En la espesura de la jungla un grupo de hombres trepa ágilmente los árboles, golpeando la superficie de los troncos con sus machetes de forma rítmica. Las incisiones son precisas, relativamente profundas, y los surcos comienzan a dibujar un serpenteo vertical cuyo diseño poco y nada tiene que ver con lo artístico. Luego de un rato, el líquido blancuzco comienza a brotar del interior, cayendo por las canaletas hasta llegar al receptáculo final. Más tarde, será cocido y espesado, adquiriendo finalmente la textura y elasticidad propias del chicle. La realizadora mexicana Yulene Olaizola registra el procedimiento como si se tratara de un documental (los hombres son claramente duchos en la tarea), pero el relato realista de Selva trágica comenzará más temprano que tarde a teñirse de elementos fantásticos, herederos en parte de la mitología oral maya. Cerca del lugar donde los chicleros llevan a cabo las labores, dos mujeres escapan de un capataz británico con la ayuda de un balsero. Una de ellas, la más joven, de nombre Agnes, tiene una razón de peso para intentar la fuga: un casamiento a todas luces no deseado. El idioma inglés empapado de creole señala un origen mixto, pero las palabras que se pronuncian por lo bajo deben sofocarse: detrás de ellas viene el Cacique, el inglés de ojos claros, cuyos hombres y armas están decididos a extinguir para siempre la osadía rebelde de las muchachas. Una placa en pantalla aclara el año en el que tienen lugar las acciones, 1920, como así también la geografía, allí donde el sureste de México hunde sus tierras en el Río Hondo antes de convertirse en Belice, estado hoy soberano llamado por aquel entonces Honduras Británicas. La nueva película de Olaizola, recordada por su ópera prima de 2008 Intimidades de Shakespeare y Vïctor Hugo –documental familiar que recorrió los mil y un festivales–, cruza los cuentos de aventuras selváticas con las historias de locura personal y colectiva, fogoneada por las ambiciones de hombres rudos acostumbrados al maltrato y los malos pagos y a la presencia de una bella morena que no debería estar allí. Aunque, tal vez, ese haya sido siempre su destino. Luego de su estreno mundial en Venecia y del paso por la competencia latinoamericana del Festival de Mar del Plata, Selva trágica llega a la plataforma Netflix, donde estará disponible a partir del miércoles 9 de junio.

No han sido pocas las películas que, a lo largo de la historia del cine, tuvieron como trasfondo directo o indirecto las plantanciones de caucho, desde el melodrama calenturiento de Tierra de pasión (1932), de Victor Fleming, al derrotero afiebrado de Fitzcarraldo (1982), de Werner Herzog, pero la explotación de las entrañas del árbol manilkara zapota, más conocido como chicozapote o chicle, no ha tenido demasiado éxito en la pantalla grande. “Lleguamos al chicle por el lugar específico donde decidimos filmar, en la frontera entre México y Belice”, recuerda Yulene Olaizola en comunicación exclusiva con Radar. “Es una zona que conocía de antes por haber ido de vacaciones, hace muchos años. La primera vez que oí hablar del chicle fue ahí, porque marcó toda una época. Casi todos los asentamientos mayas y pequeños poblados que se encuentran hoy se formaron gracias a los campamentos chicleros, que luego fueron creciendo hasta convertirse en poblaciones. Es una industria que marcó el desarrollo de la zona. Luego me empapé del contexto histórico leyendo una novela de Rafael Bernal, Caribal - El infierno verde, cuyo contexto es justamente la explotación del chicle en los años 20 en esa frontera”. La realizadora afirma que desde ese momento se decidió que el rodaje sería en medio de la selva, sin reconstrucciones de tipo alguno. “Cuando más tarde me topé con el mito maya de Xtabay” --suerte de mujer demoníaca que encanta a los hombres para someterlos o matarlos-- “la idea para el guion comenzó a tomar forma. El tema del chicle es importante, porque señala una forma de trabajo única, con un aislamiento en plena selva muy particular. Un trabajo de hombres que terminan formando una manada, no demasiado distinta a las del resto de los animales que viven allí. Una vida instintiva, sin tecnología, muy animal. Y explotando ese oro blanco que en su época era tan valioso que hacía que los hombres perdieran la cabeza, de alguna manera. Creo que Selva trágica es un nuevo ejemplo de algo que está en casi todas mis películas: la geografía, y como esta influye en la vida de las personas que la habitan”.

Cuando Agnes (la actriz debutante Indira Rubie Adrewin) se topa con la manada de chicleros estos la confunden con una enfermera. Sin poder comprenderse por medio de la palabra, la joven es maniatada y obligada a curar a uno de los hombres, víctima de alguna enfermedad selvática innombrada pero de apariencia temible. Agnes es reconstruida a partir de la mirada masculina, objeto de recelo por su procedencia inglesa y también de un enorme deseo sexual. Más tarde, de a poco, sin que nadie a su alrededor caiga en la cuenta, la joven dejará ese sitial pasivo para comenzar a manejar metódicamente su propio destino, adquiriendo un nuevo rol que enlaza su silueta a los relatos sobre Xtabay, que la voz en off de uno de los trabajadores mayas consigna de forma recurrente, como advertencia y quizás presagio de lo que está por venir. Para Olaizola, que se instaló en la región para seguir la investigación antes del comienzo del rodaje –“una zona, la sureste, que hoy es esencialmente turística, pero que hasta no hace mucho vivía de la explotación forestal”–, el relato debía necesariamente adquirir elementos del western. “Un mundo de hombres armados, con fronteras por las cuales contrabandear distintos productos; una zona aislada por el gobierno mexicano que muchas veces en la historia intentó independizarse. Todo eso olía a aventura, algo que siempre me ha gustado”. La directora de Paraísos artificales, Fogo y Epitafio, esta última dirigida junto a su pareja, productor y coguionista Rubén Imaz, cree que todas sus películas tienen aproximadamente un 90 por ciento de realidad. “No soy una directora que pueda inventar grandes ideas. Trabajo con la realidad y trato de moldearla o torcerla para lo que necesito. Las historias siempre surjen de la investigación y del trabajo con los actores, que suelen ser no profesionales. Pero desde que encontré esta posibilidad de cruzar la realidad con toques fantásticos, místicos u oníricos, siento que me he liberado a la hora de escribir y filmar. A la hora de pensar en el lenguaje cinematográfico, incluso. El realismo más básico o crudo a veces puede ser más limitante”.

Todos en la región donde transcurre la historia conocen la leyenda de Xtabay, y muchos la consideran una presencia tan real como la jungla, a pesar de que los relatos difieren. Olaizola basó su versión del personaje en la mitología oficial, la que “habla de dos mujeres que viven en un pueblo, ambas hermosas, una puta y la otra casta. No me interesaba tomarlo como algo literal sino usarlo metafóricamente, por eso aparecen esos dos personajes femeninos al comienzo. Pero es algo sutil, nada explícito, aunque inevitablemete te lleva a pensar en el rol de la mujer, en su poder y sumisión frente al hombre. Y en esa energía sexual que despierta en el grupo de chicleros”. El contexto cultural e histórico es diáfano, pero hay algo universal y atemporal en Selva trágica, un elemento que, más allá de la falta de un GPS para poder ubicarse o la técnica artesanal de extracción del chicle, hace que el núcleo narrativo del film pueda trasladarse a otras eras y a otros lugares del planeta. Para la cineasta eso no fue algo buscado sino hallado. “Me gusta mucho la idea de viajar al pasado y, en ese sentido, Aguirre, la ira de dios, de Herzog, siempre ha sido un ejemplo a seguir. No me veo haciendo un Fitzcarraldo. En términos de producción sería una locura, algo que me desbordaría por completo, pero el ejemplo de Aguirre es más medido. Es transportarse al pasado básicamente mediante el vestuario. El resto es la selva y eso es inmutable, es lo que lo hace atemporal. La condición del ser humano en medio de la naturaleza, en cualquier época, es la misma”.

La directora Olaizola en rodaje

El enfrentamiento entre los dos bandos de chicleros, el mexicano y el británico, llega de manera inevitable. El control de la zona, de la explotación del chicle y de la posibilidad de hacerse ricos comienza a envolver el relato, ante la mirada engañosamente pasiva de Agnes. Los hombres marcan el territorio, hunden los machetes en los árboles y matan, si es necesario. Aunque el temor por las represalias del patrón, el que paga poco y mal, está siempre presente en el espíritu y la mirada de los hombres. Hablada en español, inglés, creole y maya, la preproducción de Selva trágica estuvo marcada por un casting que duró dos años. “Siempre tuve la intención prioritaria de trabajar con no profesionales. Todavía hay comunidades que explotan el chicle y dos de esos personajes están interpretados por chicleros mayas auténticos. Pero hay tres o cuatro actores profesionales, como Gabino Rodríguez y Gilberto Barraza. El gran problema fueron las audiciones en Belice, porque es un país muy pequeño que no tiene ningún tipo de industria audiovisual. Pero nuestras preocupaciones se disiparon cuando apareció Indira, que no tenía ninguna experiencia actoral previa, y la conexión con ella y con la chica que interpreta a la hermana fue bastante inmediata. El casting permeó también la escritura del guion, que fue cambiando a medida que se sumaban personas al reparto. Lo importante también era que los rostros reflejaran la diversidad geográfica de México, porque así era en aquella época: gente de todo el país bajaba hasta allá para trabajar en la industria del chicle”. Filmar en medio de la selva nunca es fácil, pero la realizadora afirma que no tuvieron grandes dificultades, básicamente porque “tuvimos mucha suerte, además de mucho planeamiento. Las locaciones estaban bien exploradas, aunque eran bastante alejadas, a una hora y media e incluso dos horas en auto, en caminos de tierra. No nos topamos con serpientes, por suerte. Por supuesto, fue una filmación incierta. El clima es variable y puede jugar en contra, lo mismo la luz. Hay que ser libre y elástico. Lo más difícil fue tener a todo el reparto junto. A veces creo que los humanos somos más difíciles que los animales y alimañas de la selva”.