Paula Castro es una artista impredecible donde se encuentran las marcas de la razón y del disparate. Logra recovecos raros en imágenes y objetos donde hurgar para estudiar un montón de situaciones sobre el arte argentino contemporáneo. Se me ocurren dos como para empezar: es capaz de considerar a las geometrías o al mundo de las esculturas algo plástico cercano a la deformidad y de discutir el negro para convertirlo en color, volverlo paleta ¿Qué relación hay entre las líneas rectas o las curvas perfectas y los vaivenes del ánimo social de un país? ¿Cuánta tinta se necesita para decir desde el negro otra cosa? Castro prueba con el material recién en el momento en que se figura en qué se va a convertir lo que quiere hacer con él. Del otro lado de la virulana o del papel o de la tela no está el otro lado de la imagen, sino que hay otra imagen con la que luego ve qué hacer. O la muestra, para mostrar la ambigüedad, o la esconde, porque le exige a lo hecho que tenga un propósito claro y único. Es una artista de la continuación del accidente hacia el estilo desprejuiciado o de la organización de las sensaciones caóticas en un símbolo que las enmarque.

Se da cuenta que durante muchos años le escapó a la idea de "ser artista". Estudió y se recibió de diseñadora gráfica en los primeros dos mil. Se entusiasmó por aquella época con desarrollar libremente su ansiedad creadora y tener trabajo de eso. Lo que pasa es que en la mayoría de los trabajos le salían con la típica cantinela de “esto es muy arte, nos encanta pero no sirve”, y solo le proponían las estructuras ya reconocibles de cómo debía ser el estampado de una remera o la tipografía de una revista. El punto de equilibrio estuvo en la ilustración comercial para perfumes de diseñadores japoneses o marcas varias, donde aún trabaja. No dejaba de pasar lo mismo: las ilustraciones a veces quedaban en gateras porque “no eran demasiado comerciales”, aunque al menos cobraba por su trabajo.

Paralelamente siempre pintó, dibujó o trastocó materiales, en casa o donde estuviese. En la adolescencia hizo su primer taller de pintura de noche, en una escuela municipal de Olivos, cerca de su departamento natal, con gente que no era de su edad. Todas estas tareas le parecían paralelas, prácticas en soledad. Fue viviendo en Francia, ya recibida, donde empezó a encontrar el trato con compañxrs y pares, lo colectivo de la conversación y el espejo de lo que se hace en un una época determinada. Vivió ocho años en París y mostró lo que hacía por primera vez. Se empalagó un poco con el arte conceptual. En las muestras no había nada colgado de las paredes, no iban a las librerías artísticas a comprar acrílico ni acuarelas ni lápices ni un plumín. Ni siquiera marcadores o lapiceras, no existe la imagen de aquellxs dibujando en el subte, por ejemplo. Por suerte acá eso nunca dejó de pasar, incluso durante las primeras épocas de este siglo, donde primaba una tendencia al formato espectacular mediano. Paula anduvo unos años más por el mundo probando suerte y formándose, hasta que recaló en Buenos Aires. Volvió definitivamente y unos años después, en 2015, participó del programa para artistas de la Universidad Di Tella. Se llevó buenos recuerdos de la clínica de obra de Inés Katzenstein y Diego Bianchi. A partir de ahí se enredó en grupos, asociaciones pasajeras, veredas en la puerta de las muestras y mítines donde encontró, ya definitivamente, pares. Una generación de artistas en la que se sentía identificada. Una serie de conversaciones y desafíos, una cierta vida porteña de acá para allá que la entusiasmó. Esa actitud, mucho menos académica y más metropolitana de la que primaba en lxs artistas franceses, colaboró para abrirla al estilo y las ganas que continúan hasta hoy.

LA VIRULANA HOSTIL

Por estos días, en la galería Mite, se puede ver Aeiouh. La muestra es protagonizada por un material y una noción en discusión. Ellos son la virulana y la historia del arte; o de los estilos del arte o de las formas del arte. En qué medida se despliegan algunas formas universales en maneras argentinas o en espacios nacionales o en problemas públicos típicos de un país y de una economía.

En el caso de la virulana está al frente el modo en que Paula la usa. La extiende y le va dando manos de pintura acrílica blanca. Eso la estructura y la deja maleable, capaz de significar volúmenes y planos oblicuos entre sí, como el personaje inmediatamente emblemático que descansa semi acostado, un poco pasado, con su vasito también de virulana al lado, custodiando la muestra. A su vez se oxida por el contacto con el acrílico y eso le agrega tono de herrumbre. Es ahí donde el óxido se parece mucho a un no color, si se quiere a un color hostil, a sabiendas de que es la propia Castro quien dice que la virulana es un material hostil.

Por otro lado, las características de las virulanas envían a la historia del arte, vía el catálogo del Banco Velox destinado al pintor impresionista Martín Malharro (1865-1911). Castro elige calar todo el ejemplar, cortarlo con tijera, como para que ahora quede con la forma de las parvas que ilustran la tapa. Malharro pintaba el alimento para el ganado del país agroexportador en su apogeo, con inocencia y lleno de luz en los ojos. en el auge del nacionalismo. Un impresionismo de la vida pastoril a la tardecita desde el que se pueden señalar varias cosas, que las dice la artista en el texto de sala que ella misma escribió: que el Banco Velox se fundió, como tantos más en medio de la crisis financiera y social que explotó a fines de 2001. Que ese mismo banco tenía un proyecto llamado “Cultura para todos”, de donde viene el fascículo y también una página sobre los artistas sesentistas de la Nueva Figuración, que aparece agarrada de uno de los pedestales y que usa como lienzo de cartón para agregar encima su mirada. Que cuando el banco se fue del país muchos ahorristas protestaron y que en Youtube se ve un video donde un cartel reza “nos robaron el futuro”. Es ahí donde la muestra deja entrever su vocación de discutir de atrás para adelante el futuro del arte: de los materiales primarios a lo hecho en la historia por la pintura y las corporaciones. Paula responde a esos tejemanejes con la imaginación justa, sin caer en la pavada sino todo lo contrario: se toma en serio la materialidad de la historia y del presente. Se ríe para no llorar y dibuja encima.

La muestra tiene sus materiales subsidiarios: el fibrofácil, las bandas elásticas, el mimbre, los restos de basura que no lo parecen, la esponja vegetal y la tinta china en barra, que usa como si fuese un crayón para toda la serie de dibujos que se impone en la pared. Habría que pensar, entonces, la manera en que del enfrentamiento con la parva de Malharro salen las formas más abstractas y geométricas que aluden a una pintura de Eugenia Crenovich (1905-1990), más conocida como Yente. Castro nos dice que esa pintura no está en ningún fascículo. Si aparece no es como pintura sino como rumor o matiz, como alusión en las formas. El tándem Malharro / Yente es indispensable no solo para generar una tensión en la muestra, sino para seguir discutiendo ciertas lógicas del canon y de las imágenes entendidas como objetos donde un país se pone en juego.

Yente es un personaje central en por qué la muestra. Ligada usualmente al arte concreto no figurativo de los años cuarenta en Buenos Aires, es mucho más que eso. Es una artista de la que no es fácil decir qué hizo y estuvo más de sesenta años haciendo. Tal como su compañero de toda la vida, aludido también en uno de los dibujos, Juan del Prete. Yente se hamaca entre la virulana y la historia del arte. Porque hay una pintura suya vuelta escultura de virulana, volumetrizada. Pero también porque el pedestal de fibrofácil del que se apoya el fascículo, está calado a su vez con las formas de la propia pintura de Yente. Es la que logra desubicar el orden de los criterios por los cuales la muestra parece, solo parece, haber sido hecha.Yente une y separa en un mismo envión la historia de los materiales y la del arte argentino. Esta muestra de Castro es la condición de posibilidad para esta hipótesis.

Si la virulana está más en las esculturas, la historia está más en los dibujos, que aparecen como viñetas de una historia del arte ampliada a lo recién hecho: Paula Castro mezcla dibujos que salen de su fuero sentimental, copias a su manera de sectores de pinturas emblemáticas argentinas o universales, objetos cotidianos de una casa del delta del Paraná o figuras de revistas contraculturales.

Aeiouh, como título es una rareza, una especie de ensalada del absurdo verbal de las vocales sorprendido por sí mismo. Funciona como parodia a lo que se sabe de memoria, a lo que parece natural en el oficio del arte y en sus leyendas. Parece un nombre “sacado”, como si el propósito fuese habitar las tensiones que salen disparadas de darnos cuenta lo cuestionable de lo que se acumula y ponerlo fuera de quicio. Sean parvas de paja, de materiales, de cereal, de artistas o de personas anónimas que dibujan. Esas parvas un poco tapan la visión del territorio y otro poco funcionan como tarima desde donde prever por dónde viene lo que se quiere hacer y por dónde aparece el enemigo en todo orden de cosas.

ARTE BRUTO

Paula Castro pertenece a la constelación del Art brut, lo estudia y defiende. En muchas obras lo ejerce. No como el arte de la locura sino como un arte loco, cuando loco quiere decir acá, me parece, el que demuestra el chantaje, el que destapa la olla de la estructura de chantaje que interviene en la cultura desde siempre. Es bruto también por la prevalencia del negro y blanco, sin grises práticamente,y sin colores. Cuando los hay, no vienen de ella. Vienen de Malharro, del óxido o del homenaje a Batlle Planas y a Quinquela Martin, en sendos dibujos de tono azul y de tono rojo. Si se quiere, el de Castro es un minimalismo pasado por la brutalidad y la ruptura. Una manifestación arbitraria (libre) de la historia del arte para que la historia del arte siga en pie, para que siga habiendo historia del arte. Porque hay quienes la retocan o condicionan o copian como quieren o desdeñan.

Tiene rastros conceptuales que no para de desmontar para que se vuelvan plásticos. Por momentos sus conceptos son el esqueleto de una forma, lo que le sirve para empezar la expresión. Otras veces es lo que queda en la memoria y se reduce a líneas o esquemas. El ritmo de la historia del arte se vuelve muchas veces, a partir de Paula, un ícono. El tiempo se convierte en retrato fijo. La forma engaña al formalismo. En definitiva, lo conceptual está quebrado por dentro y esa energía se retira y deja estela. Lo conceptual está hecho por ella, sale de ella. No es el típico trabajo con signos heredados del pop o la comunicación de masas. Sus obras tienen algo conceptual de pieza única, o de momento mínimo, que siempre “ya fue” para que empiece todo de nuevo. Manipular, copiar, romper, malgastar materiales, es un procedimiento conceptual desprolijo a propósito que afirma su personalidad de artista versátil, que va por todo con una cantidad manejable de elementos y escalas.


Aeiouh, de Paula Castro (curada por Carlos Gradín, María Guerrieri, Alejo Ponce de León, Nicolás Barraza y Marina Alessio) puede verse hasta el 30 de junio en la galería Mite, Av Santa Fe 2729.