Una huerfanita dickensiana con talento nato para el diseño de moda sienta las bases de Cruella, film que traza los orígenes de la archifamosa villana, conocida -hasta ahora- por su incontenible aversión hacia los dálmatas. Ya crecida, empapada por la contracultura del Londres de los años 70, va despuntando como joven modista en la nueva cinta de la factoría Disney, que en pos de suscitar simpatías diluye la esencia misma de esta malvada de pelambre bicolor. De seguir la nueva línea narrativa, habrá que tomar por falso aquello de que Cruella es despiadada némesis de cachorros salpicados, que siente auténtica devoción por los tapados de piel natural, que fuma como una chimenea (siempre en coqueta boquilla alargada, por supuesto). Para los hipercorrectos tiempos que corren, una alternativa suavizada que, aunque la muestre ducha en el arte de la bribonería, descarta esa característica fijación por despellejar canes bebés que sí la acompañaba en la novela 101 dálmatas, de la escritora inglesa Dodie Smith. En este libro de 1956, Cruella era esposa de un peletero adinerado, historia que trasladó Disney a su primera versión animada, del ‘61. Recién cuando Glenn Close la encarnó en la película live action de mediados de los 90s, se convirtió en reputada diseñadora, creadora del rimbombante emporio House of DeVil. Cuyos inicios son sugeridos, como se ha dicho, en la megaproducción de reciente estreno, dirigida por Craig Gillespie (Yo, Tonya), protagonizada por Emma Stone.

Licencias aparte, esta diabla no viste a la moda: la impone con cada creación gracias a la exquisita artesanía del departamento de vestuario, a cargo de la incomparable Jenny Beavan (Londres, 1950), que tuvo luz verde para trabajar a sus anchas, atenta a “reflejar el arco narrativo, plasmar el desarrollo, la transformación de Cruella”. Transformación que acaece a partir de su enfrentamiento ya no con perritos sino con su rival y mentora, la implacable Baronesa von Hellman (Emma Thompson), dueña de una maison de alta costura con la que van sucediéndose enfrentamientos de todo tipo en pitucas galas de sociedad, desfiles de moda, locales vintage, la icónica tienda londinense Liberty… La máquina de coser de Beavan y compañía, a máxima velocidad para completar en 15 semanas una tarea compleja: para el elenco principal, debieron confeccionarse 277 looks; incluidos los 47 atuendos de la villana en construcción.

Entre los que han arrancado suspiros está la despampanante falda de pétalos que viste Cruella al momento de subir al techo del auto que traslada a la Baronesa y, de tan excesivo su volumen, cubre al coche por completo. “Tenía que ser enorme, pero lo suficientemente ligera para que Emma pudiera llevarla, lo que supuso un auténtico desafío”, cuenta la artista londinense, reconociendo que un ejército de pasantes cosió a mano los más de 5 mil pétalos de organza que componen una pieza eterna, que supuso 300 metros de tela. Completado el look por una chaqueta militar intervenida, que consiguió en una tienda vintage de Los Ángeles, donde se hizo de cantidad de piezas para las pruebas de vestuario con Stone. “Muchas las acabamos rehaciendo, pero sirvieron para orientar el trabajo”, ofrece quien emplease toda suerte de materiales, trasteara en varias tiendas de ropa usada, hiciera extenso research; optando por proponer una estética que no se ciñera a ningún film anterior de la saga dálmata. Con una única excepción: la pilcha de los truhanes Jasper y Horace efectivamente recuerdan a la cinta animada original.

“La sostenibilidad también está contemplada en la película y el mayor ejemplo es otra falda de Cruella que parece un paracaídas, creada a partir de chubasqueros y gabardinas antiguas”, anota revista Vanity Fair sobre otro hit instantáneo, de alto impacto, al que así refiere Jenny: “Ha habido mucho reciclaje, era parte de la ética del personaje en sus diseños. Cuando hace su propio trabajo, reutiliza muchas prendas”. Un hazlo-tú-misma en toda la regla, a tono con la lógica punk en boga. No por nada Beavan menciona entre sus inspiraciones para los trajes de la protagonista a la gran Vivienne Westwood; también a Alexander McQueen y a John Galliano, sin dejar de mentar a la marca ochentera BodyMap, que fuera decisiva en la estética del movimiento New Romantics.

Para pergeñar el refinado vestuario de la Baronesa, de línea clásica, trabajó una amalgama de referencias de los 50s y 60s: Balenciaga, Schiaparelli y, por supuesto, Dior. Diferenciando, además, las paletas para el armario de cada personaje: “Los colores para Cruella estaban claros: blanco y negro con algo de gris, y rojo para los momentos clave. Para von Hellman, muchos dorados y marrones”, señala quien hiciera sus primeros pasos diseñando escenografía para ópera y ballet, hasta volcarse al vestuario a fines de los 70s. Desde entonces, largo ha sido su recorrido, laburando para cintas como Emma, Sensatez y sentimientos, Jane Eyre… Goza, por cierto, de dos premios Óscar: por su trabajo en Mad Max: Furia en el camino, de 2015, y por Un amor en Florencia, de 1985.

Cuando le preguntan cuál de los elaborados, dramáticos outfits de Cruella es su favorito, la siempre modesta Beavan se decanta por “el disfraz que lleva el chihuahua durante unos de los atracos”. También le han consultado en qué marcas estaría interesada la villana de vivir en 2021: “No estoy muy pendiente de las últimas tendencias, pero creo que ella se fijaría en la moda vintage, en diseñadores que apuesten por el upcycling y que cuenten con piezas originales”.