En vísperas del sexto aniversario de #Niunamenos, conocimos la noticia del fallo de un juez de Santa Fe que dejó en libertad a un hombre acusado de abuso sexual, con la excusa de que no le parece “lógico” que el agresor haya tenido tiempo de colocarse un preservativo “cuando estaba sometiendo” a su víctima. Recordé entonces que en el quinto aniversario de #Niunamenos se filtró la información de que un fiscal había hablado de “desahogo sexual” para referirse a una violación en grupo a una adolescente producida en Chubut. El lenguaje usado por el fiscal fue apenas la punta del iceberg a partir de la cual surgieron otros cuestionamientos al sistema judicial penal en casos de violencia de género.

No es que nos sorprenda encontrarnos con este tipo de fallos que anteponen visiones, ideologías y opiniones personales por sobre lo que el marco normativo en términos de derechos humanos y derechos de las mujeres establece. Sin embargo, tal vez la fecha, o la cercanía con fechas tan caras al movimiento de mujeres y feministas provoca más escozor. Recordé también que Lucía Pérez fue asesinada en Mar del Plata de una forma especialmente cruel, el fin de semana del Encuentro Nacional de Mujeres de 2016.

Las fechas no son inocentes. En el texto “La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de Segundo Estado”, Rita Segato cuenta que mientras investigaba los femicidios de esa ciudad mexicana, el 25 de noviembre de 2004, día mundial de lucha contra la violencia de género, apareció un cuerpo asesinado en un campo algodonero, y el año anterior en la misma fecha había aparecido otro cuerpo de una mujer asesinada en un baldío. Ella lee estas “apariciones” como señales, parte de un sistema de comunicación: “los femicidios son mensajes emanados de un sujeto autor que solo puede ser identificado, localizado, perfilado, mediante una escucha rigurosa de estos crímenes como actos comunicativos”. Los femicidios, como los abusos sexuales, son mensajes para la sociedad. En el mismo sentido se ha estudiado el carácter público de los abusos y violaciones de mujeres en el marco del terrorismo de Estado, de cómo esa violencia ejercida contra ellas era en realidad un acto para ser visto, leído, reconocido por los otros dentro de los centros clandestinos y afuera, por la sociedad.

Cuando pienso en estos fallos aberrantes, no puedo dejar de leerlos como señales, otras más de todo lo que falta por cambiar en una sociedad que convive con y avala los femicidios, las violaciones, los acosos, los abusos, la desigualdad estructural, la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados en las mujeres y cuerpos feminizados.

Los operadores judiciales de los fallos que menciono no parecen haber leído a estas autoras ni a tanta bibliografía escrita con perspectiva de género o feminista en temas que requieren especialmente de esta mirada. Peor aún, el poder judicial del que son parte, también reproduce violencia de género. Hoy, por ejemplo, la Colectiva de Trabajadoras Judiciales dio a conocer que el 95 por ciento de las empleadas, funcionarias y magistradas del Poder Judicial de la provincia de Buenos Aires, sufrió alguna situación de violencia de género en su trabajo. Sólo el 27 por ciento hizo denuncia, el resto adujo desconfianza en el sistema para llevar adelante reclamos, quejas, denuncias. En el 88 por ciento de los casos denunciados, el agresor no recibió sanción ni fue trasladado. Ese es el poder judicial que debe impartir justicia. Es un poder clasista, sexista, racista y conservador que está lejos de dar respuesta a los problemas reales y cotidianos de la gente, como denuncian trabajadoras y trabajadores distintos gremios y agrupamientos judiciales en el documento “Trabajadoras judiciales por un sistema de justicia igualitario”, con propuestas concretas para reformarlo con perspectiva feminista. Esa es también una de las principales demandas del movimiento #Niunamenos, que exige hoy una Reforma Judicial, por una Justicia feminista, paridad y equidad en el Poder Judicial e Implementación de la Ley Micaela en todos los poderes judiciales del país.

En el libro Notas de una feminista aguafiestas. Ensayos de la vida cotidiana, que acaba de publicar Chirimbote, su autora, Erin Wunker, se propone revisitar a través de sus experiencias de vida algunos lugares constitutivos de los feminismos, entre ellos el de la cultura de la violación. Preconceptos, prejuicios y estereotipos en torno al sexo, a los géneros a la sexualidad y la violencia sexual atraviesan también a jueces y juezas y determinan y aplican las leyes según esa cultura hoy vigente. “Pienso que la tarea de una feminista aguafiestas es disipar la peligrosa confusión que rodea a los debates en torno a la violación y la cultura de la violación --dice--. La violación se percibe de manera sensacionalista. Un acto espectacularmente violento perpetrado por un hombre extraño contra una mujer vulnerable”. Aunque muy pronto todas las mujeres sabemos que ese hombre puede ser también un conocido, un compañero de trabajo, un jefe o alguien incluso al que amamos.

La fiesta a la que se refiereWunker --a la que hay que aguar-- es aquella de la que mujeres, disidencias y grupos vulnerabilizadosno participamos. Es la fiesta protagonizada siempre por los otros, como los jueces que desconocen la ley y siguen impartiendo injusticias e inequidades por doquier. La fiesta de la que no éramos parte pero que sosteníamos con nuestro trabajo invisibilizado. Sin nosotras se les acaba la fiesta se llamó, justamente, un libro que edité hace unos años rescatando el estado situación de esta fiesta en Latinoamérica.

Esa es la fiesta que sigue enviando señales y comunica, a través de fallos dolorosísimos para las víctimas; que las revictimizan, y son disciplinadores para una sociedad ganada por el desaliento frente a una justicia tan sesgada. Es la fiesta que veíamos detrás de un vidrio, que en los últimos años se ha empezado a resquebrajar. Porque también, por supuesto, es la fiesta en la que #Niunamenos irrumpió hace seis años para cambiarlo todo.