La electrónica fue el estilo musical más golpeado por la pandemia. Y por razones obvias: las pistas de baile, al menos de forma legal, no podían volver a sudar toda su euforia hasta que no se controlara a la Covid-19. El efecto fue tan devastador para la industria dedicada al género que en 2020 sufrió pérdidas que rondan los 4 mil millones de dólares, según un informe de la organización The Conversation. Si bien su prudencia es elocuente, a Hernán Cattáneo (1965) le gana el optimismo con respecto al regreso de los DJ sets con público. “Desde marzo del año pasado hasta ahora, sólo hice dos shows cuando el semáforo se puso amarillo en Tulum (México). Los demás fueron sin gente”, enmarca. “Pese a que disfruté de los streams, ninguno reemplaza las cosas que nos gustan de un club o de una discoteca. A partir de agosto próximo, tengo la agenda llena. Pero sigo cruzando los dedos. Cuando esto empezó, nadie imaginaba que duraría lo que duró”.

Aunque es todo un coleccionista de hitos, el productor y DJ argentino volvió a sorprender, a comienzos de este mes, con el lanzamiento de su libro: El sueño del DJ. “El proceso arrancó poco antes de la pandemia”, explica. “La editorial Planeta se contactó conmigo y con mi manager, a ver qué me parecía escribir un libro de ‘memorias’. Esa palabra me sonaba muy grande. Tampoco creía que era el momento porque aún no me retiré. Le comenté la propuesta a un periodista amigo, Juan Pablo Varsky, y me sugirió que lo hiciera porque a la gente le iba a interesar más ahora que cuando ya no esté activo”. Una vez que se animó, en lo siguiente que pensó Cattáneo fue en la manera de contar lo que tenía para compartir. “Soy consciente de que he tenido una carrera agradable e interesante. Pero no estaba tan seguro de si eso era un justificativo. No me parece que todo el mundo tenga que escribir un libro, por más que le haya ido bien”.

-¿Cuál es el trasfondo de tu relato?

-Desde muy chico tuve una pasión enorme por la música. De hecho, llevo 40 años en esto. Pero los primeros 20 fueron bastante difíciles y seguí adelante por soñador, romántico y cabeza dura. En el fondo, lo que intenté es que hubiese una historia con la que pudiera identificarse cualquiera. Si bien la línea del tiempo o lo que lleva adelante el libro es mi historia como DJ, también cuenta lo que podía haberle sucedido a un talabartero, a un skater o a un chef cuyo deseo contrastaba con las costumbres de una época en la Argentina. En 1977, cuando tenía 12 años, le pregunté a mi papá por qué iba a ir al colegio si lo que quería ser era DJ. Eso desató una guerra en mi casa. Sin embargo, nunca me torcí. Ahí creo que hay una cosa buena para leer.

-¿Cómo hiciste para sostener esa sincronicidad?

-Tenía claro que iba a ser mi historia contada por mí. Soy muy detallista en eso. Quería que el libro reflejara mis sueños y mis obstáculos. No fue que un día me levanté y de pronto toqué en el Teatro Colón (Connected, el documental que da cuenta de esa hazaña consumada en 2018, fue estrenado en Netflix en marzo de este año). Sucedió mucho en el camino. Mi desarrollo en la música electrónica es paralelo a la evolución de la escena argentina. Casi que hicimos un recorrido juntos. Desde que salió el libro, muchos colegas que lo leyeron me dijeron que sus historias se parecían a la mía. Me gustó esa identificación. En la Argentina, en los años '80 y '90, ser DJ de electrónica, especialmente de música house, era ir contra la corriente. Los diez que estábamos en el underground queríamos cambiar al mundo. Nuestro mundo. Y un poco lo logramos.

A manera de antecedente de El sueño del DJ, su compatriota Cristian Trincado (más conocido por su álter ego Dr. Trincado) publicó en 2017 su libro de memorias: Del otro lado de la fiesta. No obstante, tal como afirma Cattáneo, no existen tantos libros de DJs, sino más bien de “música house o de la noche dedicada a la electrónica”. En el rubro destacan Anoche un DJ me salvó la vida, de Bill Brewster y Frank Broughton; Loops, de Javier Blánquez y Omar Morera; y La historia secreta del disco, de Peter Shapiro (editado en la Argentina). Pero para el nativo del barrio porteño de Caballito el libro de memorias del productor y DJ francés Laurent Garnier, una institución del baile a nivel mundial, es fundamental. “Electroshock es la Biblia de los libros de los DJs”, afirma Cattáneo, que al momento de escribir su libro contó con la colaboración de los periodistas José Esses y Tomás Linch. “No me canso de recomendarlo”.

Más allá de que ambos son contemporáneos, hay muchos puntos de conexión entre Garnier y Cattáneo. Mientras el francés tuvo su epifanía con las bandejas nada menos que en The Haçienda (mítico club inglés), el argentino lo vivió en una fiesta en el colegio San Cipriano. Ahí vio por primera vez a un DJ: era el legendario Alejandro Pont Lezica (suerte de padrino artístico y autor de uno de los prólogos del libro). “Puede ser. Pero no me sentiría nunca Laurent Garnier”, devuelve quien protagoniza entre 80 y 100 fechas al año. “Me vale una frase de Pep Guardiola que dice: ‘Más vale pecar de inocente que de presumido’. Dentro del mundo de los DJs, tanto acá como afuera, no me consideré un genio, sino uno de los más trabajadores. Estoy feliz de cómo me fue, por supuesto, y soy consciente. No es que no me doy cuenta de la trascendencia de lo que hice, sobre todo para un DJ argentino, aunque siento que los más grandes son otros”.

-El libro comienza básicamente recreando el instante donde se produjo el punto de inflexión de tu carrera. Te sucedió a los 33 años, la edad promedio en la que un futbolista se retira.

-Empecé a pasar música a los 12 en mi casa, a los 15 en clubes y a los 17 en clubes grandes de la Costa. El día que entré en Museum para hacer ese trabajo de warm up con los Chemical Brothers y Paul Oakenfold, tenía 20 años de oficio. Sabía perfectamente cómo poner música. Pero mi importancia en el show era nula: no figuraba ni siquiera en el flyer. Todos mis años en Pachá estuvieron buenísimos porque era residente. Había DJs internacionales casi todo el tiempo actuando ahí y aprendimos mucho viéndolos. También venía de escuchar a Frankie Knuckles.

-Tuviste que vender tu auto para ir a verlo…

-Cuando supe que Frankie Knuckles era el mejor y que había que ver su set, vendí mi auto para viajar a Nueva York. Era lo único que tenía y lo hice sin dudarlo. Ese es un mensaje para los chicos de ahora: no basta con un tutorial, hay que esforzarse para conseguir las cosas y jugársela. Ese día que fui, él abría la noche. Eso sí es humildad. Era una estrella, al punto de que le decían el “Padrino del house” porque fue uno de los creadores del sonido, y ponía música desde el principio. Fui temprano porque pensé que explotaba de gente, y el único que estaba al lado de la cabina era yo. La pista aún estaba vacía. Otro DJ hubiera pedido que pusieran a alguien más a abrir.

-En comparación con esa época, ¿cómo descifrás hoy el pulso del público o de la pista de baile?

-Como DJ pongo la música que me gusta a mí. David Morales me dijo en una de sus visitas a la Argentina que el control de la pista la tenía el DJ, no la gente. No sólo estamos ahí para entretener sino también para educar. En los últimos 20 años, la escena electrónica cambió muchísimo y crecieron los nichos. Eso generó que los DJs pudiéramos profundizar en nuestros estilos. Antes tenías la responsabilidad de hacer bailar a una pista con diferentes tipos de personas.

-Bien lo dijiste: un DJ educaba. ¿Ahora dónde radica la sorpresa?

-Algunos le dicen a lo que hago “música progresiva”, pero yo le digo “forma progresiva de poner música”. No es lo mismo porque en un set mío entran desde Pink Floyd hasta música israelí. Las canciones están entrelazadas de forma progresiva, y el estilo de música que elijo es bastante mántrico y volador. Por eso son sets largos, porque necesitan tiempo de desarrollo. La tecnología ayudó muchísimo. Los primeros años viajaba con 40 kilos de discos, que eran unos 200 vinilos. Si bien soy de la vieja escuela y la adrenalina de cometer errores me mantiene atento, uso máquinas a las que le puedo meter 10 mil canciones. El factor sorpresa radica en que uno no tiene preparado el set. Intento que el final de mi show sea memorable y que la gente se lleve algo de ahí. El momento de estar al palo es un poco antes. En mi anteúltima vez en el Campo de Polo, hice un mini remix de Cerati. Nadie se lo esperaba porque no pongo música en castellano o nacional.

-¿Quién influyó en tu estilo?

-Mis hermanas. A mis 6 o 7 años, ellas ponían The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, o discos de Jethro Tull y Led Zeppelin. Esas canciones progresivas me volvían loco, al igual que las de The Alan Parsons Project, Jean-Michel Jarré y Giorgio Moroder. Cuando empezó lo electrónico, me incliné hacia allá. A pesar de la circunstancia o del horario de mis sets, hay un denominador común en casi todo lo que pongo: es bien melódico, ambiental, volador y cinematográfico.

-Eso quedó en evidencia en las playlists que armaste para cada capítulo de tu libro, en las que alternás tus influencias con sets tuyos recientes.

-Al tener una carrera tan larga, tengo el privilegio de que mis seguidores sean de diferentes lugares y edades. Algunos de ellos son hijos de mis amigos. Por eso surgió la idea de hacer esas playlists (se puede acceder a algunas de ellas desde Spotify, escaneando con el teléfono los códigos de la app que están en el libro). Era una forma de asegurarme que supieran de qué estoy hablando. Para mí era importante que se enteraran de que en 1978 escuchaba a Premiata Forniera Marconi. O que de los Beatles prefiero “Tomorrow Never Knows” a “Help!”. En mis sets me gusta usar pedacitos vocales de series y siempre hay uno que pregunta: “¿Puede ser que sonó True Detective?”. No todo el mundo se da cuenta, pero están esos detalles. También sucede lo contrario. Hay público que me iba a ver al Club Italiano, a Cinema o a Pachá que no conoce la música que pongo ahora.

-En 2017, el diario español El País analizó por qué la mayoría de los DJs famosos tienen más de 40 años. ¿Coincidís con esa teoría?

-Es así. Mis mejores años fueron los últimos cinco. No sé si hay una sola respuesta, pero está claro que hay una cuestión de experiencia que es irremplazable. Sobre todo en los icónicos. También están los one-hit-wonder y jóvenes como Avicii, que a los 24 años, tuvo más éxito que todos nosotros juntos. Pero terminó como terminó. Es importante que los chicos vean su documental (Avicii: True Stories).

-El sueño del DJ se lo dedicás a tus hijas, tu esposa, tu madre y tus hermanas. A propósito de eso, ¿cómo ves el rol de la mujer en la música electrónica?

-Me crié entre mujeres y sigo viviendo entre ellas. Siempre tuve clara la sensibilidad femenina, por eso me costaba entender por qué no había más mujeres en la escena. Pero en los últimos años, en el techno, por ejemplo, son las DJs son las que más convocan. Con Nina Kravitz, Amelie Lens, Charlotte de Witte y Nicole Moudaber se produjo una revolución espectacular. Ahora hay miles de chicas que quieren ser como ellas.

-Durante este parate, ¿llegaste a pensar en el retiro?

-Sé que algún día mi popularidad va a descender, al igual que mis ganas de tocar o de viajar. Siempre fantaseamos con (Javier) Zuker y (Carlos) Alfonsín con hacer una noche de funk para 200 personas. Y sé que va a llegar. Esa va a ser una de las cosas que haré en mi semi retiro: fiestas chiquitas y tener un programa de radio que sirva más para informar que para entretener. Parecido a los que escuchaba de chico. Aunque aún falta para eso.

-En el libro contás que, tras tu paso por un colegio católico, te “bajaste de la religión”. Si en algo coinciden los cultos y el entretenimiento es en la idolatría. Y el público, al menos en la Argentina, te beatificó. ¿Cómo te llevás con eso?

-No me creo el mejor, pero yo fui el que llegó. Si ese día en Museum estaba otro, Paul Oakenfold no me llevaba a mí de gira. Como no estudié, hubiera tenido que aprender un oficio y dedicarme a eso. Tenía el pasaporte al día, no estaba en pareja y me fui. Soy consciente de que hay gente que te pone en un pedestal y de que te prestan más atención de la que deberían, casi como si fuese una religión. En la Argentina somos muy de “totemizar” y no está bueno. Primero lo negué y luego terminé aceptándolo. Aunque no te guste, cargás con esa mochila. Cuando te enterás de que hay alguien que le puso Hernán a su hijo o de que se tatúan tu cara, tenés que ser responsable de tus actos. Eso lo tuve muy en cuenta al momento de escribir el libro. Aunque la realidad es que no quiero ser el ejemplo de nada. Sólo deseo ser un buen DJ.

-¿Qué opinás de la cultura del aguante? También trascendió hacia la pista de baile.

-Soy un “vasollenista”. Trato de ver el lado bueno de las cosas. No fui un DJ populista ni rockero. Eso hubiera acrecentado lo que vos decís. Mucha gente se aburre con mis sets: es la crítica habitual de mi carrera. Siempre intenté aprovechar la buena onda del público argentino porque te hacen un aguante que no ves en ningún otro país. Sin embargo, nunca me pasé con eso. Entre 2000 y 2010 se dio la explosión de la electrónica acá y la gente iba a por la novedad. Hubo mucho turista... pero no estuvo mal.

Antecedente

Argentina en lo más alto

En el prólogo de El sueño del DJ (libro conformado por 10 capítulos y 259 páginas), Alejandro Pont Lezica afirma que Hernán Cattáneo fue quien puso a los DJs argentinos "en lo más alto”. Si bien es cierto que se trató del primer representante local en la élite mundial, antes de que ésta existiera hubo un rosarino establecido en Ibiza que no sólo transformó a la isla mediterránea en una de las capitales de la música dance. También Alfredo Fiorito creó el balearic beat, género que influyó a Paul Oakenfold y a otros paisanos suyos, para instalar la cultura DJing en el Reino Unido. Eso terminó convirtiendo al DJ y productor londinense en una suerte de catalizador de la relevancia de la Argentina en el mapeo de la música electrónica. “Alfredo fue un pionero, pero no siento que tenga algún punto en común con él”, se sincera Cattáneo. “Se quedó allá y no tuvo una conexión fuerte con la Argentina. Me da pena. Los títulos los tenía para dar una vuelta por el mundo en avión privado, más aún si consideramos que fue un DJ icónico en Amnesia (discoteca emblemática e histórica en la cultura clubera ibicenca). Mi caso es totalmente inverso al suyo. Desde la Argentina, intenté tomar nota de lo que no se debía hacer. Cuando fui a Inglaterra y a los DJs de allá no les parecía atractiva una fecha, yo era el que estaba dispuesto a hacerla”.