“Las escuelas técnicas de la Ciudad no están preparadas para afrontar una pandemia”, advirtió a este diario Jaquelina Anapo, docente de la escuela técnica N° 23, en el barrio de Floresta de la Ciudad de Buenos Aires. Este lunes, cerca de 55 mil estudiantes de las escuelas secundarias porteñas volvieron a incorporarse al sistema bimodal -semipresencial-, que desde el 21 de mayo sólo habían continuado quienes cursan primero y segundo año. Docentes de escuelas técnicas advierten que tienen que dar clase en aulas sin ventilación cruzada y burbujas que “se pinchan todo el tiempo”, y aunque afirman que hay prácticas que no pueden volcarse a la virtualidad, señalan que “podrían postergarse hasta que haya menos riesgo” de contagiarse coronavirus. “Con esta cantidad de chicos y docentes en las aulas en veinte días las escuelas van a colapsar otra vez”, aseguró a Página/12 Cristina Rubio, secretaria de Escuelas Técnicas de la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE). Desde que comenzaron las clases presenciales, en febrero de este año, ya son más de treinta los trabajadores y trabajadoras de la educación en CABA que murieron tras contagiarse coronavirus.

En la Ciudad de Buenos Aires hay 40 escuelas de formación técnica. Carolina Buccolliero da clases de práctica y teoría en la N°6 Fernando Fader, en el barrio de Flores, que está dividida en dos edificios: las clases teóricas se dictan en la parte antigua y los talleres en las aulas nuevas, inauguradas en 2011. “Las aulas de taller son todas iguales: tienen, del mismo lado, una puerta y una hilera de banderolas. No hay ventanas grandes por donde el aire circule”, advirtió la docente. Para ella el problema no es sólo la falta de ventilación, sino que “si estás trabajando con escuadras, lápices o enseñando a usar un cúter o un mechero, es muy difícil no acercarse a los estudiantes”. En esto coinciden otros docentes de materias prácticas, que ven como única solución la espera, mientras siguen trabajando los contenidos desde la virtualidad. “Es verdad que es difícil trasladar el taller a la pantalla, pero el año pasado de forma virtual también salieron cosas muy buenas; realmente me sorprendí de lo que se puede lograr”, remarcó Buccolliero.

Para Anapo, que además de la ET 23 da clases en la N° 34, en el barrio de Chacarita, y en la N°1 -la Otto Krause-, en Monserrat, lo que sucede en la Ciudad es “un darwinismo educativo: si tenés las condiciones hay clases, si no te quedás sin educación”. En este sentido coincidió Rubio, quien agregó que “sería bueno que el Gobierno porteño se concentrara en garantizar conectividad en los barrios populares". Según la referente de UTE, en los distritos donde hay barrios más vulnerables “se registraron más casos de docentes contagiados y de muertes por coronavirus en escuelas, lo que te da un panorama de la desigualdad en la ciudad”.

La escuela Casal Calviño, donde trabaja Anapo, inaugurada en 1946, era una de las escuelas-fábrica que hoy conserva un ala de maquinaria pesada -la nave- y un sector donde se ubican las aulas de teoría. Alrededor de la nave están las aulas-taller, para llevar a la práctica materias como electrónica o sistemas mecánicos. Hace más de cincuenta años, en esas mismas aulas, los estudiantes construyeron las máquinas de coser “Evita” que se destinaban a la Fundación Eva Perón. “Al surgir nuevas especialidades se subdividieron aulas para sumar materias, entonces los espacios fueron quedando cada vez más chicos”, explicó otro de los docentes de esa escuela, que da clases de electrónica, y precisó que “tenemos aulas de seis por tres metros sin ventanas, o con ventanas internas que no se abren”.

Como las subdivisiones se hicieron en el patio interno, el docente relata que se dificulta poner en práctica el sistema de ventilación cruzada. “Se hace muy engorrosa la práctica así, realmente no sirve de nada. Podríamos enfocar en la teoría de forma virtual y ver si en septiembre, o cuando bajen los contagios, podemos recuperar los talleres”, reflexionó el docente, que trabaja en la ET 23 desde el 2007, y remarcó que “los problemas edilicios en las técnicas no son nuevos, son cuestiones que venimos reclamando desde hace años al Gobierno de la Ciudad, sin tener ninguna respuesta”. En algunas de las escuelas los mismos docentes y estudiantes se encargan de las tareas de mantenimiento. “Lo hacemos de forma pedagógica, aprovechando los conocimientos propios de las materias”, aclaró el docente.

Libre albedrío 

Según el registro del Ministerio de Educación porteño fueron 55 mil los estudiantes de entre tercero y sexto año que volvieron a las aulas este lunes. En el barrio de Almagro, el patio de la escuela N°30 está desierto. Un alumno se acerca junto a su madre a preguntar si hay clases o no esta semana. Cerca del mediodía un grupo de estudiantes de primer año entra al taller, que está dividido en pequeñas aulas alrededor de un espacio más amplio con unas treinta mesas de trabajo, maquinaria incluida. En el único salón concurrido, pequeño y sin ventanas, cuatro alumnos escuchan al profesor de electrónica. “Tenemos el purificador de aire pero igual tuvimos que fragmentar muchísimo las burbujas y las rotaciones. Puede pasar que un chico que viene hoy, luego no viene por dos meses a esta materia”, precisó el profesor.

En el verano, los propios directivos tuvieron que plantarse cuando la cartera porteña de Educación insistió con la presencialidad. “Estamos en obra desde febrero por las nuevas aulas. Si antes de la pandemia apenas nos alcanzaba el lugar, ahora directamente las clases en el aula se vuelven inviables”, señaló Gastón Elizondo, preceptor de la escuela a la que asisten cerca de 600 alumnos. Las aulas nuevas a las que hace referencia son las que la escuela destinará al programa Secundaria del Futuro. A diferencia de otros colegios, en la ET 30 las clases teóricas se mantuvieron de forma virtual. “Antes de que empezaran las clases las autoridades de la escuela avisaron a los supervisores de la Ciudad que no podían cumplir con el protocolo para las clases presenciales por la falta de espacio”, explicó Elizondo y advirtió que, desde que comenzaron las clases, “los estudiantes tienen que usar los baños del polideportivo -que está junto a la escuela- porque en el edificio del colegio están clausurados. El laboratorio y el taller son los únicos espacios que actualmente cumplen con las condiciones”.

Según un relevamiento que dio a conocer la Multisectorial por la Educación Pública, en la Ciudad de Buenos Aires sólo el 18 por ciento de los estudiantes concurre a clases presenciales. El problema, precisó Anapo, es que cada escuela “tiene que gestionar como puede las necesidades de las familias, y muchas veces los directivos quedan entre la espada y la pared por las presiones de las autoridades de la Ciudad”.

En la escuela Alejandro Volta también hay preocupación entre la comunidad educativa. “Los exceptuados terminan siendo más excluidos que exceptuados”, admitió Florencia, madre de una alumna de primer año de ese colegio técnico. Sus cinco hijes, que van a distintos colegios, están bajo la condición de excepción y no asisten a clases presenciales. “En el Volta la mayoría de las aulas no tienen ventanas, y los talleres están en dos subsuelos”, señaló a Página/12 Florencia y explicó que, si bien para quienes están exceptuados no hay clases por videollamada todos los días, “para lo que implica para los docentes sostener tanto la virtualidad como la presencialidad, está bien”.