocen el barro, saben de qué se trata; entienden que cuando se habla de ir a un hospital a buscar una medicación contra el cáncer es porque son pacientes sin obra social que si no la consiguen en allí, no tienen nada. No es el pibe de la prepaga que fue a una privada y, luego de su master en Estados Unidos, llega a ser juez y desde su escritorio dicta sentencia.

- ¿Qué entrevista te costó más?

- Las historias de vida son duras. El caso de Fornerón (sobre el pedido de un padre para revincularse con su hija dada en adopción) me pareció terrible, quizá porque soy padre. Él no puede ver a su hija sólo porque la Justicia, llena de estereotipos, creyó que un hombre solo y pobre no podía criarla.

En un momento me dice que hubiese preferido llevarse a la nena, raptarla. “Hubiese ido preso, pero por lo menos mi hija hubiese sabido que yo luché por ella. Pero confié en la Justicia”.

También el caso de las cárceles en Mendoza. Una entrevistada me contó que le mataron al marido; que jugaban a la pelota con la cabeza de los presos o cómo habían descuartizado a gente con discapacidad. Y fue ella la que tuvo que contarle a su hija lo que le había pasado al padre.