“¿Sabés que es esto? Es un matrimonio. En este preciso momento. Es una maldita pelea. O te quedás o te vas”. La frase se da en un momento crucial de la nueva temporada de Master of None (Netflix) que retrata, obviamente, la crisis conyugal de dos afroamericanas. Paradójicamente, el subtítulo con el que Aziz Ansari tituló a este fragmento de su envío refiere a los “momentos enamorados”. A cuatro años de los puntos suspensivos que le pusiera a su segundo arco, el creador ha decidido tirarle a la audiencia “una pelota con comba, que la agarrás o no”, según expresó. No solo hay nuevos focos y otras protagonistas, sino que estos cinco capítulos se alejan del diagrama anterior con un cuadro tan bello como perturbador y asfixiante.

Esta temporada se encuentra más cerca del spin off que de una continuación en un sentido estricto. El foco está puesto en Denise (Lena Waithe) y Alicia (Naomi Ackie) junto con las diversas instantáneas de su vínculo en una imponente casa de campo: remoloneando en la cama, bailando enamoradísimas un tema de Nina Simone, lavando la ropa, intentando tener un bebé y lidiando cuando todo el proyecto se desplome. La primera acaba de publicar un exitoso libro celebrado por la crítica, la otra siente que el mundo gira sin ella. Aquí no hay periplos por la Gran Manzana y el alterego de Ansari brilla por su ausencia, o casi: Dev aparece en dos escenas de unos pocos minutos. La Master of None de 2021, entonces, opta por un cuadro descarnado, cruel y vitalista de una dupla entrando a un callejón sin salida. “Las relaciones son así. Hay que seguir buscando hasta que encontrás una persona dispuesta a tolerar tus cosas”, suelta una de ellas en lo que puede ser el momento más romántico de la propuesta.

Estrenada en 2015, Master of None había colocado a Anzari en un sitio preferencial de la comedia de autor junto a otros realizadores como Issa Rae (Insecure) o Donald Glover (Atlanta), y servido de trampolín para la propia Waithe en su rol de guionista e intérprete. Aquí la artista también se encargó de los libretos mientras que Anzari dirigió todos los capítulos. “Siempre supe que este trabajo tenía un propósito más grande. Todos somos distintos y venimos de diferentes backgrounds. Tenemos diferentes familias, rezamos y amamos diferente. Pero hay una cosa en común, y es que las relaciones de pareja son complicadas”, dijo la mujer (primera afroamericana en obtener un Emmy como guionista, justamente por su labor en esta serie).

En lo visual, la puesta en escena podría representar al tercero en discordia. Rodadas y narradas a partir de estrictos cuadros escénicos, las acciones están obligadas a ocurrir. En el primer episodio, la combustión de planos fijos, música clásica y tiempos muertos generan un efecto opresivo y forzoso (Alicia y Denise están presas de su propia intimidad y de la cámara). En el cuarto (centrado en la búsqueda de embarazo de Alicia por medio de la fecundación in vitro), el recurso naturalista y bergmaniano alcanza una realidad conmovedora. “En el papel todo sonaba terrible. ¿No voy a estar más? ¿Vamos a mostrar a dos mujeres lavando la ropa por tres minutos? Daba miedo porque nunca lo habíamos probado”, dijo Anzari, quien destacó el rol de las dos protagonistas por soportar la espesura dramática. “Hoy en día, todo es tan ostentoso y vertiginoso, la intención fue ir en la dirección completamente opuesta. Creo que es una evolución de lo que veníamos haciendo”, completó el realizador.