En febrero de 2019, Norma (70) apareció en la sede de la asociación civil Cannabicultores Necochea y Quequén con la maceta en la mano. Había caminado desde su casa, más de veinte cuadras, con la planta al aire. Ni siquiera la había tapado con algo. Era su primera “bebita”, y quería mostrarles a lxs chicxs de la asociación, con orgullo, cómo había florado. Un grupo de activistas le había regalado semillas en un taller de cultivo y Norma llegó con la maceta en busca de un coacheo: cómo seguir, cuándo cortarla, cómo secarla.

“Nos pareció hermosa la inocencia de la señora de andar así con la planta por la calle, pero le recordamos enseguida los peligros de que la detuvieran. Ella seguía diciendo que era nada más que una planta”, dice Melisa Yunes, de Cannabicultores Necochea, quien también asegura que la mayoría de las personas que llegan a la sede lo hacen porque quieren probar con el cannabis para problemas de salud propios, o de sus hijxs o de sus nietxs. “Vienen con la idea de comprar aceite, entonces les explicamos que somos una asociación civil: no vendemos ni aceite, ni flores, ni semillas pero les enseñamos a cultivar y a hacer sus propias preparaciones”.

Carlos Ramón (75) empezó a investigar sobre al autocultivo a partir de que a su nuera le detectaron un cáncer, hace dos años. Se acercó a un club cannábico y se fue interiorizando cada vez más en el tema. De su primera germinación, salieron dos plantas que trasplantó en su casa con fondo, en Ensenada. Con lo que allí cosechó obtuvo medio litro de aceite. Primero, para que su nuera pudiera sobrellevar mejor los efectos de la quimioterapia. Luego, empezaron también a consumirlo su esposa, “que tiene una osteoporosis muy avanzada y su columna es como una madera apolillada”, y él mismo, por la artrosis que tiene en la rodilla.

“Que quede claro: el cannabis no es que nos cura y nos reconstruye los huesos --agrega-- pero la relación que ahora tenemos con el dolor no tiene nada que ver con lo que era. Dejamos gran parte de los calmantes y pastillas que tomábamos. Y además, con cuatro gotitas debajo de la lengua a la mañana, cuatro al mediodía y cuatro a la noche estamos los dos contentos todo el día y dormimos como bebés. ¿Te parece poco? Hay días que llevo el bastón de adorno”.

Carlos cuenta que experimentar en carne propia las propiedades terapéuticas del cannabis produjo en él cambios en su modo de “ver a esos chicos del barrio que juntan cartón con carrito… Yo antes los miraba con desconfianza y hasta aversión porque, como decía en ese momento, andaban ‘en la falopa’. Tampoco soy zonzo: no es que sea lo mismo el paco, la cocaína y la marihuana…. Pero cuando me enteré de que la marihuana, medicinalmente hablando, era otra cosa, me hizo poner en perspectiva un poquito el consumo de las drogas en general. Ahora creo que es más un tema de las cantidades, cómo las uses y para qué. También me parece bien quienes, en su justa medida, fuman para su esparcimiento”.

La osadía de Norma paseando la plantita por la calle y la contramarcha de Carlos sobre sus propios prejuicios son apenas un botón: funcionan como muestra de muchas historias de personas que durante la mayor parte de su vida fueron ajenas y hasta rechazaban el cannabis y que se empezaron a acercar a él a partir de la difusión de sus efectos terapéuticos en los últimos años. “Esas mismas personas cuando se sacan de encima todos los preconceptos ven que es una planta que se germina y crece como la de morrón, la de tomate. Cultivar en sí ya es terapéutico. Te levantás, la regás, la cuidás, armás una rutina, la ves crecer. Te demanda una dedicación que para mucha gente termina siendo buena: te distrae de los problema, te motiva”, relata Melisa Yunes.

Hablemos más del faso

En noviembre de 2020, tres años después de su sanción, la ley 27.350, de cannabis medicinal, fue nuevamente reglamentada. Y esta vez se incluyó el autocultivo. Desde hace dos meses, a través del Registro del Programa de Cannabis (Reprocann), quienes cuenten con indicación médica pueden cultivar en sus hogares hasta 9 plantas. En teoría, el Estado debe garantizar el acceso al cannabis a quienes lo necesiten pero no tengan cobertura privada. Las prepagas y obras sociales también deberían cubrirlo. El tema ya generó muchos amparos de pacientes. Y una de las quejas más frecuentes tiene que ver con el alto precio de los productos que se pueden importar.

El proyecto de ley presentado el pasado 2 de junio por el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, que establece un marco regulatorio para el desarrollo de la industria del cannabis medicinal y el cáñamo industrial, promueve el desempeño de las cooperativas del sector y de las PyMEs. Regular la producción implica asegurar acceso y calidad para el uso con fines medicinales e industriales. Y, si bien sigue ausente la regulación del uso adulto o “recreativo”, la propuesta se suma a un clima de época, a un proceso local y mundial, de erosión del estigma sobre quienes consumen.

En pocos años el cultivo de cannabis --medicinal e industrial-- pasó de actividad ilícita a vedette o, como se dijo en el marco de la presentación del proyecto del ministro Kulfas, “una nueva fuente de empleo de calidad y desarrollo productivo”. Así lo describe Facundo Rivadeneira, director del área política de la organización Cogollos del Oeste y uno de los coordinadores del Acuerdo por la regulación legal del cannabis: “Estamos viviendo un momento histórico. La puesta en valor de la cadena productiva del cannabis nos devuelve una mirada un poco más simple sobre la planta. Y la posiciona como tal: una planta, en este caso, promotora de una gran industria. Poner en la agenda política y presentar un proyecto es un buen comienzo para instalar el tema en los medios”.

Se trata de un cambio que Graciela Touze, presidenta de la asociación civil Intercambios, describe así: “Se deja de ver al cannabis como un ‘producto diabólico’ para valorar sus múltiples cualidades. Esta transformación en la percepción de la planta opera también sobre las personas que la utilizan, reduciendo la estigmatización de los consumidores, especialmente de quienes lo hacen con fines terapéuticos. Los cambios culturales tienen que ver también con la difusión del uso de cannabis en personas alejadas de la tradicional imagen estereotipada de sus usuarios (en particular niños y personas de la tercera edad). Otro signo claro de estos cambios es el frecuente rechazo social ante los operativos policiales de persecución a autocultivadores y cultivadores solidarios”.

El futuro, con la planta adentro

Otra de las personas que la activista Melisa Yunes asesoró en estos últimos años y resultaron cultivadoras premium es Bety, modista jubilada, cerca de los 70. Bety empezó a cultivar para un niño con parálisis cerebral, nieto de una amiga que no tiene jardín. Se convirtió en cultivadora solidaria. Melisa la acompañó a trasplantar las plantas en su patio. “No faltó a ningún taller; de esquejes, de secado, de cultivo de interior, de extracción de aceite. Se enganchó mucho. Me mandaba mensajes, videos de sus plantas. Yo la visitaba para asesorarla. La segunda cosecha que tuvo Bety fue descomunal. Lo que sacó era casi para competir y ganar en una copa cannábica”.

Melisa cuenta que en la asociación les explican a quienes se acercan que la manera más segura de acceder al cannabis es el autocultivo y cuáles son los peligros del negocio clandestino. “Es muy frecuente que a la gente, sobre todo si son grandes, la estafen. Hemos recibido abuelos a los que les han sacado la mitad de su jubilación para venderles un frasquito de algo trucho. La mayoría vienen con la carga de los estereotipos sobre el consumo. Muchos ni siquiera sabían que marihuana y cannabis son lo mismo. Lo asocian a veces con la marginalidad, la puerta de entrada a otras drogas. Pero la mayoría de quienes vienen por curiosidad terminan cultivando”.

La cultura cannábica argentina se viene desarrollando como respuesta ante una demanda, necesidades y deseos. Así lo ve Facundo Rivadeneira, para quien esta demanda se acrecentó en los últimos años, con alta repercusión mediática y relativamente pocas respuestas en torno posibles regulaciones. “Desde el activismo luchamos garantizar el acceso seguro, sin estafas y sin atentar contra la salud pública. Y también por garantizar en un futuro puestos de trabajo dignos para quienes quieran dedicarse al cultivo y la seguridad de quienes vienen exponiéndose a terminar presxs”.

Argentina cuenta con un know how cultivador que en pocos países se ha visto, explica Rivadeneira: “Hay en marcha una gran industria cannábica”, en la que confluyen cultivadorxs, usuarixs, criadores de semillas, clubes de cultivo, grow shops, distribuidoras, asociaciones civiles y mucho más, que reclaman por un marco regulatorio hace años. “El futuro es con la planta adentro, pero faltan leyes prioritarias que garanticen la justicia social y los derechos humanos, que llevarán a que la población acompañe totalmente este proceso sin miedos. Si garantizamos que se resuelva el gran problema de base que es la criminalización, tendremos un horizonte más prometedor.”