Durante años, Art Spiegelman fue reacio a dar entrevistas sobre Maus, la revolucionaria novela gráfica que significó un hito en el desarrollo de la historieta como lenguaje. Incluso durante su visita a la Argentina, en 2015 y para el festival Comicópolis, que se realizó en Tecnópolis, prefería hablar del espectáculo que presentaba entonces –Wordless- y en el desarrollo del medio antes que en su libro (auto)referencial. Pero las cosas cambiaron últimamente. ¿Qué lo motivó? El propio dibujante lo sintetizó en una palabra: “Trump”.

Así lo declaró ante el programa dominical Ideas de la emisora canadiense CBC Radio. “Siento que me persigue un ratón gigante de 500 libras dondequiera que vaya”, le explicó a su interlocutora, la periodista Nahlah Ayed. “Pero ahora me permito hablar de Maus más abiertamente, de un modo que de joven hubiera mirado con sorna”, admitió. El tránsito de Donald Trump por el poder, aún cuando ya haya abandonado el sillón presidencial y sus manos están lejos del “botón rojo”, perturbó a Spiegelman particularmente. “Creo que nos acercamos más que nunca a revelar la horrible bestia debajo de la máscara norteamericana: el hecho de que nuestro país fue construido sobre el genocidio, el racismo y enormes diferencias de clase”. En su célebre obra, Spiegelman cuenta la experiencia de su padre en los campos de concentración nazis, además de su propia –y problemática- relación con su padre. Maus no sólo instaló la novela gráfica como formato y hasta como género historietístico, sino que le valió un reconocimiento mundial a su figura y hasta un premio Pulitzer.

Ese retrato sobre el horror del nazismo influenció a toda una generación de autores que de un modo u otro utilizaron la historieta para contar la amplia gama de desgracias que sufre (y perpetra) la humanidad. El propio Spiegelman en Buenos Aires opinó que el mercado podía saturarse de estos relatos, y que incluso él no había aprovechado tanto ese “boom”, por lo lenta de su producción gráfica. Pero hoy, seis años después de esa conferencia de prensa en la Argentina, tiene una mirada distinta. En el medio, claro, pasó Trump (de 2017 a comienzos de 2021). “Vale la pena llamar la atención sobre situaciones que podrían llevarnos al borde de algo tan horrible como lo que mis padres tuvieron que atravesar”, explicó su cambio de postura a Ayed

Spiegelman sabe perfectamente el impacto social y cultural que puede tener una historieta. Cuando emigró a los Estados Unidos en 1951, fue a través de las parodias de Mad Comics (luego Mad Magazine) que empezó a empaparse de la cultura local, de un modo que, reconoce, sus padres no podían transmitirle, sin importar cuánto lo intentaran. “Como mis hijos después de mí, yo también aprendí cosas de la vida escuchando y viendo la parodia primero y se convirtió en un códice para entender la cultura norteamericana que mis padres no podían aportar”, planteó.

Spiegelman se convirtió en uno de los pilares del cómic contracultural de la década del ’70 (por entonces “comix”), fundó revistas que aún hoy son de culto y referentes en materia de experimentación gráfica y, claro, serializó Maus, que cuando se publicó como “novela gráfica”, impactó profundamente el mercado. Aunque ya otro autor fundamental, Will Eisner, había acuñado el término, la profundidad y el dramatismo del relato de Spiegelman hacían imposible minimizar su densidad simbólica. Los pequeños recortes de fotos de campos de concentración que acompañaban algunas de sus viñetas, además, hacía imposible que los libreros se portaran con condescendencia y lo pusieran en el sector de infantojuvenil, como solía sucederle por entonces a la historieta. Así nació una nueva batea, la de la novela gráfica, que el propio Spiegelman se encargó de alentar, por ejemplo animando a amigos como Paul Auster a adaptar sus trabajos más famosos al lenguaje de las viñetas.

“Creía que (Maus) era una anomalía, pero ahora descubrí que es apenas un género, tenés ciencia ficción, fantasía, holocausto, y me desconcierta, no sé si me gusta”, confesó Spiegelman. 

Finalmente, el autor también se permitió reflexionar sobre la cultura de la cancelación junto a su interlocutora. “Aunque el género autobiográfico y documental creció mucho, no sé si hoy se publicaría Maus, opinó. Spiegelman guarda sentimientos contradictorios con esto. “Siento que mi problema es que soy parte de la cultura políticamente correcta, porque empatizo con sus objetivos y los comparto, pero al mismo tiempo no quiero sentir que el único modo de actuar sea poner un bozal a todos los pensamientos cuando no hay respuestas adecuadas”, consideró. Además, observó que aunque muchos llevan una cancelación como “una prenda de honor”, esto también “puede ser signo de un gran y legítimo disgusto”.